Crítica de 1917
Si algo quiere decir 1917 es que el mundo necesita héroes que corrijan errores que puedan afectar a miles de personas. En este caso, dos soldados ingleses tienen que ir lo más rápido posible a frenar a un pelotón de 1600 soldados que está a punto de meterse en una emboscada alemana, que muy probablemente acabe con todos ellos. Bien, tal vez la nuestra no sea una gesta comparable a la de los militares que nos ocupan, pero también podemos corregir un mal que pueda afectar a los miles y miles de espectadores que aún no hayan visto la película de Sam Mendes, y lean esta crítica a tiempo (je je). Y es que el hype que ha levantado 1917, máxime tras la consecución de sendos Globos de oro a mejor película y mejor director del año, puede hacer flaco favor tanto a las expectativas depositadas en esta película, como en el séptimo arte en general.
Y es que sí, 1917 es un auténtico alucine, un deleite inabarcable para vista y oídos. Concebida como cine bélico de un único plano secuencia, lo que de por sí ya da para quitarse el sombrero, resulta aún más desconcertante saber que en verdad, está construida a base de escenas de unos 6 minutos de duración media. ¿Dónde están todos los cortes? Ah, la magia del cine. De esta manera, la película se sigue con gran interés, al no permitir respiro alguno a un espectador que prácticamente corre al lado de los dos soldados como uno más. Es un videojuego, en definitiva, con sus diversas pantallas netamente separadas entre sí por pasajes (algo) más contemplativos. A diferencia de otros casos de planos secuencia debidos a caprichos de sus responsables (Birdman), Mendes sabe aprovechar a la perfección las virtudes narrativas de esta apuesta técnica, haciendo de su película de acción un espectáculo vibrante de principio a fin. Claro, que el formato tiene también sus limitaciones.
La vida de un plano secuencia es corta, en especial cuando ofrece como únicas alternativas el seguimiento de los cogotes de actores mientras estos avanzan, o un rocambolesco traveling para enfocar lo que están mirando en ese momento. Decibelios dramáticos que se pierden, en definitiva (nada nuevo bajo el sol), y que en el caso de 1917 van a engrosar un saco más cargado de lo que cabía esperar. Y es que sí, repito una y mil veces: es alucinante. Desde los primeros pasos de los personajes por sus senderos de gloria, hasta su clímax, pasando incluso por su infinidad de cameos. Pero algo falla: no emociona.
Y no lo hace porque, técnica al margen, su mecanismo es sencillo, banal. Ocasionalmente absurdo, incluso. En verdad, la trama es mínima y no permite desarrollo alguno del potencial dramático que pesa sobre los dos protagonistas (no digamos ya los secundarios). Las intentonas de calentar el corazón (la mujer escondida, el soldado alemán…) aparecen de sopetón y ni siquiera se les da tiempo de cocción suficiente… y los saltos de fe son, en demasiadas ocasiones, excesivos. Es como un videojuego, sí, uno tremendamente divertido, pero de antes de la era de oro por la que actualmente pasa el sector: cuando sus argumentos eran excusas para la acción, cuando la profundidad se sustituía por el gimmick molón de turno, hasta ser reemplazado por el maniqueísmo. 1917 debe verse, y debe verse en pantalla grande y a mayor volumen posible. Pero no hubiera estado de más que, además, pudiera sentirse.
Espectacular Cómo se hizo 1917
Valoración de La Casa
En pocas palabras
Una locura técnica indescriptible, que se queda (muy) corta en lo emocional, lo argumental, y en general, el resto de valores que componen una película. Vale la pena verla, pero toca rebajar hypes.