Crítica de El amor y otras cosas imposibles
La omnipresente Natalie Portman1 vuelve a demostrar su valía como actriz en El amor y otras cosas imposibles, traducción del título original de The Other Woman (antes se llamaba Love and Other Impossible Pursuits) y adaptación de la novela homónima de Ayelet Waldman. De su guión y dirección se encarga un Don Roos que desde que debutara hace ya catorce años con Lo opuesto al sexo, va buscando su marca, su identidad o un consenso crítico que llevarse a la saca… y que no encontrará con esta película. Y es que además de la interpretación de la Portman, poco se puede encontrar realmente estimulante en esta historia de una chica recientemente casada con su jefe, quien a su vez ha abandonado a su anterior mujer, y cuyas vidas han dado un vuelco tras haberles sobrevenido un dramático acontecimiento (del que todos hablan, aunque lo suyo es descubrirlo durante el visionado); la pareja aún trata de hacer frente a ello mientras la chica lidia con el hijo del anterior matrimonio de él, que no acaba de aceptarla como nueva madre y le busca las pulgas a la mínima de cambio. Y así vamos conociendo poco a poco su personalidad, sus quehaceres diarios y sus embrollos mentales, recorriendo el trazado de su día a día (o así) y asistiendo a su batalla personal con esa tragedia de la que vamos sabiendo nuevos detalles conforme pasan los minutos, en una supuesta espiral contrapuesta de aflicción versus calidad humana por la que, francamente, nos toca a nosotros buscar algo que nos interese si queremos evitar el salto de cabeza a las aguas del tedio más oscuro.
Y es que Don Roos, la verdad, no nos lo pone nada fácil. Ya desde sus títulos de entrada, poco más que un burdo PowerPoint de esos que enviaría un familiar lejano e irritante con motivo del nacimiento de su hijo, la película entra torcida, apuntando a una falsa felicidad que después se ve rápidamente truncada cuando el insoportable niño de turno (atención, este es fan del hummus, dice preferir los relojes analógicos a los digitales y es intolerante a la lactosa entre otras lindezas) nos pone sobre aviso dejando caer la primera referencia a la tragedia de la que, hasta ese momento, nada sabemos. A partir de ahí el invento podría entonarse, pero su guión cae en un error de libro al trasladarse a un flashback para narrar los orígenes de esa inesperada nueva familia, desde que él y ella se conocen hasta poco antes del suceso que nos resistimos a desvelar. Un salto atrás en el tiempo sumamente dañino por innecesario (sólo destaca algún pequeño detalle de sus personajes), por dilatado y aburrido (todo se ve venir), pero sobre todo, porque nada de lo que se desvela necesitaba aclaración alguna, todo se podía dar por entendido perfectamente, y de haber quedado en un pasado no explicado hubiera resultado infinitamente más interesante, inteligente y atractivo para el espectador.
No es así, de modo que cuando ya ha pasado media hora y la película retorna al presente, uno espera cambios más trascendentales de los que efectivamente se le proponen: el odioso niño sigue insistiendo en hacer la puñeta, la relación de éste con la protagonista evoluciona a un ritmo demasiado lento, igual que las de ella con su marido, con la ex-mujer de este o con ella misma en general, y todo sigue pecando de una previsibilidad tal que hace muy difícil hallar las razones que justifiquen la existencia de esta película. Como ocurría con el salto temporal, puede descubrirse algún detalle prometedor aquí y allá (la reacción del personaje de Lisa Kudrow ante el dibujo de su hijo, las fotos que tanto la Portman como su partenaire masculino, Scott Cohen, esconden par sí…), pero también golpes bajos como su absurdo discurso sobre el dinero que no da la felicidad (!), o ese mortificante porcentaje de diálogos que acaban con la protagonista en lágrimas.
Tan imposible resulta simpatizar con El amor y otras cosas imposibles que ni siquiera cuando por fin ocurre algo relevante (ya sólo queda media hora de película, por cierto), cuando por fin las emociones comienzan a desperezarse y parece que puedan llegar a aflorar, consigue darle Roos a la tecla correcta. Aunque más bien, aquí habría que buscar al culpable en la novela original, ya que lo que falla es la historia en sí. Y es que ni tanto ni tan calvo: que de golpe y porrazo cada personaje disponga de un momento para la bajona, aunque sea mediante un absurdo (lo del padre no hay por dónde cogerlo), y se coloque al espectador en el epicentro de un drama con espacio para el romance, la la expiación, la amistad y un nuevo flashback (que por mucho que constituya lo mejor del film a nivel técnico, sigue pecando de excesivo)… tampoco cuaja como debería.
Así las cosas, al final uno no sabe muy bien por qué, pero esta película que lo tenía todo para ser un correcto drama como mínimo, si salva los muebles es tan sólo gracias a la portentosa interpretación de una Natalie Portman asentada definitivamente en un estado de forma envidiable. De todo lo demás, apenas pueden rescatarse momentos interesantes, pero la sensación general es de gran pereza. Quizás pueda despertar sensaciones mucho más intensas al espectador que haya tenido la desgracia de vivir algo parecido a lo que aquí ocurre, pero a juicio del que esto escribe estamos ante un producto insuficiente, porque su única baza potencial (¿qué habría ocurrido de no haber contado nada del pasado de los personajes?) es rápidamente desestimada por la voluntad explicativa de su poco inteligente guión. Con tan poco que aportar, bastantes dramas íntimos de corte indie existen ya como para que tengamos que perder nuestro tiempo con este, la verdad. Otra vez será.
Trailer de El amor y otras cosas imposibles
Valoración de La Casa
En pocas palabras
Una siempre acertada Natalie Portman no basta para salvar los muebles de este mediocre melodrama, forzado y de empatía imposible.