Crítica de Año bisiesto
Ah, dichosa saturación. Tan hartos estamos de dramas sociales hiperrealistas, de corte feista (casi dogmático), y centrados en la soledad, la incomunicación y la angustia de vivir en general, que acercarse a otro más, de entrada pone los pelos de punta. Y eso no hay premio de Cannes que lo remedie. “Año bisiesto” es la opera prima de Michael Rowe, y su paso por el prestigioso certamen francés le valió el Golden Camera (galardón destinado a debutantes), pero a la hora de la verdad eso importa poco, si venimos a saber que toda la película sucede en el interior de un reducido y apagado apartamento en el que vive sola una mujer más bien tirando a callada y con una vida monótona y aburrida. Y menos todavía cuando las manijas del film empiezan a funcionar y se asiste a las imágenes iniciales, primero en un supermercado (único exterior) y después ya en la casa. Todo muy antiestético, lúgubre, triste y opresivo; rozando el mal gusto en algunas ocasiones (ella sacándose fugazmente una pelotilla de la nariz, ella masturbándose ante la ventana, mientras espía a una pareja de vecinos sentados en un sofá). Es evidente que el director juega a tensar los límites de la aceptación del espectador, que busca incomodarlo para que sienta en sus propias carnes lo que la chica protagonista, y realmente se llega a decir basta. En especial cuando el film avanza a un ritmo prácticamente congelado. Terror: una escena trascendental muestra a la actriz (por cierto, Mónica del Carmen) señalando el último día de febrero en un calendario colgado a una pared, y después tacha el primero. Queda todo el mes por delante, y encima el año es bisiesto.
Afortunadamente, las primeras pistas de la existencia de un guión detrás de todo ello también llegan pronto. Una conversación telefónica, una descorazonadora mirada por la ventana, desvelan las intenciones de Rowe (que también coescribe el guión) por ir delineando al personaje a base de un goteo de información proveniente de diversos frentes. Pistas, en definitiva, que se van descubriendo poco a poco pero con regularidad a lo largo de todo el metraje, hasta desembocar en la pura locura de su tercer acto con naturalidad y, casi, lógica. Hasta ese momento, los desangelados pilares de “Año bisiesto” se sostienen sobre una estructura rígida y repetitiva ad nauseam, y no son pocas las ocasiones en que se cae en la exasperación. Tan sólo los diversos encuentros sexuales de la protagonista, que encuentra en ellos la única válvula de escape a su aburrida vida de mierda, logran aliviar al espectador que evidentemente siente lo que la cinta quiere que sienta. Lo decía al principio: perfecto, de no ser porque ya hemos jugado con las mismas reglas en infinidad de ocasiones, y la acumulación de partidas empieza a ser sobrecogedora.
A Dios gracias, pues, por ese giro hacia la enfermedad que emprende casi sin que nos demos cuenta esta especie de “Lucía y el sexo” según un León de Aranoa emigrado a tierras mexicanas. Esa chica aburrida que engancha en sus paredes mariposas en pleno vuelo, que cuenta una vida que no es la suya a sus familiares y que a duras penas logra trabajar (desde su casa y enfrascada en un portátil) encuentra en una nueva conquista sexual toda la fuerza vital de que carecía. Y la encuentra por vía del sado y la vejación más extrema. Claro, fiel al estilo que hasta el momento ha adoptado en su labor tras las cámaras, el director no puede ahora dejar de mostrar con pelos y señales y sin truco ni decoro que valga, los juegos sexuales más sufridos, y algunos de ellos pueden llegar a afectar a más de uno. Estupenda labor de un par de actores (Del Carmen y Gustavo Sánchez Parra) que los tienen muy bien puestos, claro discurso de fondo sobre la vida y la sociedad, y sobrada justificación para las secuencias de sexo explícito de los dos tercios anteriores, que hasta el momento podían parecer gratuitos y sin mayor ánimo que el de despertar al público de la siesta. Demonios, al final resulta que hasta se entiende el premio recibido en Cannes.
Para ver y disfrutar “Año bisiesto”, toca por tanto mentalizarse antes, tratar de borrar de la memoria ejemplos recientes de cine de corte similar, y prepararse para un visionado de lo más incómodo. Si se está dispuesto a ello, la recompensa acaba por hacerse más que evidente, y eso no hay final fallido que lo pueda echar a perder (desentona ese haz de luz repentino en su conclusión); si no, mejor pasar de largo, que en el fondo, tampoco hay nada en “Año bisiesto” que no se haya visto ya de uno u otro modo antes. La pelota está en vuestro tejado.
6,5/10
Por lo que parece, lo mejor de la peli es el cartel ;)
jejeje, bueno, si te refieres a "belleza", seguro. En cuanto a.. "descoloques" como los que provoca el cartel, los últimos veinte minutos de la película son de aúpa…