Crítica de A Esmorga
Es curioso que, pese a ser España un país plurinacional y multilingüístico, crezcamos y nos eduquemos de tal manera que ignoramos totalmente la tradición cultural y literaria de aquellas nacionalidades que no son la nuestra.
¿Cuántos grandes autores son pasados por encima en determinados territorios porque escriben en euskera, catalán o gallego? Seguramente bastantes más de los que nos pensamos. Uno de ellos es Eduardo Blanco Amor, probablemente el escritor más importante en lengua gallega del s. XX y cuya fama y reconocimiento está por debajo de tantos otros que tuvieron la suerte o la desgracia de tener como lengua propia el castellano.
Una de sus más reconocidas obras, A Esmorga, que escribió en los años 50 durante su exilio bonaerense, ha sido adaptada por Ignacio Vilar para producir una de las películas españolas más sugerentes de lo que llevamos de año.
Podemos contar, para los que no la han leído, que la novela cuenta la historia de tres viejos amigos, Cibrán, Bocas y Milhomes, compañeros de juerga en la campiña orensana que durante veinticuatro horas se dedican a beber como cosacos, visitar locales de alterne, robar, destrozar lo que encuentran a su paso y reír como si el mundo se acabara.
A priori la propuesta se podría vender en un pitch como un Resacón en Las Vegas en un pueblo de Ourense de los 50. Hasta aquí, la película ya sería original. Pero lo que la hace única, a parte de su lengua y lenguaje, son las maravillosas interpretaciones de su trío protagonista, Miguel de Lira, Antonio Durán “Morris” y Karra Elejalde, y por una ambientación magnífica que consigue que nos metamos de lleno en el mundo rural gallego durante el franquismo.
Es una película dura, melancólica y lluviosa, una tragicomedia de borrachos dulces y despiadados, una road movie a pie por lugares desangelados. Con unas notas de piano en ocasiones demasiado presentes como único elemento de contrapunto dramático, el film navega de trago en trago hasta el final, haciéndose cada vez más denso y oscuro.
Sin embargo, la adaptación adolece de dos problemas que a buen seguro tenían difícil solución. El primero es una trama donde todas las balas se disparan rápido, permitiendo al espectador saber qué va a pasar o qué ha pasado desde casi el principio, lo que resta sorpresa e interés. Lo segundo es su duración, a todas luces excesiva debido a su aire teatral y que reduce la intensidad de la propuesta al incluir escenas fácilmente recortables desde montaje. En ese sentido la película habría funcionado maravillosamente si hubiera sido rodada en los años 60, pero en el siglo XXI el público demanda otras soluciones.
Pese a todo, se trata de una propuesta original, que adapta al cine una obra literaria moderna y compleja de una manera más que interesante, y con unas interpretaciones de auténtico lujo.
6,5/10