Crítica de An Education
Por otro lado, podríamos hacer una pequeña reflexión: si el trabajo de quien hace análisis crítico de una película es sólo reseñar sus cualidades objetivas, y todo lo demás viene dado por una subjetividad de quien la ve, entonces «Una educación» como película sería un éxito, aunque yo me resista a considerarla como tal.
Vamos, que este es un producto que parece tenerlo todo y en su cantidad justa: buenos actores, un guión bien escrito, ambientación cuidada, realización elegante… Y quien tenga suficiente con ello y se deleite sólo con estos elementos positivos (ojo, algo totalmente lícito) afortunado de él. Pero lo que es a mí, me falta algo.
Nos situamos en el Londres lluvioso de los años 60, donde Jenny (Carey Mulligan), una adolescente de 16 años que vive con sus padres, aspira a acceder a Oxford mientras sueña con París. Sus amigas no la corresponden en su sofisticación vital, por eso cuando conoce a David (Peter Sarsgaard), un joven que le saca varios años, queda fascinada por un mundo adulto de fiestas elegantes y altos referentes culturales. Pronto los dos se enamoran, y empiezan una relación que pondrá en cuestión las expectativas de futuro de Jenny.
Esta historia de amour fou ligerito surge nada menos que de la imaginación del escritor Nick Hornby (en calidad aquí de guionista), autor de «Alta Fidelidad» o «Cómo ser buenos», así que lo primero que nos sorprende es su práctica ausencia de sarcasmo y socarronería. La de «Una educación» es una historia sobria y que fluye calmadamente, con altibajos emocionales pero sin grandes sobresaltos ni dramatismos extremos. Vemos cómo se va cimentando sin prisas y sin pausas la relación entre Jenny y David, partiendo del inevitable encuentro casual, pasando por el enamoramiento, los desengaños y hasta llegar a una conclusión tajante y que no voy a revelar.
Todo está vehiculado de modo competente por un plantel de actores y actrices ingleses que van de lo correcto (Cara Seymour, Peter Sarsgaard), a lo bueno (Emma Thompson, Alfred Molina), a lo sobresaliente (Olivia Williams, Carey Mulligan), compenetrados todos ellos por una dirección de actores bien medida y que huye de las estridencias y los histrionismos en todo momento: los padres de Jenny no son represores, sus profesoras no son brujas y David no parece demasiado malnacido.
Y esa es la tónica general de la película. Costumbrismo brit para mostrar el paso de la juventud a la edad adulta de una joven que probablemente es demasiado madura para su edad, pero demasiado infantil para recibir hostias mayores. E interesa hacerlo con tacto, con elegancia y de forma agradable para los sentidos.
A este respecto, su realización cálida y serena ayuda bastante. La directora Lone Scherfig decide retratar un mundo sofisticado y culto contraponiéndolo a la calidez modesta del hogar parental, pero sin potenciar un choque demasiado dramático, sin decantarse por uno u otro. Simplemente, los sueños son arte prerrafaelita, París y copas de champán en clubs chic; la realidad, calcetines altos de uniforme escolar, expectativas de futuro en alguna universidad, y aventuras, las justas. Y del choque de ambas surge el conflicto: la alumna modélica y aplicada debe renunciar a sus aspiraciones si quiere optar a un mundo más elegante, francófilo, culto (y hedonista, y temblad porque EEUU parece estar infestado de beatniks). Jenny es Lisa Simpson, para entendernos.
Y sobre esta doble visión pivota toda la película. Sobre el carpe diem versus la previsión de futuro, sobre el aburrimiento de una vida previsible frente a la emoción de descubrir cosas día a día. Y en última instancia, sobre [¡cuidadín, SPOILER!] el batacazo que sigue al sueño y sobre echar un vistazo al wild side y el precio que debe pagar para re-encauzarse uno. [fin del SPOILER]
Bien sobre el papel. Ahora viene la parte subjetiva. Como decía, a la película le falta algo. Un «algo» de los grandes. Emoción. El hecho de que ver «Una educación» resulte un rato tan agradable es en el fondo un caramelo envenenado: tras hora y media de esperar que algo gordo pasara para que al final todo haya sido bastante mundano, uno se queda con sensación de excesiva ligereza. Sin pena, sin alegría, sin desazón y sin demasiado nada. A la película le falta punch, intensidad emocional y densidad dramática. Un suceso exageradamente tremendista sería romper con el pathos de la película, sí, pero con el tacto y el «saber fer» que termina gastando Scherfig, todo termina pareciendo una historia mucho más anecdótica de lo que debería ser.
Total, que esta especie de reverso dramático de «Sabrina» queda finalmente en bonita historia de amor (o desamor), de lograda ambientación y atmósfera, con interpretaciones estupendas, situaciones argumentales bien construidas pero… con una falta de desgarro que no le favorece en absoluto.
Pena, porque no es una mala peli.
6’5/10
Muy buena critica, estoy de acuerdo con ella casi en su mayoría, es una gran película pero también sentí que le faltaba ese algo de emoción para ser una grandiosa cinta.
Saludos.