Crítica de 2000 maníacos
La historia es la de un pueblo del sur de los Estados Unidos llamado Pleasent Valley (sutil ironía…) que está de celebración popular. Por este motivo, seis viajeros norteños son invitados al pueblo y recibidos como huéspedes de honor, y éstos aceptan la oferta del alcalde de alojarse en el hotel local y de participar en la festividad. Todo parece dispuesto para que comience la fiesta. Y comienza. Vaya si lo hace. Como cabría esperar, todo se convierte pronto en un endiablado juego, en una espiral de diversión para los habitantes de Pleasent Valley, en un festín de sangre y perversión que enseguida se va por derroteros de lo más surrealistas. Herschell Gordon Lewis («Blood Feast»), que dirige, acaba prefieriendo olvidarse de cualquier otra cosa que no sea el mostrar una colección de estupendas y largas escenas que, intercaladas con otras más puramente accesorias, conforman un corpus fílmico de lo más peculiar: una sucesión de las pruebas que los habitantes celebran y en las que los huéspedes, a su pesar, son los principales protagonistas. Es en estas escenas, como la del «barril errante» o la de la «carrera de caballos», donde se consiguen los mejores momentos de la película, en los que pocas cosas cobran importancia más allá del ilustrar, sin más, el ritual popular de cómo estas pruebas se preparan y se ejecutan (glups, spoiler alert).
Con esta facilidad, la película se convierte rápidamente en un muy sentido canto de amor a lo paleto: la música de banjo, la celebración popular, la tradición sureña. La cultura de los rednecks. Es este mundo malsano, sí, pero también entrañable, y tan cinematográfico, de las famílias de granjeros que se han reproducido entre sí durante generaciones, de los hillbillies que encuentran en el banjo una sorprendente afición y en la locura una extraña comodidad.
Y aún hay más: en medio de su nadismo argumental, «2000 maníacos» consigue mezclar un buen puñado de sub-géneros que hacen de ella un conglomerado de lo mejor de cada uno de ellos: el del terror en un inhóspito pueblo americano, el de la familia de viaje de vacaciones que nunca olvidarán, el de la espiral de perversión que todos comparten y de la que nadie parece preguntarse el fin e, incluso, el de la marca que el pasado histórico turbio deja en la actitud de las personas muy arraigadas a una cultura muy propia. En fin, «un enfrentamiento cultural de lo más descacharrante», como dice el Capitán Spaulding sobre «2000 maníacos» en la crítica de su tardío remake, «2001 maníacos«.
Fantástica cinta de culto, y con playmate incluída.
8/10