Crítica de El amanecer del planeta de los simios (Dawn of the Planet of the Apes)
Culpa del hype; de las (por otra parte justificadísimas) expectativas generadas tras El origen del planeta de los simios. Culpa de Matt Reeves, de Michael Giacchino o del trío de guionistas: a los repetidores Rick Jaffa y Amanda Silver (que actualmente escriben las próximas entregas de Parque jurásico y de Avatar, lo cual explica muchas cosas) se les agrega Mark Blomback, a quien le debemos cosas como Lobezno inmortal o el remake de Desafío total (lo cual también explica muchas otras). O culpa de que, simplemente, El amanecer del planeta de los simios debía ser tan distinta de su predecesora, que ha tenido que arriesgar. El caso es que algo falla, algo muy gordo, durante buena parte del primer gran arco argumental de la cinta, que dicho en palabras pobres viene a ser todo el (alargado) metraje que precede al esperado y cacareado enfrentamiento entre simios y humanos. Falla lo suficiente como para afectar a todo el film en su conjunto, y me da a mí que pueda pasarle demasiada factura si el espectador se queda anclado en tales sensaciones y no consigue avanzar. Y lo que falla, ay, es una falta de análisis de consciencia, de reconocimiento del terreno en el que se juega: porque esta es la película en la que, tras la problemática generada por el ser humano en la primera entrega, se ve por fin el planeta de los simios; han pasado diez años, los monos son la especie dominante y hablan entre ellos y viven en casitas y hacen graffitis y toda la pesca. ¿Suena ridículo? Bien, puesto que ES ridículo, lo cual no es necesariamente negativo sino todo lo contrario, siempre y cuando quienes se encarguen de contar la historia sean los primeros en reconocerlo. Autocrítica, autoparodia, posmodernitis, llámese como se quiera, pero a un lado y al otro de la pantalla debe respirarse el mismo estado de ánimo o, como diría aquél, cagada la hemos.
Aquí, tanto director como guionistas, y compositor de la BSO, se toman muy en serio a sí mismos, buscan darle una gravedad excesiva a la recreación de la vida del mono evolucionado (al tiempo que los efectos digitales se esmeran por hacer a los animales demasiado humanos) y por consiguiente exigen que el espectador sea el primero en fruncir el cejo y aceptar con total rigurosidad lo que sucede en pantalla, que es, objetivamente… lo dicho, ridículo. ¡Son monos que hablan, un poco de humor! Y lo que es peor: la cinta ni siquiera sabe estar a la altura de sus demandas, dibujando personajes y situaciones que son una acumulación de clichés casi desvergonzada, para tirar para delante un discurso hippiesco de andar por casa. Hasta quedar todo en poco más que un exploit de Avatar, en definitiva, sólo que con una conducción emocional aún mayor gentileza de un Giacchino que hace demasiado de Giacchino en las situaciones más al límite (entendiendo como tales las que, íntimas, mayor requieren que el espectador haga la vista gorda). Mal, sí… Pero a la vez no. Y es que lo que se ha hecho ha sido tomar una decisión y cumplir con ella a rajatabla. Estaba claro, ya lo decíamos, que la secuela debía ser bien distinta y hacerse con una personalidad propia, puesto que el tablero ha cambiado radicalmente: han pasado diez años (en la ficción), han desaparecido todos los actores/personajes a excepción de los digitales, y en general, el argumento es un mundo aparte. Ahora los protagonistas principales son los monos, y se ha apostado por hacer con ellos lo que se habría hecho con personajes de carne y hueso hasta la última consecuencia. Por lo tanto, tocan saltos de fe, toca tragar y asumir el golpe inicial (esas escenitas de familia feliz…), para poder progresar so pena de que el rechazo sea definitivo.
Porque sólo así, abriéndose de miras, se puede disfrutar de El amanecer del planeta de los simios en condiciones. Superando el pseudo-traspié, se asume la trascendencia que de manera tan desesperada busca el film, y por tanto se entra a su segundo bloque (el esperado por todos) de la manera en que Reeves y compañía pretenden. El bloque del enfrentamiento. Poco importan las maneras harto previsibles en que se llega al conflicto, el caso es que una vez ahí la película sí adquiere una épica espeluznante, con momentos de puro goce para los sentidos en los que a quienes antes apaleábamos, ahora llevan a cabo trabajos encomiables. En una suerte de revisión acústica del Dr. Jekyll, la banda sonora da de lleno en la diana en los momentos de mayor envergadura, la mejor versión del compositor de Perdidos, al tiempo que el director de Monstruoso nos regala planazos inolvidables mientras confirma su condición de narrador estupendo: atención a esa cámara fijada en un tanque; o a todo el clímax en general, harto generoso en minutos, por cierto. Y así, desde la distancia y con el buen sabor de boca final, los titubeos iniciales se digieren mejor y son hasta comprensibles (¿veis? Os decíamos que no debíais quedaros con las sensaciones del principio). Si se contempla el film desde su propia lógica, atendiendo a su funcionamiento interno y rebajado el hype, resulta que nos encontramos ante un producto nada desdeñable cuyo mayor pecado, si acaso, ha sido recurrir a la tragedia nolaniana (todo muy oscuro, y prohibido reírse) allá donde se pedía a gritos algo de distensión whedonista. En fin, el 90% de filmes hoy en día cometen el mismo error.
Sí se le pueden recriminar errores de bulto en forma de una construcción que en todo caso recurre a un cliché tras otro, haciendo que nada de lo que ocurra en sus 130 minutos suene a nuevo. Y de personajes humanos que no importan a nadie y mucho menos a los guionistas, cayendo para mayor inri en intérpretes de personalidad francamente cuestionable; con un aparte para Gary Oldman, cuyos diez minutos contados en pantalla sirven sólo, diríase, para justificar la presencia por imposición de una gran estrella de Hollywood. Errores que, a fin de cuentas, deben tenerse siempre en consideración cuando de afrontar un blockbuster se trata, y que por tanto evitan que el film alcance la categoría de obra maestra, pero tampoco molestan más de lo acostumbrado. Por lo demás, en el fondo deberíamos alegrarnos de que se haya apostado desde el principio por una personalidad muy marcada y netamente distinta ya no sólo a la de la predecesora, sino a la de toda la saga en general. El amanecer del planeta de los simios es una película bien hecha, cuidada (huye de esa molesta sensación de película-por-piloto-automático por mucho que se encuentren referencias evidentes ya no sólo a James Cameron, sino a Parque jurásico, a Perdidos o, a nivel visual al menos, a Soy leyenda y The Last of Us) y francamente disfrutable. Y a su manera, arriesgada, valiente. Otra cosa es que ese riesgo haya tenido o no consecuencias únicamente positivas.
7/10
Yo ésta iré a verla el 25. Aunque me has dejado un poco frío con el inicio, ya veía venir que ésta película no llegaría a las cotas de originalidad de la primera entrega.
pues ya nos dirás, a partir del 25 esperamos tus comentarios ;)
Justo pensaba en TLOU cuando veia la pelicula… juegazo de ND
Bueno, pues acabo de llegar de ver la peli y debo decir que si señor. Ole por los huevos de estos señores, se lo han currado pero que muy bien. El principio, pues si, que tienes toda la razón, que es muy ridículo, vale. Pero es que la traca final vale la pena pero mogollón. Ole, ole y ole. Hasta mi novia ha llorado al final con la peli.