Crítica de Amulet
Ya es mala suerte que un refugiado al que se le da la oportunidad de tener un nuevo hogar, vaya y esté lleno de secretos, a cuál más chungo. Con esto es con lo que se encuentra el protagonista de Amulet, debut tras la cámara de la actriz Romola Garai, y una de las propuestas más raras del festival de Sitges 2020. Tras haber participado en una guerra, pero de mera comparsa, Tomas se encuentra una situación tristemente reconocible: sin hogar, sin patria siquiera. Pero lo dicho: por mera casualidad se encuentra con una monja que le da una segunda, inesperada, oportunidad que é; intenta aprovechar de la mejor manera posible. Va, pues, a petar a una casa hecha polvo, habitada por una mujer y su madre, la cual parece estar muy enferma, y habita en la buhardilla sin que el protagonista tengo acceso a ella. Le vale. Lo malo es que a cada paso que da en pos de hacer de este antro su nuevo hogar, este se muestra más amenazante: a cada ajuste, reparación o capa de pintura que le da, recibe una nueva muestra de rechazo. Pero más que por sus destartaladas paredes o su siempre embozado retrete, por los secretos que esa mujer y su madre esconden. Secretos que conforme se van descubriendo, van ennegreciendo más y más la película.
Amulet es una cinta de terror atípica. Y tiene que serlo, ya que arriesga lo suficiente como para no poderse permitir un tono meramente comercial. Garai lo sabe, y apuesta de entrada por un guiso de cocción lenta, en la que cada plano parece dispuesto a añadir una pincelada más de mal rollo. Es una película de terror atmosférico, donde los silencios pueden inquietar más que cualquier otro recurso. Más cerca de Session 9 que de Expediente Warren, en definitiva. Y de hecho, la casa es una protagonista más, por la tremenda opresión que va ejerciendo de manera constante y subconsciente. Y lo mismo el bosque en el que sucede una parte paralela de la trama, fundamental por cierto para entender una conclusión dada al aplauso tanto como al abucheo.
Eso sí, conclusión que lo une todo a las mil maravillas, y da sentido a lo visto hasta entonces cuando ya se empezaba a temer uno lo peor… y, lo dicho, arriesgando. Porque si Amulet, de entrada, parecería apuntar a un vulgar haunted house con relamido toque de auteur, en realidad es una pesadilla mucho más compleja que requiere de una sólida preparación previa. De ahí el ritmo placado, de ahí su constante contención, optando por mostrar lo mínimo necesario para atormentarnos, pero reservándose buena parte del resto de la información. Aun cuando lo que nos muestra sea, a veces, una locura que haría las delicias de Cronenberg. Y de ahí también, que la directora parezca obsesionada con detalles puramente sensoriales: un plano detalle con un sonido lúgubre, un silencio total alargado un punto más de lo esperado. En el fondo, la película es una experiencia (tormentosa, claro), y tiene que vivirse como tal, hasta que nos olvidemos de la comodidad del sillón, del consumo de palomitas.
Al final, Amulet dará que hablar, generará debate entre quienes la encuentren una tomadura de pelo y quienes la vean como una de las propuestas más frescas de los últimos tiempos. Y puede que los primeros tengan algo de razón, máxime a tenor de una explicación final en la que se tira de brocha gruesa y se acerca a la broma (cómplice, en todo caso). Pero desde luego, tendrán razón también los segundos, pues Romola Garai se ha sacado de la manga una película formalmente impecable, pero además atrevida y juguetona, consiguiendo poner los pelos de punta aunque no ocurra absolutamente nada en pantalla. De aquellas películas, en definitiva, que se convierten en títulos de culto.
Trailer de Amulet
Reseña de Amulet
Amulet en pocas palabras
Estimulante debut de la actriz Romola Garai tras las cámaras, en forma de película de terror atmosférico que va sumiendo al espectador en un universo cada vez más malsano. Arriesgada y original, y muy bien hecha.