Críticas de American Horror Story. Asylum
Segunda incursión del polifacético Ryan Murphy en el género maldito del terror serializado. Tras sorprender con aquel gran homenaje al cine de terror en muchos de sus subgéneros (fantasmas, casas encantadas, asaltos domésticos, asesinos en serie…) que fue la primera temporada de American Horror Story, Murphy en compañía de su segundo Brad Falchuk, se atreven con el más difícil todavía en la independiente Asylum. Cambio de localización, cast (con varios nombres repitiendo en diferentes papeles), trama y época. Esta vez la historia es la del manicomio Briarcliff, una institución en manos de la Iglesia que en su interior encierra a diferentes criminales y enfermos mentales. En plenos años 60, la periodista Lana Winters (Sarah Paulson) se propone cubrir la llegada de un famoso criminal apodado Bloody Face. La curiosidad de la periodista choca con la rigidez y el afán intimista de la hermana Jude (Jessica Lange), encargada de Briarcliff.
Sobre este punto de partida, la serie comienza una acumulación de giros, nuevos personajes, elementos esperpénticos y escenas perturbadoras que llegan a ser abrumadoras. Es muy difícil construir una antología del terror y mantener una línea argumental clara, y esta vez los encargados de Asylum no han conseguido este objetivo. Desde la preproducción de esta segunda temporada, era sorprendente la cantidad de nombres que se añadían a las filas del proyecto de Fx. Esta saturación de personajes pasa factura en según que momentos. La campaña publicitaria promocionaba los nombres de Chloë Sevigny, Adam Levine (cantante de Maroon 5 y puro reclamo pop) o Clea Duvall como grandes estrellas, pero nada más lejos de la realidad sus personajes son puros complementos a los verdaderos protagonistas de la historia. Jessica Lange, Evan Peters y Sarah Paulson son el trío protagonista. Con especial mención a esta última. La serie necesitaba un numeroso cast para llenar la institución psiquiátrica y para ello ha contado con cameos muy interesantes de la talla de Frances Conroy (A Dos Metros Bajo Tierra), Ian McShane (Deadwood) o Franka Potente.
El mayor problema al que se enfrenta esta temporada es su final, un epílogo de dos episodios post-climax que sirve de unión entre la trama principal y los flashfowards (con un Bloody Face en la época actual) que dinamizan los diferentes episodios. Este epílogo en solitario funciona perfectamente y es un ejercicio narrativo innovador, pero su gran pega es el salto temático que constituye. Muchas de las tramas que se van elaborando a lo largo de toda la temporada apuntando a una resolución explosiva terminan abruptamente y sin demasiada atención a favor de la única trama desarrollada por completo, la de Lana. Es este personaje el principal vehículo de Asylum. Murphy es muy dado a plasmar en pantalla sus deseos (The New Normal), ideales (Glee) o fobias (American Horror Story). En esta ocasión el tratamiento del personaje de Sarah Paulson roza la tortura tanto física como emocional, haciendo pasar a Lana por mil sufrimientos (desde una terapia para remodelar su identidad homosexual, hasta ser la esclava sexual de un sádico asesino influenciado por Ed Gein). Por momentos esta «promoción busca premios» roza el ridículo ante tanta fatalidad centrada en un mismo personaje.
Son las historias secundarias de Briarcliff las que albergan una esencia diferente y adictiva. Una confundida mujer que afirma ser Anna Frank buscando venganza, una pinhead con tendencias criminales, un doctor nazi con insuflas de dios creando mutantes carnívoros y hasta una monja poseída por un demonio. Nada es demasiado en Asylum, y uno de sus grandes logros es conseguir que esta mezcla esperpéntica no sea un revulsivo para el espectador.
Disfrutar de estas trece entregas de provocación y manipulación es realmente divertido y fácil si consigues apagar tu mente analítica y desistes en la intención de montar un puzzle con todas las piezas. Lamentablemente, yo no lo llegué a conseguir.