Crítica de 3 días para matar (3 Days to Kill)
Está 3 días para matar tan torcida de entrada y como concepto que no asusta, pero por lo menos sí extraña. Inquieta que sea falaz de base y en varios conceptos, desde ítems accesorios hasta cuestiones más preocupantemente arraigadas en su opción narrativa. Porque que una película escrita por un francés (Luc Besson, a medias con Adi Hasak), producida por una empresa europea (la EuropaCorp propiedad del propio Besson) y rodada en el viejo continente (en París más concretamente) trate a los europeos como imbéciles, capullos, mafisosos o simples pueblerinos exóticos es raro pero puede aceptarse. Pero que una película de acción sea tan fallida, aburrida y expositivamente torpe debe hacer disparar las alarmas cuando viene avalada por la dirección de McG, un tipo siempre nulo en lo autoral pero, por lo menos, versado en los espectáculos palomiteros. Uno, por lo que fuera, por el contexto o por el tipo de protagonista (un Kevin Costner que ejerce de agente de la CIA talludito y padre de una adolescente), podría llevarse a error y pensar en los actioners europeos de Liam Neeson o, quizá, en aquellas películas de toñas que protagonizó Mel Gibson a mediados y finales de los 90. O simplemente podría esperar que McG se limitara a repetir aciertos de sus anteriores despropósitos, algunos de ellos viables como simple pasarratos, y a actualizarlos con este últimamente reactivado Costner al frente. Pero ni lo uno ni lo otro: a 3 días para matar le falta toda la fibra que exhiben algunos de los títulos por ahí arriba insinuados.
Hasta el punto del puro desconcierto. Delante de semejante película el espectador no sabe a qué atenerse. ¿Es esta una fría película de espionaje sobre un tipo enfrentado a una trama internacional? ¿Un thriller urbano en la línea de Pierre Morel u Olivier Megaton con algunos tiros, varias explosiones y unas cuantas carreras? ¿Una historia sobre el ocaso del héroe protagonizada por un hombre ya muy lejos de los reyes del cine de acción de los 80? ¿Un drama serio sobre la redención de un agente que debe reordenar su caótica vida cuando le diagnostican una enfermedad terminal? ¿Un melodrama familiar sobre un padre que pretende enmendar las largas ausencias que terminaron en el abandono de su mujer y su hija? ¿Una comedia disparatada con un tipo rodeado de personajes pintorescos? Muchas posibilidades, sí, pero la respuesta es que 3 días para matar no es nada de todo eso, aunque de cada una de sus facciones toma prestados ingredientes, a ser posibles los más reconocibles y convencionales. El resultado es una película que nunca encuentra su tono y que no profundiza en ninguna de las vías que propone. Que se queda en una trama superficial de un interés muy relativo y se ve obligada a perderse en subtramas anodinas para parecer más mullida. Y que pretende colar por hallazgos lo que en el fondo son poco más que paridas generadas al albur de lo que el público poco exigente pueda zamparse de este relato abúlico.
3 días para matar no es más que un producto de derribo medianamente consciente de serlo, pretendidamente humorístico, pero incapaz de aportar lecturas nuevas o interesantes a posibles ejercicios de autoconsciencia paródica. Un producto que pretende apelar a los thrillers europeos de los 70 tipo Asesino implacable y al mismo tiempo actualizar el género negro clásico a través de un antihéroe hardboiled y una femme fatale de una hipersexualización francamente vulgar. Solo que esto último lo hace desde un punto de vista aparentemente elegante en su puesta en escena, pero bastante kitsch en su fondo. Esa hipotética elegancia en realidad no es más que falta de personalidad, de mecanicismo, un derroche de inconcreción servido por un McG que está sin aire, que no logra imprimir ritmo a sus escenas de acción, desarmantemente mortecinas y torpemente ejecutadas. Mientras que a su guión lleno de inconsistencias, a pesar de sus descabellados planteamientos y un pretendido aire de thriller kamikaze a lo Crank, le falta auténtica locura, inventiva y salvajismo. Y le sobran esos asuntos colaterales (a la mentada subtrama la familiar hay que sumarle otra, simplista e irritante, que atañe a una simpática familia de inmigrantes africanos) y esa introspección de la que hablábamos: los responsables de 3 días para matar parecen empeñados en ejecutar una insistente y reiterativa minería emocional hacia su protagonista sin darse cuenta de que por lo visto al fondo de la gruta no hay casi nada que brille de verdad.
4/10