Crítica de Amor sin control (Thanks for Sharing)
Hay que ver lo mucho que les gusta el sexo en el cine, y al mismo tiempo el corte que les da hablar de ello a través de dicho medio. De un tiempo a esta parte empieza a ser habitual en Hollywood la proliferación de películas (en su mayoría comedias) comerciales que se acercan al tema tabú por excelencia, buscando ser a la vez rompedoras y sumamente conservadoras. Que si amigos con derecho a roce, que si porno amateur, que si adicciones. Amor sin control es sólo el último ejemplo de ello, de un cine de temática picantona pero formas mojigatas hasta el absurdo; de una apariencia políticamente incorrecta traducida a la postre en la más clásica modalidad de la comedia para todos los públicos, moralejas incluidas. Pero con la peculiaridad de ser, además, el paradigma de una nueva mutación acaso más irritante que las tonterías de Ashton Kutcher y compañía: la de una película que en esencia sigue siendo exactamente igual que cualquier otro ejemplo reciente, pero revestida de una teórica dignidad superior. Como creyéndose mejor y por tanto, ay, borrando de un plumazo todo atisbo de humor (¡lo último a lo que aferrarnos cuando el sexo falla!) en pos de sutileza, humanidad, realismo emocional… manteniendo por eso los temas de siempre, los arcos argumentales de siempre, y el tono dulzón de los sueños hollywoodienses color de rosa de siempre.
Porque aquí puede uno matizar todo lo que quiera. El punto de partida de las tres o cuatro historias que conforman las líneas argumentales del debut como director de Stuart Blumberg (co-guionista de la cacareada Los chicos están bien, donde también se hablaba de temas llamativos desde un muy altivo punto de vista y apenas un poco más de picante de lo habitual) puede tildarse de profundo. Y de «rompedor» (si no se ha visto Shame, claro): un grupo se relaciona entre sí pese a las diferencias socio-vitales de cada uno de sus integrantes, porque todos ellos asisten a terapias que les ayudan a combatir su adicción al sexo. Vale. También puede decirse que es loable el esmero del libreto por dotar a la mayoría de sus personajes de humanidad y cierta profundidad. De manera que en caso de bajones a otros niveles, quede siempre moderadamente despierto el interés del espectador por saber de ellos. Vale, también. Aunque remárquese eso de «mayoría», puesto que no es demasiado difícil saber cuáles le cayeron mejor a Blumberg y cuáles peor durante el proceso de creación del guión. Eso, y que la verdad es que el tono liviano con que todo trascurre no da pie en ningún momento a pensar que los suyos sean casos de adicción demasiado graves, lo cual de entrada le da una falta de consistencia al conjunto que juega, y de qué manera, en su contra. Pero sigamos: si se quiere, alábese la presencia de actores entre acertados o cuanto menos poco dados a chorraditas romanticonas (Tim Robbins, Mark Ruffalo). De acuerdo.
Siguen siendo eso, meros matices que suponen indudables pluses a la hora de calcular un cómputo global, pero que apenas maquillan la sensación de asistir a una comedia humano-romántica que hemos visto en incontables ocasiones: lo de Ruffalo y Gwyneth Paltrow es directamente una fotocopia ya demasiado desgastada; lo de la familia Robbins (formando pareja con Joely Richardson), igualmente previsible, pretende ser el punto dramático y queda en un mero esbozo en la superficie; y lo de Pink y Josh Gades directamente de chiste. Parece que el único desconocedor de semejante déjà vu sea su director y co-guionista, encantadísimo de conocerse. Con ínfulas de grandeza (más daño de lo previsto le hizo su antes citado trabajo a manos de un libreto) busca para su propuesta una personalidad elegante y por encima del bien y del mal, como de Gran Comedia Clásica… sin por ello renegar totalmente de un humor más burdo y desenfadado (y que sin embargo, éste, jamás encuentra su sitio). Y lo dicho al principio: sin pasarse lo más mínimo de la blancura más absoluta. Y por tanto haciendo lo mismo, sí, pero más aburrido. Una falta de personalidad, en definitiva, contra la que poco pueden hacer los apartados chispazos de brillantez de un guión irregular y falto de garra. Y si a eso se le suma una dirección y planteamiento formal en general de la más vulgar de las sobremesas ya…
5/10