arrebato

Arrebato (Iván Zulueta, 1979)

Nuevo Yes We Can y esta vez, amigos, toca genuflexión y profunda reverencia porque estamos ante auténticas Palabras Mayores. Canela en rama. Genio y figura. Clásico underground total, pieza de culto y una de las mejores películas paridas en este país. Señores y señoras, con todos ustedes: «Arrebato».

Vale. Y después de este, ejem, arrebato, toca calmarme, ponerme humilde, entrar en pánico y reconocer que llevos tres días preocupado porque no sé qué diablos voy a escribir que esté mínimamente a la altura de semejante obra.

Porque sí, se trata de un must de nuestro cine, pero también de una de las más complicadas películas que un sencillo analista se puede tirar a la cara. Intentaré explicarlo sencillo, esbozando sólo cuatro ideas ordenadamente, empezando por el principio y terminando por el final, pero no prometo nada. Yo y mis camisas de once varas…

«Arrebato» es el primer y último alarido creativo en formato largometraje de Iván Zulueta, artista polifacético, director maldito por excelencia y personaje enigmático como pocos en nuestra filmografía. Una película con un mundo propio, aislada de referencias ajenas y marginada posteriormente, pero emparentada a la vez con gran número de producciones y movimientos culturales. Tomando como punto de partida estilístico y conceptual su propio corto «Leo es pardo» (1976), Zulueta teje una fascinante alucinación cinematográfica y metacinematográfica que mezcla drogas, crisis autoral, paranoia, sexo, búsqueda de identidad y algo como vampirismo.

En ella se nos cuenta la historia de José (Eusebio Poncela), un director de cine que, doblegado a la industria tras una ópera prima, decide verterse a sí mismo en su segunda película y encontrar una voz propia aunque ello le suponga un suicidio comercial. En esas está, que recibe en su casa y en compañía de su ex-novia Ana (Cecilia Roth) un paquete que contiene una cinta de voz y unos rollos de película que han sido mandados por Pedro (Will More), un enigmático personaje que conoció cuando preparaba la preproducción de su primera película.

A partir de ahí, y mediante flashbacks relatados en off por el propio Pedro, la película nos muestra la arrolladora personalidad del joven, automarginado y obsesionado con llegar a lo más puro de la creación audiovisual para convertirse en un autor absoluto. No obstante, cierto descubrimiento técnico cambiará la vida de Pedro y su relación con el cine, llegando esta hasta sus últimas consecuencias, hasta un punto límite al que José también se verá arrastrado. Y no digo más.

Y a partir de aquí la cosa se pone complicada y hay que hablar de la creación como principio, motor y final, como filosofía vital que no es válida si no está llevada hasta su punto límite, si no significa la culminación de la vida del autor.

Según cuenta Pedro, el proceso creativo sólo va a tener sentido si nace del arrebato, del momento de lucidez que se genera del contacto con la parte más arraigada en uno mismo, lo que realmente remueve nuestra parte más visceral porque apunta a nuestros deseos y placeres más escondidos. Y consecuentemente se debe vivir en el arrebato y también dejar de vivir en virtud de él.

Primera idea de peso. Huyamos de la mediocridad, de la superficialidad y atrevámonos a ir hasta el final. Pongámonos a nosotros mismos bajo el microscopio y dejemos que nuestras pasiones se abran paso libremente. Primera idea y primera referencia cinematográfica que aparece por mi mente: la voluntad final de Pedro y su visión total de lo que le apasiona le emparienta con el John Hurt de «El grito» (Jerzy Skolimowski, 1978) quien, como aquel, está decidido a llevar su trabajo al límite. (Por cierto, a quien pueda interesar, una película algo bizarrilla pero MUY interesante).

Sigamos. Si la creación debe ser un acto «vital», entonces el espectador no debe «ver», sino «sentir». Si el cineasta lo vierte todo, el espectador debe hacer lo mismo, y no puede simplemente observar la película, sino tomar parte de ella. Devorarla y digerirla, y si hace falta, regurgitarla. Y claro, dejarse ser devorado. Lo cual me lleva al siguiente punto, idea que surge cada vez que se habla de «Arrebato»: la «vampirización» del cine.

Siguiendo esta linea lógica de razonamiento, si el cine demanda la «pasión» tanto de cineasta como de espectador, es lógico asumir que la relación que se establezca entre el primero y los segundos sea bilateral, y se pueda hablar de un proceso en el que la cámara también se nutre de lo que capta.

