Crítica de Acero puro
Toca, de nuevo, redimensionar expectativas propias y montarnos en el caballo del remembering para poder apreciar película. Supongo que hay quien creerá en la inflexibilidad del discurso y en lo absoluto de la valoración crítica, cerrada y asimétrica: la película es una, y el crítico es uno. El mensaje único y su interpretación inamovible. Resultado, con matices, la película es buena o es mala, pero su apreciación resulta unidireccional: del producto al crítico y de este al lector. Sin feedback.
Pero ya sabemos todos de qué va esto del cine-espectáculo del XXI (diálogo de ida y vuelta –grueso, pero diálogo- entre película, crítico, entorno, contexto y público); conocemos, a fuerza de que nos las embutan con calzador, las reglas del revivalismo; y además estamos tan sobre aviso en todo que casi nadie va a poder quejarse cuando se meta en una sala de cine y constate que Acero puro es simple y llana recuperación de un espíritu familiar y conciliador; una vuelta a un entretenimiento tan blanco que casi transparenta y cuyos motivos (ampliar el espectro de edad para atraer a cuanta más gente mejor) deberían importarnos un carajo. Porque reprogramado el chip, a Acero puro se le debería pedir candor merengoso y espectáculo febril. ¿Cumple? Vaya si.
No caben cinismos en esta historia de exboxeador del futuro que, tras la prohibición, decide buscarse la suerte haciendo pelear a un desastrado robot en corrales de mala muerte. Hasta que le llueve un hijo con quien debe redescubrir lazos afectivos y con el que se embarca en un viaje de redención: recuperar el esplendor yendo a parar a las ligas mayores, metáfora pasteurizada y desnatada de la recuperación de sus responsabilidades paternales. De modo que el contenido se empapa del continente y lo mejor que puede hacerse es esperar, visto lo visto, un drama pugilístico old school que –sólo eso- no se tome a mofa la construcción de personajes y sepa sustentar el drama, por muy de garrafón que sea.
Lo consigue. A golpe de guiños a las convenciones (de El campeón a Fat City) o directos hurtos de guión (mucho Rocky) para un argumento prestado de The Twilight Zone que escribió Richard Matheson, Shawn Levy vuelve a salirse con la suya a pesar de su terca incapacidad habitual para pergeñar un espectáculo de corte mínimamente personal. Y aquí su estrategia es evocar de nuevo los fantasmas recalcitrantes de los ochenta y los cadáveres últimamente redivivos (all glory to J.J Abrams) del «cine para todos»; cortesía, faltaría más, de un Steven Spielberg que pone cartera y nombre. Sí, claro, no hay que ser muy puntilloso para llamar a todo esto acumulación de clichés, pero son de grata recuperación: ahí está el adulto carrasposo que deberá aprender a amar al hijo caído del cielo; la sidekick audaz que ejercerá de reposabrazos sentimental; el niñato listillo; el abusón mafiosil con cuentas pendientes; el espíritu general de redención y superación.
Lo cierto es que si uno se deja llevar, a fuerza de una especie de extraña honestidad basada en el limpio espectáculo, le va cogiendo cariño al invento. El robot luchador, esa especie de Gort de gasolinera con la expresividad de Twiki funciona como perfecto catalizador SXXI (esto es, totalmente retro) del ítem «niño y monstruo», un ET frígido del que nunca se sabe si es algo más humano de lo que aparenta. Se juega con la ambigüedad espiritual del golem en cuestión y se lo coloca en el centro de una relación que se extiende hasta el tercer polo, el padre, para poner en práctica algo poco habitual en este tipo de cine: trabajar, aun usando el caño grueso, la emotividad a partir de los propios personajes más que a partir de la voluntad desesperada de epatar al respetable tirando de castillo de naipes digital y cacharrería CGI.
