Crítica de Alta mar (Netflix, temporada 1, episodios 1 y 2)
Parece que no se le escapa una a Netflix. A la que pesca un filón, se lanza a por él con las garras por delante. ¿Que parece que en España tienen éxito las series de pasado reciente, contra todo pronóstico? Pues marchando, y a paladas. ¿Qué parece que además engresca el rollito whodunit? Pues venga, tiro seguro: hete aquí que llega Alta mar, sobre un viaje a bordo de un transatlántico, en los años 40 y con crímenes de por medio. ¿Qué puede salir mal?
Los dos episodios iniciales de esta primera temporada no dejan pie a duda: ritmo, montaje, música, tono… todo tiene forma de despreocupado cluedo por el que deambulan infinidad de personajes, todos ellos con secretos que dan pie a pistas, todos ellos con motivos para comportarse de modo lo suficientemente extraño como para estropear la que tenía que ser una travesía de ensueño, en un barco enorme (imagínese la Torre Eiffel en horizontal) con no pocos parecidos a cierto otro crucero desafortunado. De hecho, la propia serie parece calcar planos de… bueno, en verdad de Titanic 2, tales son sus limitaciones técnicas.
Por eso mismo acude a planos coloristas, primerísimos planos, fondos desenfocados, y en general cualquier triquiñuela posible, para tratar de encajar una voluntad artística vistosa con sus carencias digitales, haciendo de todo ello un inesperado homenaje a Sky Captain o similares. Pero siendo, en verdad, autoconsciente en todo momento.
Como lo es de su mera concepción. En no pocas ocasiones, Alta mar recurre a forzadísimos clichés (si las mujeres no nos defendemos entre nosotras, quién lo hará; Dios no tiene nada que ver con esto…) para subrayar más si cabe su condición de exploit de infinidad de lugares comunes. El ritmo sin pausa, especialmente al inicio, el plagio de recursos (los ya mentados planos a lo James Cameron, el abuso de planos picados…) o las interpretaciones sobreactuadas añaden más leña al fuego: aquí se viene a consumir minutos a velocidad de crucero, sin usar más de una neurona para intentar averiguar quién es el caco.
Vale, pero los problemas acechan, sumergidos. Y a la mínima, empieza la marejada. Primero, porque en verdad todo lo hemos visto ya en demasiadas ocasiones. No hay nada especial en Alta mar que justifique su existencia. Ni artística, ni argumentalmente. Y segundo, ay, porque se sufre más que se disfruta, al hacer tan evidentes sus esfuerzos por calar, por alcanzar una meta que se aleja cada vez más y más: sus primeros compases meten al espectador en medio del remolino, es acribillado a base de precipitada entrega de información. Pero luego toca ampliar, profundizar, empezar a hilvanar subtramas de interés tendiente a cero, y ahí empieza la pelea. Una pelea desigual entre la serie y el desdén, para la que la primera no tiene más armas. Empiezan a notarse las tremebundas desigualdades interpretativas, se le entienden perfectamente los sencillos mecanismos sobre los que pivota (mil pistas al principio y luego ya se irán desgranando paulatinamente)… y si uno se asoma a otear el horizonte, parece bastante claro que no hay nada más que ver.
Hablamos, claro, de los dos primeros episodios. Quizá haya un as escondido en la manga de alguno de los capítulos sucesivos, algo que cambie totalmente el rumbo. Pero de entrada, lo bueno que tiene Alta mar es que no pretende engañar a nadie dándoselas de lo que no es, y que sólo busca caer simpática. Lo malo… que no es suficiente.
Trailer de Alta mar
Valoración de La Casa
En pocas palabras
Planteada como divertimento sin pretensiones, Alta mar no consigue mantener el interés pasado su precipitada introducción, y acaba naufragando mal que le pese.