Crítica de Amazing Grace
La historia va como sigue. En 1972 un equipo de rodaje coordinador por Warner Brothers y liderado por el director Sidney Pollack se desplazó hasta la Iglesia Baptista Misionera New Temple en Watts, Los Angeles, con el propósito de documentar sendos conciertos que Aretha Franklin dio en dos noches consecutivas. Franklin, que por entonces no había cumplido los treinta y ya había publicado algunos de sus mejores y más populares discos (I Never Loved a Man the Way I Love You, Lady Soul, Aretha Now, Spirit in the Dark), convirtió la grabación de esas dos noches de catarsis en su LP más vendido. Pero su feliz “recording of” fílmico se perdió, por incompetencia de Warner bros, (des)intereses desconocidos o franco error humano, en una noche de los tiempos televisivos, el almacén al que iban a parar todos los productos desechados, los documentos periodísticos fallidos y los fails televisivos en general.
Traspapeleo lamentable ahora enmendado por el productor Alan Elliott, quien tras pelearse con la sincronía entre vídeo y audio de las grabaciones (uno de los aparentes problemas que impedirían su luz verde en los 70) y habiendo capeado impedimentos legales interpuestos por la propia Franklin desde hace años, ha logrado finalmente estrenar el producto. Una tarea que nunca dejará demasiado clara su proporción de autoría versus simple manufactura. Porque, seamos claros, Elliott lleva a cabo lo que parece ser una intachable labor de montaje y ritmo, pero también es cierto que será injusto negarle su parte del mérito artístico a un Sidney Pollack que, cierto, tenía poco recorrido en esto del documental musical. Y absurdo no reconocer que toda la fuerza emocional, todo el corazón y el alma recae en los intérpretes, en el inevitable Reverendo James Cleveland, quien oficia la ceremonia con sus speeches y su piano, o en la dirección del coro de Alexander Hamilton. Y muy especialmente, por supuesto, en la propia Aretha Franklin.
Auténtica fuerza de la naturaleza la intérprete se sitúa como lógico centro del interés de la película. Tras el micro o al piano, en formato gospel o pop, derrochando torrencial carisma demuestra su infinita capacidad para conectar con las parcelas más íntimas del alma, de lo espiritual, de la emoción pura. Por ello muy conscientemente se deja que Franklin transmita todo con su música, gestos, expresiones, miradas, lágrimas, risas. Más allá de las canciones, apenas si le oímos la voz. Y sin embargo la película resulta en una explicativa muestra de lo que significó su figura, de lo que ella misma sintió cada vez que daba forma, cuerpo y personalidad a esas canciones, muchas de las cuales estaban escritas por otros. Esa pasión absoluta, esa entrega, esa fe en la palabra -y en entregar la palabra-, en el ritmo y en la melodía queda reflejada en las reacciones de una parroquia entregada a su ministra: el diálogo entre artista y público (entre quienes también se encontraban Charlie Watts y Mick Jagger) es orgánico, vivo y ejemplifica una comunión total.
Más cerca del concierto filmado que de la biografía musical, más de Stop Making Sense o El último vals que de What Happened, Miss Simone?, Amazing Grace rehuye de todo lo que no pertenezca al terreno de lo lírico. Los interludios, oficiados por el Reverendo Cleveland, sirven para presentar las canciones. Cualquier exposición explícita del contexto, de la vida de la artista, de sus inquietudes privadas quedan ausentes de la diégesis. La película funciona como un ejercicio de despojo, de modo que sus imágenes se muestran desnudas, pero en todo momento destilan una belleza extrema situada entre lo terrenal y la iluminación. Las interpretaciones de Climbing Higher Mountains, de ese medley de Precious Lord, Take My Hand y You’ve Got a Friend o de la propia Amazing Grace son puro gozo, emoción incontenible, coolness irresistible, don divino y elegancia suma.
Y es que en estos últimos meses obras como Rolling Thunder Revue o Homecoming han resucitado de nuevo el principal superpoder del documental musical: el de emocionar apelando a la electricidad de la puesta en escena más que a la figura privada que está detrás. Porque el mejor homenaje que se podía hacer a una artista del tamaño de Franklin no era cantar sus bondades en una tercera persona hagiográfica, sino dejar que ellas se expresaran por sí mismas de la manera más honesta y sincera posible: en toda su austeridad, Amazing Grace es una película majestuosa.
Trailer de Amazing Grace
Valoración de La Casa
En pocas palabras
El productor Alan Elliott repara un error garrafal en la Historia del documental gospel. Recupera las imágenes de las sesiones de grabación del disco Amazing Grace de Aretha Franklin y da forma a la película que su director original, Sidney Pollack, habría querido. La de una absoluta joya del género.