Y hay exhibicionismo, ojo. El derroche de tuercas pixeladas es notable, pero la pelea robótica nunca ocupa el primer plano del drama. Con el punto de vista sobre la lona (y prescindiendo de slow motions o zooms forzados), la cámara tiende a escapar hacia afuera, a la esquina donde se encuentran los protagonistas, donde está la auténtica humanidad del relato. Y si acaso ahí podría radicar el corazón de la cinta; en ese choque entre lo humano y lo mecánico. O bien, ya puestos, en el triunfo de lo tradicional sobre el diseño hipermoderno (y no es paradoja) en una película que aunque se prevé pornográficamente cara y de rotunda factura hi tech logra transmitir un cierto sentimiento de callejón trasero. De gimnasio de barrio. De canto al proletariado sobre el corporativismo y el capitalismo carnívoro.
Puede ser todo fachada para una película que produce, recuerdo, Steven Spielberg. Por supuesto. Y además puede serlo para un espectáculo conservador en las formas y el fondo cuya máxima audacia es fusionar un género casi noble, medular al Hollywood clásico (de El ídolo de barro a Cuerpo y alma; o de Más dura será la caída a Réquiem por un campeón) con la fantasía epiléptica de la tradición mecha japonesa. También noble -hasta reminiscencias feudales había en todo eso, diría yo-, pero a su propia y nipona manera.
Resultado, un conglomerado populista que termina cuadrando a golpe de lagrimón del gordo y épica deportiva desaforada y que requiere de la asunción de los códigos de silencio del crítico impenitente que todos llevamos dentro en favor del espectáculo bestia. Lo decía al principio de esta reseña: hay que entender la película ni más ni menos como lo que es.
Y lo que es, es un gozoso juguete que resulta bastante honesto, directo, potente, más furioso de lo esperado, tremendamente divertido y hasta emotivo a la antigua usanza. Muy, muy disfrutable. Eso sí, que sea antes de que acaben fiestas o la reacción antiglucémica del post-turroneo os va a poner sinceramente difícil la deglución de esta Acero puro.
7/10
Yo es de lo peorcito que he visto este año. El combate final tiene momentos en los que sentí cierta verguenza ajena, el exceso de azúcar era brutal.
Pues a mi me parece entretenimiento puro y cojonudo… pero claro, yo no tengo la necesidad de que me pinchen el culo con un clavo oxidado en todas las películas. Suertudo que es uno.
A mí también me pareció muy muy entretenida, y además no fui con muchas expectativas sobre la película, así que fue una medio sorpresa xD. Quizás eché en falta algo más de épica en la pelea final, y verle más cacho a Evangeline Lilly…pero bueno, tampoco se puede ser tan exigente!
Hombre, David, decir eso significa no aceptar las reglas de un juego que queda claro desde un principio. Por supuesto que hay exceso de azúcar, pero no es sólo en el combate final, es desde el minuto uno, y es que de eso se trata. De apelar a un tipo de cine atemporal (por añejo, vale) y familiar en el que los clichés han terminado por convertirse en convenciones genéricas.
Uno es muy libre de rechazarlo por empacho, desde luego, pero te aseguro que incorporando esa buena fe inocente al visionado, la cosa se hace muy tolerable y al final (como el nivel técnico es elevado) "Acero puro" termina convertida, como bien dicen Bender y Ppdinamita (qué tal, tíos), en un superentretenimiento.
(Ppdinamita, +1 a lo de Evie Lilly XD)
Saludos variados!
Sobre gustos… A mi, me habría entretenido mas, si no hubiera sido un refrito de personajes, enclichados en una historia que no perdona tópico alguno.
Típico producto industrial, hecho para un consumo masivo, y recuperar la inversión. Igual que un burgger, para mi eso, en cuanto a calidad, podría llegar al aprobado; y, en cuanto a gustos, cada uno con el suyo.
oye a mi pareció un cinta muy inocente y entretenida de verdad q me gusto, claro no es lo mejor de este año.
Toda la razón! La película no es especialmente buena, pero molar mola un montón. Eso pretende y eso consigue. O sea que bien por ella!
así DEBERÍA DE SER TODAS LAS PELIS COMERCIALES….Y NO MALAS COMO AÑO NUEVO, EL TURISTA, CREPÚSCULO ENTRE OTRAS OBSCENIDADES.
gloriosa. Cuando te leí en su día me lo tomé en plan "ya está con los antidepresivos otra vez", pero me quito el sombrero por tus huevos. Redimensionemos, ok. Redimensionatus habemus. Qué pura gozada (jeh, sí, puRa, esa era la palabra, sí)