Crítica de American Pie: El reencuentro

Algo tuvo que torcerse en nuestras vidas si de buenas a primeras dejaron de hacernos gracia los chistes gorrinos y se diluyeron los chalados que los articulaban: aquellos adalides del buen gusto gástrico (gastroenterítico), que sublimaban su propio eros cómico mediante flamígeras y retumbantes descargas de metano comprimido. Aquellos conoisseurs de la anatomía femenina ubreica, practicantes del placer de poder remacharse el rostro con un generoso par de mucilaginosas mamellas. Los que se las veían y se las deseaban para agenciarse una escalera al cielo que permitiría equiparar a la de la propia visión la linea de flotación los pezones de las ninfas, dos por individua, en el segundo piso del colegio mayor. O los que las oteaban con los ojos amusgados desde lo alto de la cabaña del árbol e imaginaban más que veían. Todos aquellos románticos, quijotes del hecho pubescente, erotómanos seborreicos con una L (de loser) colgada de la espalda, incitadores de batallas de condumio en la cantina, y que parecían querer representar nuestras filias y nuestras otras filias. Todos esos han desaparecido.

O siguen ahí, pero ya no conectan con nosotros. O somos nosotros quizá los que estamos apergaminándonos y ya poca pulpa podemos vaciarle a las naranjas de la comedia zopenca y merluzil que en sus tiempos mozos había libado ominosamente de, bueno, de Desmadre a la americana y las cosas que hacían los majaderos del National Lampoon, para aquí. Pasando por Porky’s. Pero sean las inclemencias de la edad, sea la erosión intelectual, sea la apatía existencial que sufren muchos de los que entonces eran potenciales sátiros y ahora son consumados funcionarios, el caso es que American Pie ya no hace gracia. O la hace, pero poquita más bien.

Y esto, chavalada cinéfaga mundial, es lo que anula moral y empíricamente a un producto como la incontada secuela de la saga que toca llevarse ahora al buche bajo riesgo de copiosa y tropezoica zandurria posterior. Y hay poco más que poder decir. Porque en un contexto deslenguado, salido de madre y desenroscado del sentido común como el panorama cinematográfico por el que últimamente boyamos sin pararnos a pensar en que a dos metros buceo para abajo pueden haber más tesoros (en este panorama en que el rizo rizado más epidérmico ya no coge a nadie con las defensas bajas), aumentar el ritmo de guarradas ya no es garantía de nada. Quizá andar seriamente por la línea, llevar la incorrección política al paroxismo (gags que incluyen niños pequeños, ahí es nada) es lo que garantice dos, tres momentos de caudalosa eyaculación cómica, pero todo lo demás aparece diluido en un suero fisiológico preocupantemente soso, caduco, rebajado con agua del grifo. Y contra eso no se puede luchar.

Será una voraz ansia de satisfacer nuestro soma cómico, pero esperamos justo eso. Risotada salvaje. Porque en todo lo demás, francamente, renquea: en su voluntad de construir personajes memorables, de resultar fogosa y chispeante (se alarga hasta las dos horas), en intentar trazar un retrato nostálgico de los 90: ¿dónde están los exitazos musicales, dónde la estética pre-Y2K?

Todo tan fofo, tan aburrido, tan poco efectivo que ni el socorrido «a los fans les gustará» se le puede aplicar.

Pero cuidado, hay una cierta luz de esperanza en este tinglado, una insospechada chispa que se enciende en la caverna humedísima que representa el interior de la mente de la bestiaja que se haya inventado todo esto. Se trata de una especie de ligero sentimiento de nostalgia, de amor hacia unos personajes que, mal que nos pese (y nos pesa) nos han acompañado desde hace unos años ya. Una gente menuda a la que hemos visto crecer física, que no mentalmente, y que por lo visto han contribuido a engrosar la fauna –aun siendo una especie menor- que alguna vez poblaron criaturas como las de las películas de John Hughes. Y a saber si habrá sido con voluntad noble o una pura carambola emotiva, el paso a la edad adulta, esta visión de las responsabilidades antropófagas que se meriendan con patatas y pañales al carpe diem tiene una cierta profundidad, un ligero poder para conmover. Dentro de lo que cabe American Pie: El reencuentro es, Dios nos coja confesados, una película entrañable.

Pero eso, unido a la generosa profusión de lustrosos sujetos femeninos con circunvalantes pechos como centro gravitatorio parece ser la única motivación que un tipo como tú o un tipo como yo podamos extraer de una secuela recauchutada y disfuncional que parece no cumplir ni para con los bajos estandares que se le presuponen.

Qué coño, sólo pedíamos tetas y risas. Pero es que en este caso lo segundo nos importaba más.
4/10

Por Xavi Roldan

Sending
User Review
0 (0 votes)
Xavi Roldan empezó la aventura casahorrorífica al poco de que el blog tuviera vida. Su primera crítica fue de una película de Almodóvar. Y de ahí, empezó a generar especiales (Series Geek, Fantaterror español, cine gruesome...), a reseñar películas en profundidad... en definitiva, a darle a La casa el toque de excelencia que un licenciado en materia, con mil y un proyectos profesionales y personales vinculados a la escritura de guiones, puede otorgar. Una película: Cuentos de Tokio Una serie: Seinfeld

Te puede interesar...

Escríbenos algo

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Más en Comedia