Crítica de Animal Kingdom
La familia que mata unida permanece unida. Eso dicen. Pero también hay que tener en cuenta que aquello del poder del «vínculo de sangre» puede tener una doble interpretación. En cualquier caso, en el cine lo criminal siempre cala, y si en el centro dramático del thriller se introduce el factor familiar, pues la cosa puede terminar como el rosario de la aurora. Que se lo pregunten a Tony Soprano, si no.
La de «Animal Kingdom» es una versión menos estilizada de la familia delincuente que la de «Los Soprano», por supuesto. Juega a la suciedad de la calle melburniana, al barrio australiano infestado de clanes delictivos y turbas de polis aún peores. A la supervivencia del hampón contra el hampón más fiero. Al perreo de la droga, el atraco y el forcejeo moral. El caldo de cultivo perfecto para torcerle la vida al más inocente.
Que en este caso se llama «J». Un chaval que tiene la mala suerte de ir a caer al seno familiar en cuanto su madre muere. Por sobredosis, claro. La abuela llega al rescate y lo incrusta en el mismo centro de una panda de misfits con los que «J» sólo comparte genética. Pero vivir a hierro implica morir a hierro, y como un Dee Barksdale, «J» no puede evitar verse arrastrado al interior del podrido sistema gástrico de su familia.
Es esa la gran tragedia. La corrupción del inocente que no tiene más remedio que ceder a la violencia del entorno.
«Animal Kingdom» lo tiene muy claro. Se pretende un postulado de la ley de la jungla en forma de thriller dramático, o de drama neonoir; seco, frío, cortante, con dientes de sierra oxidados y pocas concesiones a la galería más o menos conformista. Una especie de «The Town» a la australiana (hablar de los gángsters de Scorsese, todo romanticismo, no vendría a cuento) con algo del realismo sucio británico más sincero. Eso, menos kenloachiano.
Vamos, que se muestra fatalista, derrotista, condenada. Crepuscular. Demasiado. Excesivamente ceñuda y desamparada, quizá. Un retrato escrito con tinta negrísima y a espaciado simple, 0’0. Sin aditivos, sin escapes, sin oxigeno. Lo dicho, demasiado cruda. Excesivamente autoconsciente.
He aquí el problema. Si lo hay.
Que «Animal Kingdom» tiene visos de Gran Tragedia Australiana. De la historia definitiva que englobe, en un mismo espacio, realismo de «Deal or No Deal» de sobremesa y filosofía «vivir a hierro, morir a hierro». Que pretende contar la historia más vieja del mundo (honor, vendetta) asentando las bases para el futuro, pero que por el camino se le olvida el alma, la espontaneidad y la personalidad. Y no se da cuenta de que ni de lejos gasta el tino de un James Gray o la garra de un Michael Mann.
Ataja por lo sano y monta un efectivo clima de calma tensa, de violencia agazapada a cada fotograma; de desazón por culpa de un sistema corrupto y de unos corruptores que lo alimentan, puro pesimismo urbano de gran ciudad postindustrial del siglo XX. La amenaza de los elementos que poco a poco se van disponiendo en espiral ascendente de violencia.
Pero de tan claro que tiene su destino, entrega sus naves más importantes y se olvida de desarrollar más a sus personajes y de dar un pequeño retruécano a su trama. Y es que no se puede hablar de un entorno familiar y contentarse con describir a la matriarca, por venenosa que sea esta descripción (joder, realmente venenosa, eso hay que reconocerlo). El hijo pródigo que retorna debería tener una carga mucho más épica. El chico bueno, una tragedia mejor masticada. El resto de actores que mueven la historia, bastante más entidad que la que aporta ser un fiambre con una diana tatuada en la espalda.
Y no es que tenga nada malo «Animal Kingdom». Es eficaz, sobria, todo lo oscura que pretende y debería ser. Descarnada y descarada. Contundente, desasosegante en su música, en su fotografía perra, en sus diálogos impenitentes. Pero también lo era el second coming de Ben Affleck y bien tibio que quedó el asunto. Y es que esta probablemente adolezca del mismo síndrome que aquella: su falta de auténtico riesgo y de furia autoral tras la cámara terminan a uno dejándole con la sensación de haber visto un eficiente producto que sin embargo podría ofrecer más, mucho más. Pero que como sabe que en su terreno se va a mover con facilidad y va a poder pegar duro decide pararse tres pasos antes de la meta.
Buena, sí ¿Y?
7/10
La ví ayer en la tele y estoy totalmente de acuerdo con la crítica. Me parecío incluso más una obra de teatro televisada que una película. lo mejor, quizá, el tratamiento sin aspavientos que se hace de la violencia, lo que la hace más eficaz, para la historia.
Pues recientemente han estrenado (por ahí, no por aquí) otro thriller australiano, más intenso y más negro aún que este, 'Snow Town'.
Échale un ojo, pero tiene secuencias no aptas para estómagos sensibles…
Saludos y muchas gracias por opinar!