Crítica de Anomalisa
Charlie Kaufman vuelve. Y lo hace tanto al guion como a la dirección, tras la estimulante (pero exasperantemente dilatada a juicio de un servidor) Synecdoche, New York. Y pese a que no sea un trabajo exclusivamente suyo y sorprenda verle a manos de una película de animación vía stop motion (se financió vía crowdfunding, la co-escribió Dan Harmon –Community– y la co-dirigió el especialista en materia Duke Johnson) con Anomalisa retoma sus temáticas habituales, en la forma de un motivador que debe pasar una noche de hotel antes de dar una charla a la mañana siguiente. Un hombre exitoso y con la vida resuelta, que sin embargo tiene un problema: todas las caras, todas las voces de quienes le rodean, le resultan idénticas, y eso le tiene sumido en un estado de profunda apatía emocional. Vuelven, por tanto, las desilusiones sociales, las tribulaciones individuales y las inseguridades que se convierten en obsesiones. Así como lo que parece ser el motor del ser humano, como es la búsqueda de una meta, la necesidad de una luz de esperanza que haga que su vida tenga sentido. Vamos, que se trata de una película tan kaufmaniana como la que más, con la excepción de que, si cabe, esta es la más redonda de su filmografía como cineasta en general.
De entrada, por ser la más accesible, sin perder por ello un ápice de su brillantez. Simple en su estructura totalmente lineal, acotada a unos bienvenidísimos 90 minutos, y con una premisa argumental totalmente empática y sencilla, parecería que Anomalisa es un juguete bonito pero hueco, y nada más lejos. Conforme se va desflorando va descubriendo infinidad de detalles que sin variar la simplicidad de su primera capa, adentra al espectador en un mundo rico en lecturas y dimensiones, con espacio para la ternura, la crítica, el drama e incluso la pesadilla surrealista. Pero sobre todo, con mucho margen para dotar a sus personajes de una humanidad desbordante. Imposible no sentir con intensidad pareja las emociones del protagonista, desde su miedo a volar a sus deseos por hallar su luz. Imposible no seguir su evolución desde una posición algo oscura (no acabamos de saber si nos va a caer muy bien o muy, muy mal) hacia la redención en forma de calor, afinidad. Es un maldito muñeco de silicona y nos lo creemos a pies juntillas, como si fuéramos nosotros mismos los protagonistas de su crisis. Una crisis que amarga el metraje (quien crea que se trata de una comedia va muy desencaminado) y se expone a diversas consideraciones, obligando al espectador a sacar sus propias conclusiones: ¿es la mediana edad? ¿Tiene razón en sus decisiones? ¿Es un capricho?
Todo por obra y gracia de un guion sutil y poético, minimalista y apabullante a la vez; pero también por una animación como no se ha visto antes, y una dirección que exprime el máximo partido de la misma. Puede parecer extraña la apuesta por el stop motion para una película tan terrenal: a fin de cuentas, aquí se habla de una noche en un hotel (con puntuales salidas a un bar de copas y poco más). Parecería un capricho artístico y, sin embargo, he aquí que dicha decisión trabaja a pleno rendimiento aunque en la mayor parte del tiempo lo haga atacando al subconsciente: es vital que el espectador que se adentre en la sala de proyección llegue a un mundo que reconoce (un hotel) y conoce (los sentimientos que salen a colación) a la perfección, y a la vez le resulte extraño. E igualmente importante se antoja el empleo de unos rostros compuestos por dos grandes piezas independientes nada disimuladas, no sólo porque otorguen una expresividad sin parangón, sino por la sensación de puzle de dudosa fijación que imprimen. En cualquier momento parece que la mandíbula de alguno de ellos vaya a desprenderse (el propio film coquetea con esa posibilidad), y eso basta, caigan o no realmente en algún momento de la película, para dibujar una línea más de ese discurso sobre la igualdad de un mundo de rostros intercambiables; de robots de carne y hueso.
Y por otra parte, bien cierto es que la animación permite un extra de libertad y riesgo para rodar algunas escenas que difícilmente habrían visto la luz con actores de carne y hueso. Hay, en concreto, un pasaje romántico que debería quedar en los anales del séptimo arte. Una muestra indescriptible de lo que el cine aún es capaz de transmitir, y el truco más memorable, exponente máximo de una película que es magia. No es fácil, a día de hoy, dar con una propuesta que consiga transportar al espectador al mundo que le proponga, y que lo haga con semejante rotundez. Pero es que Anomalisa es una proeza. Se la compara con Cómo ser John Malkovich por aquí y con Bergman por allá, pero a juicio de quien esto escribe, no se la puede etiquetar con paralelismo alguno. Es una obra de arte única, una obra maestra fruto de un(os) genio(s) en estado de gracia.
Cómo se hizo Anomalisa
Valoración de La Casa
En pocas palabras
Más que una película, es una experiencia. Emotiva, sutil, sencilla… y sobre todo, un portento. Kaufman da en la diana con su mejor película hasta la fecha.