Crítica de Almas condenadas

Creo que la herejía no es excesivamente sangrante si afirmo que Wes Craven nunca me ha parecido un gran director. Que nunca ha hecho un trabajo especialmente sobresaliente tras la cámara ni ha sido propietario de una personalidad formal aplastante que lo distinga de los demás y lo ponga a yardas de distancia de sus competidores en el terreno del exploit terrorífico.
Pero sí se le pueden reconocer varias virtudes. La primera es que es un estupendo artesano y que ha ido curtiendo su cámara hasta tensarla de manera que llega a hacer fácil lo que igual no lo es tanto. Que ha sido capaz, en virtud de esa eficacia artesanal, de fabricar momentos de un terror atmosférico de lo más bruto (en todos los sentidos de la palabra), manejando los elementos de la puesta en escena y el montaje interno. Y la segunda que, especialmente, se ha convertido en uno de los mejores constructores de iconos del cine de miedo de los últimos treinta años. El hombre que creó a Freddy Krueger y a Ghostface no puede ser mirado por encima del hombro, por favor. En ese sentido, sí, Craven es un maestro.
Pero uno no puede ser toda su vida un inventor. Pocos pueden serlo. Las antiguas ideas se secan y lo que en tiempos parece pura revolución, si no es insuflado de nuevo aire al cabo de las décadas no parece más que repetición y acomodamiento. Estuvo bien que en su década de los 70 Craven empezara su carrera con aparatos tan incómodos como «La última casa a la izquierda» o «Las colinas tienen ojos«, que en los 80 (casi) inventara el susto juvenil en serie con sus «Pesadilla en Elm Street» y que en los 90 lo actualizara a base de iconoclastia y autoparodia vía Kevin Williamson «Scream». Pero una tercera vez ya no cuela. Un nuevo autoremake sobra. Y se hace difícil de creerlo, porque esta «Almas condenadas» con ínfulas de futura saga se rodó antes que la más cachonda «Scream 4«, pero estamos ante una estupidez digna del peor de sus alumnos/saqueadores.
Parece una broma pesada, ya habiendo visto «Scream 4», ese batiburrillado inicio, tan confuso y rizorizante como el de la nueva entrega de Ghostface. Pero es sólo un aviso de lo que se nos viene: un slasher con una historia manida, plana, subnormal y directamente (como decía) auto-ripeada de «Pesadilla en Elm Street». Aquella en la que el mal es como la energía, que no muere, sino que se transforma y se transmite. Esta vez, hay un psicópata paranormal que tras 16 años vuelve de la tumba en forma de reencarnación para cepillarse a siete jóvenes que nacieron la misma noche que él fue asesinado; y, de nuevo, habemos metáfora gruesa de la maduración juvenil (los chavales que se ven obligados a enfrentarse a su mayor miedo) que se mezcla con la cultura botellonera en la que el objetivo, en el fondo, sigue siendo el mismo: el ansiado folleteo. Pero tampoco en ese sentido pisa fondo. Quizá se contenta con establecer las piezas en el tablero (el grupo de chavales con distinto grado de sospechosidad y outsiderismo, el instituto donde transcurre todo, el «asesino icónico» de turno, este con muchísimo menos carisma que los anteriores, el viraje final hacia el más plano whodunit) y a mover esas piezas por una mal llamada trama a golpe de susto barato y degoteo de muertes más o menos regular cargadas con la cantidad justa y necesaria de gore. Una historia en la que mezcla elementos sobrenaturales con un componente religioso que se confunde con el supersticioso y este a su vez con la leyenda urbana de tintes mitológicos. Es como si se quisiera apelar desde una óptica pija a los postulados del american gothic, solo que prescindiendo de la mugre y la furia, y manteniéndose demasiado alejado de la esquizofrenia peligrosa de un primer Tobe Hooper.
Nada. Donde debería haber subversión, una de las más deseables virtudes del género, sólo se percibe un automatismo más amigo de la taquilla granulienta que del riesgo, y que termina certificando lo absurdo y llevando a la película a terrenos en los que directamente abraza un peripatetismo teen al que no haría ascos una hipotética tvmovie para The CW.
Wes Craven, en fin, es un tipo que ha hecho bien al cine de terror, pero también mucho mal. Y que para evitar el ridículo, entrada la segunda década del siglo XXI sólo le queda verse a sí mismo como una figura de valor pop y elevado sentido de la autodesmitificación. Menos mal que lo de «Scream 4» vendría después porque, la verdad, en «Almas condenadas» hay poco de todo eso. Mala, mala.

2’5/10

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Xavi Roldan empezó la aventura casahorrorífica al poco de que el blog tuviera vida. Su primera crítica fue de una película de Almodóvar. Y de ahí, empezó a generar especiales (Series Geek, Fantaterror español, cine gruesome...), a reseñar películas en profundidad... en definitiva, a darle a La casa el toque de excelencia que un licenciado en materia, con mil y un proyectos profesionales y personales vinculados a la escritura de guiones, puede otorgar. Una película: Cuentos de Tokio Una serie: Seinfeld

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