Crítica de Afterparty
Aprovechando el filón de Tú eres el siguiente por un lado, y del reality veraniego de moda por el otro, Telecinco recupera el estreno de una película de la que nadie parecía acordarse (tanto es así como lo hace mediante Emon, cuando en un primer momento iba a distribuirla eOne). Afterparty arranca como si de una escena eliminada de la citada cinta de Adam Wingard se tratara: un bosque, dos enamorados a punto de hacer un picnic nocturno, y de golpe un asesino con máscara animal dándoles caza. Pero hay truco, se trata del episodio final de una serie titulada ‘Campamento’. Episodio final que se filtra por Internet antes de su emisión por lo que de golpe, la cadena y sus protagonistas se ven con un marrón; máxime cuando ese final significa el abandono de una de sus estrellas, que no la principal: un tal Capitán que ya suena como sustituto de Antonio Banderas para tres nuevas películas de cierto superhéroe enmascarado (¿en qué año se rodó esta peli?). Pero al actor, filtraciones y controversias del corazón se la traen más bien al pairo. Metacine de garrafón para ir a parar a un caserón donde se celebra una fiesta de excesos de todo tipo, tetas y drogas a la cabeza, con la que ir presentando al grupo protagónico (el Capi de marras por delante). Un grupo que en el afterparty al que se refiere la película será sometido al esperable juego de supervivencia con asesino de por medio.
Todo muy esquemático, personajes francamente previsibles y por tanto difícilmente recordables (no digamos echables de menos cuando vayan desapareciendo uno tras otro), interpretados para mayor inri de manera harto dudosa. Y es que si ya es difícil encontrar repartos decentes por aquí, no digamos en una cinta de género abiertamente juvenil, que encima suponga el debut de algunos de sus miembros. Pero recuperemos el hilo: la mansión de la fiesta se cierra automáticamente a cal y canto y media docena de jóvenes tan atractivos como estultos quedan en su interior con un enmascarado. Y lo que en su interior ocurre, la verdad, dice bien poco del guion del propio Miguel Larraya (la cinta supone su ópera prima en la dirección de largometrajes) en colaboración con Fernando Sancristóbal Zurita. Decisiones absurdas, reacciones imposibles… enseguida se instauran esas gélidas sensaciones que suelen sobrevenir cuando toca afrontar una de terror para después del cole de por aquí. Nadie, nadie se ha preocupado por el relleno que acompaña el entramado de muertes. Por salpimentar a sus protagonistas o condimentar la atmósfera previa a la pesadilla.
Por eso, por muchas situaciones de tensión que se den en pantalla, se asiste a ello con desinterés infinito. Y eso que si de algo hay que estar gradecidos a su director es de desplegar un estilo ágil y dinámico, mareante en ocasiones y discutible en otras, pero de buen pulso en todo caso y con algún otro momento especialmente acertado (y entre eso y que dura una hora y cuarto…). Pero el guion sigue suponiendo un impedimento infranqueable: los absurdos se suceden a mayor velocidad, quien hasta hacía un momento echaba las puertas abajo no puede dar con el asesino porque este ha cerrado una con pestillo; y sus giros de guion, muchos de ellos más propios de ‘Sálvame’ que de una película de terror, generan más dudas aún. O las generarían, si la cosa importara lo más mínimo. Pero la verdad es que cuando llegan, Afterparty ya es de sálvese quien pueda. Lo que se dice en la pantalla (sin spoilers) que se va de las manos, se extrapola irremediablemente a todo su arco final, un disparate que se resolvería con una buena torta bien dada y santas pascuas, o con mantener ese tono de slasher voluntariamente desfasado, pero que sin embargo echa por tierra cualquier atisbo de credibilidad que pudiese perdurar en relación al producto en sí.
Y es que Larraya no es Antonio Trashorras. Allí donde el segundo sabía perfectamente lo que se traía entre manos y por eso llevaba El callejón (otra tv-movie de género estrenada en cines) hacia ese clímax de ovación, el primero parece tomarse demasiado en serio Afterparty, y esa burda y previsible alternancia final entre drama de personajes, exploit desfasado y crítica a la mano que le da de comer (esto, a la postre, es una gran parábola sobre los fanatismos televisivos) le acaba pasando factura, suponiendo la puntilla de un subproducto, impropio de la gran pantalla, auto-condenado al olvido.
3/10