Crítica de Adam (2019)
El 2020 acabará y entre muchas otras cosas habrá servido para redefinir el concepto de normalidad. Un año en el que muchos hemos visto cómo lo distinto formaba parte de nuestra cotidianidad. Y en la forzada primera edición online del festival D’A (fiesta del cine de autor en Barcelona, este año accesible a propios y extraños vía Filmin), una película ha hablado de exactamente lo mismo, pero desde una temática en las antípodas: porque en Adam, la cosa va normalizar lo que lamentablemente aún es motivo de sobresalto para muchos: que una persona no tenga por qué sentirse bien con lo que le ha tocado de fábrica y pueda optar por un cambio, sin por ello perder su condición de ser humano.
Todo ocurre desde el punto de vista de un adolescente cishetero (Nicholas Alexander) que de la noche a la mañana se ve involucrado en la vida de una miríada de personas del colectivo LGTBIQ+ del que hasta ahora era totalmente ajeno. Si se empapa de él, es porque viaja por primera vez a Nueva York para pasar el verano con su hermana (Margaret Qualley) lesbiana y acaba colgándose de una chica (Bobbi Salvör Menuez) también gay, en un evento a favor de sus derechos. El cuelgue es correspondido, pero porque ella lo toma por transgénero.
De entrada no sobresale en ningún aspecto como cine indie
Este curioso capricho amoroso veraniego da el pistoletazo oficial al enésimo coming-of-age indie con tintes de comedia y drama romántico, que de entrada no sobresale en ninguno de sus aspectos si se compara con cualquier otro exponente. No lo he dicho, pero todo ocurre en la Nueva York de 2006, para más inri. Momento crucial para los derechos trans… pero a nivel cinematográfico implica esa irritante mirada hacia no-muy-atrás tan hipster del género en el que nos encontramos.
No, no es un hito del indie, pero cumple a las mil maravillas con el, repito, principal objetivo tanto de Rhys Ernst (responsable de Transparent) como, supongo, del homónimo libro en que se basa, escrito por Ariel Schrag (responsable de la adaptación cinematográfica): la normalización, o lo que más bien es el interiorizar una nueva normalidad.
El logro de Adam reside en centrarse en personas y no entrar en guerras
Han habido quejas sobre de la manera en que Adam trivializa, a veces parecería que caricaturizase incluso, pero lo cierto es que evita en todo momento entrar en polémicas. Al contrario, si alguna situación se antoja especialmente rocambolesca (una fiesta sexual digna de los sueños más húmedos de Jesús Franco) es porque se ve desde el prisma de un protagonista que está mirando por vez primera. Si algún tema no se desarrolla más allá de cuatro pinceladas básicas, es porque está de más en relación a sus objetivos de conquista emocional. Ryan Murphy la clavó brillantemente en la primera temporada de Pose (cuya protagonista, MJ Rodríguez, se deja ver por aquí y no sólo por ser uno de los rostros más visibles de la lucha por la aceptación): no hay mejor manera para que una cuestión cale en la gran mayoría, que camuflándola en forma de marco para un interés principal universal. Porque así se ataca al subconsciente. El logro de Adam reside en que tras un primer tercio en que la polvareda que ha levantado lo eclipsa todo, evoluciona de tal manera que a la postre, lo que mueve al espectador son las ganas de que sus personajes principales y secundarios acaben siendo felices, arreglando sus peleas o conflictos, enrollándose al final de la noche. En fin, una comedieta ligera sobre personas, con independencia de artículos, géneros o etiquetas.
Y esta es la manera. Las batallas a pecho descubierto están bien para que un espectador descubra una temática nueva, pero acabará tan agotado a la postre, que le importará un soberano rábano (o si no, que alguien me diga qué impacto ha acabado teniendo la cacareada Bombshell, sobre el #metoo). Ernst orbita en latitudes totalmente distintas, relajando beligerancias sin por ello perder un ápice de intenciones. Su Adam no es un caballo de batalla, sino una comedia romántica indie que como tal afecta al estado anímico del público, y como tal puede valorarse. ¡Y bajo este prisma ni siquiera es especialmente destacable! Pero a lo tonto, pone a trabajar el subconsciente para que se interiorice algo que de entrada podría resultar chocante. Así que sí, que se quejen quienes no vean en ella una descripción puntillosa de esto o lo otro; que la rechacen por no llevar el cuchillo entre los dientes en todo momento. El problema lo tienen ellos. El resto podemos dar la bienvenida a la nueva (que ya no debería considerarse tan nueva) normalidad.
Ojo, que lo mismo te interesa…
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En pocas palabras
Vulgar y corriente coming-of-age indie que justamente encuentra en su cotidianidad su mejor baza, al invitar a la normalización del amor por uno mismo y entre personas con independencia de las particularidades de cada uno.