Crítica de El apóstol (Apostle), de Netflix
Lo digo como lo dije en su día, pero si acaso con mayor justificación: no hay que perderle la pista a Gareth Evans (como sí lo hemos hecho con Aja, Laugier…). En su momento, dio en la diana con The raid, superada incluso por su secuela. Pero lejos de seguir por esta vía, la de las tortas, ha conseguido que Netflix le dé carta blanca (eso parece, al menos) para su siguiente proyecto, que nada tiene que ver con cualquier intuición que pudiera tenerse de su evolución profesional. Luego habrá salido mejor o peor, pero hay que valorar el riesgo de una película como El apóstol. Así como de la cadena que la emite por streaming por haberla financiado, claro.
Y es que no es una película fácil, en ninguno de los sentidos. En especial por un entramado cambiante, que va saltando de género en género, conforme su tono se ennegrece. No es que sea complicada de entender, sino de seguir y asimilar, y me explico: cine de época, Dan Stevens yendo a buscar a su hermana, desaparecida, a un recóndito pueblo apartado del resto de la humanidad (¿Shyamalan?), un culto extraño (¿The Witch?), flirteos con el terror (¿El hombre de mimbre?), la ciencia ficción incluso… Son muchos los elementos que entran y salen, con los que Evans juega a su antojo, conforme va perfilando el único denominador común: una atmósfera cada vez más densa y enrarecida, sin lugar para el alivio. Ahí reside el mayor de los logros de El apóstol: sin recurrir a golpes de efecto, sin abusar de una u otra de sus múltiples facetas, y saliéndose de la narración por piloto automático, consigue que el espectador erice el pelo y suba la guardia, sin retraer sus garras durante algo más de dos horas. El ritmo fluctúa voluntariamente, alternando pasajes más picados con otros casi contemplativos; el entramado varía una y otra vez; pero la línea del medio, la de la emoción, dibuja un arco casi perfecto.
Y eso que, insisto, es complicada. Porque esa luz oscura y enfermiza se infiere mediante la violencia: visual a veces, mucho, pero sobre todo latente (o algo así). No hay escenario alguno en que el espectador pueda sentarse a ver esta película sin mayores complicaciones. Ya sea porque le plantee situaciones incómodas, porque acerque su imposible argumento a lo mundano para luego alejarlo de nuevo diametralmente, o porque alargue planos aquí o acerque demasiado la cámara allá. El apóstol es una película cruda, dura, y no apta para aprensivos.
Ni para públicos que no acepten coqueteos con lo fantástico si una película parece ser seria, y he aquí la mayor de las complicaciones de la que nos ocupa: conforme progresa el metraje, Gareth Evans toma decisiones. Son muy arriesgadas, caprichosas, lo suficiente como para exigir al espectador que entre en el juego de cabeza y con los ojos cerrados, y si se le pide, se aleje del plano de lo palpable, lo lógico… lo que sea. Aquí, pues, nos toca también a nosotros tomar decisiones. Después de semejante tour de force, de un esfuerzo activo y exigente, valoramos. Y a juicio de quien esto escribe, llega un punto en que al director se le va de las manos, y se pasa de frenada con los excesos argumentales y visuales. Problema, sí. ¿Menor? Depende. No debería empañarse demasiado el cómputo global, marcado por el riesgo y, ojo, por una factura exquisita (una pena que no pueda verse en cines). Pero también es cierto que impide que El apóstol sea una película inapelable, que es lo que hubiera necesitado para no dar pie al rechazo de alguno de sus más complicados pasajes.
Pero eso: arriesga. Y eso bien merece darle al play.
Valoración de La Casa
En pocas palabras
Una película arriesgada que pierde su potencial contundencia conforme progresa. Bien por decisiones caprichosas como por excesos de todo tipo, El apóstol acaba triunfando más por su condición de rara avis en Netflix, que por la película en sí.