De modo que el cine «absorve». La sangre, el alma, la voluntad, la persona, lo que sea. Metafóricamente, claro… Pero literalmente en «Arrebato».

Para que se entienda mejor, explico el final de la película, no sin antes colgar un vistoso cartelito de SPOILER, para que nadie se me enfade: Pedro, gracias a haber descubierto un sencillo aparato que acoplado a la cámara permite obturar a velocidades muy lentas, decide grabarse a sí mismo mientras duerme. Examinando los rollos descubre que un fotograma totalmente rojo va apareciendo en cada sesión, intercalado entre los demás, y que este «rojo» está creciendo progresivamente a razón de diez fotogramas por noche. Lo que le lleva a preguntarse qué pasará en la noche en que el rojo cubra TODOS los fotogramas. Bien, pues lo que ocurre es nada menos que la cámara cobra vida propia (al más puro estilo Dziga Vertov y su «El hombre de la cámara») y físicamente «Absorve» a Pedro, lo hace desaparecer de nuestra realidad para incorporarlo la realidad propia de la película. De nuevo, lo que comentaba: el autor lleva al límite su trabajo, la persona desaparece y se convierte literalmente en la creación. El cine ha tomado el control.
Y ahora sí, FIN SPOILER.

Otra más: la vampirización, la eliminación, la desaparición o la muerte de lo que está ante el objetivo nos transporta de una patada en el culo a nuestra nueva referencia, «El fotógrafo del pánico» de Michael Powell (1960). Otra imprescindible.

Elemento muy presente en la película es el uso de las drogas y su utilización como puerta a nuevas percepciones, pero también como freno en la obtención del estado de pureza del autor. En el momento en que nos encontramos a José, está cayendo en una escalera descendente tóxica cuyo próximo escalón va a ser la heroína. Su vida profesional parece ser una mierda, y necesita las sustancias, o por lo menos la sensación que le provocan. Por eso queda fascinado por las cintas de Pedro, porque probablemente le estén proporcionando ese chute de autenticidad, esa sensación directa a las entrañas. Y por eso podemos llegar a afirmar que «Arrebato» no es ya una película sobre las drogas, sino que es una droga en sí misma, que es pura heroína, que busca simbolizar un cuelgue y las sensaciones que ello desprende.

Sea como sea, el elemento «drogas» contribuye a generar ese clima de anarquía que tan bien le sienta a la película y que no desentona nada en un contexto cinematográfico (el de la transición española) en el que la obra transgresora, radical y revolucionaria se hacía así, o no se hacía.

Un par de rápidos apuntes formales: a nivel visual nos encontramos con una opición estética acorde con el contenido, que pivota entre una puesta en escena guarra bastante punki y una experimentación contenida que mezcla sus imágenes con material en Super-8 y lo aliña todo con un diseño de sonido inquietante e hipnótico.

La fotografía, como debe ser, es sucia y… milimétricamente descuidada.

Las interpretaciones, estupendas, gracias. Algunas de ellas sublimes. Otras absolutamente estrambóticas. Pero todas efectivas y con secuencias tan memorables como la última de Poncela (quien parece haber nacido para este papel… bueno, para este y para el de «La ley del deseo»), la de Cecilia Roth emulando a Betty Boop o la de Will More (tan enigmático como su personaje, o más) bailando alrededor de la cámara después de descubrir su nueva manera de filmar.

«Arrebato» en fin, no es una película de terror, ni una película puramente fantástica. Pero resulta tan inquietante y magnética, y su argumento es tan alucinado que cabe perfectamente en esta sección.

Lo que sí que es «Arrebato» es cine que habla del cine, que devora cine y vomita cine, todo ello en atmósferas tan enrarecidas como las del David Lynch más psicótico, el Buñuel más surrealista y el Cronenberg menos «nuevacárnico».

Salvando las distancias, nuestro «Videodrome» particular y la mejor película sobre vampirismo que jamás vayamos a conseguir rodar, hagámonos a la idea.

https://www.youtube.com/watch?v=zunvdbmGqU8

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Xavi Roldan empezó la aventura casahorrorífica al poco de que el blog tuviera vida. Su primera crítica fue de una película de Almodóvar. Y de ahí, empezó a generar especiales (Series Geek, Fantaterror español, cine gruesome...), a reseñar películas en profundidad... en definitiva, a darle a La casa el toque de excelencia que un licenciado en materia, con mil y un proyectos profesionales y personales vinculados a la escritura de guiones, puede otorgar. Una película: Cuentos de Tokio Una serie: Seinfeld

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