Crítica de Argo

Teherán, 1979. Tras la caída del último sha y el estallido de la revolución iraní, la recién proclamada República toma como rehenes a un elevado número de norteamericanos alojados en suelo persa. La embajada es asaltada, y tan sólo seis de los diplomáticos logran escapar, refugiándose en casa del embajador de Canadá, quien les ofrece protección. La CIA no tardará en ponerse en marcha y organizar una operación de rescate camuflada bajo el nombre Argo, título de un proyecto de película de ciencia-ficción de serie B que nunca llegaría a materializarse. Tony Mendez, un agente de campo experto en situaciones de rescate, lidera la operación y decide sacar del país a los seis diplomáticos haciéndolos pasar por el equipo de rodaje de la hipotética película, teóricamente en viaje a Irán para realizar el trabajo de localizaciones.
Más o menos, explicado sucintamente e indagando en los hechos que terminaron trascendiendo de una operación cuyos archivos fueron finalmente desclasificados.

Ben Affleck está experimentando con su carrera a dos bandas una progresión de proporción inversa. Una especie de destrucción total de la teoría de vasos comunicantes según la cual, contra más nos reafirmamos en sus limitaciones frente a la cámara como actor, más peso específico va cogiendo su pericia técnica, puntería tonal y acierto autoral tras el visor, como director. Pocos casos tan curiosos recuerdo recientemente -lo de Sofia Coppola como actriz fue demasiado anecdótico-: esto va más allá que, incluso, el paradigma Clooney; y Clint Eastwood podría ser un parangón lejano. Y como refutando, o ya directamente machacando por aciertos, las buenas vibraciones que despertaron sus anteriores Adiós pequeña, adiós y The Town, Affleck se ha centrado en un tema potente para despachar su tercer largo. Un contexto fibroso y zumbante. Esa «Crisis de los Rehenes» de 1980 en Irán.

Y, ojo, no lo digo sólo por la decisión de tratar una historia que, de tan surrealista, increíble y cuasipetarda, sólo podía ser verdad. Sino, especialmente, porque el realizador no solamente ha decidido desplazar en treinta años su atención temática sino que también ha optado recurrir a los formalismos, estilemas y filosofías del cine americano de la época en que transcurre la acción (un poco anterior, incluso). Y ha convertido su Argo en, entre otras cosas, un filetazo fibrosísimo de cine político a la vieja usanza. Un manifiesto abierto, rico y juguetón, pero manifiesto al fin y al cabo, que vuelve a teorizar y sentar nueva cátedra entorno a las capacidades revulsivas del cine. Como hicieron en su momento el Lumet más comprometido (el de Punto límite o Network), el Siegel más acerado (La jungla humana) o incluso Alan J. Pakula (Todos los hombres del presidente), Affleck devuelve a la industria americana su capacidad para tomar una ideología nuclear, libre de contaminaciones, y trabajar desde ahí el thriller y el suspense. Y vaya si hay suspense en Argo.

Porque desde este despojo formal, Affleck se puede permitir ir al tuétano para centrarse puramente en el manejo del tempo y la disposición de sus elementos dramáticos en la línea teporal.
Lo cual no significa que la película sea un producto intelectualizado que desprecie su apartado formal. Ni muchísimo menos; todo lo contrario, incluso. El realizador hace de la idiosincrasia del thriller de los setenta nueva filosofía, casi hasta el punto de llegar a un ejercicio grindhouse de suplantación en lo que concierne al tratamiento de la calidad de la imagen (grano, colores, iluminación). Trabaja la textura y la libertad de planificación como lo hacían algunos de los mejores ejemplos de la generación de la televisión y es capaz de tensar la cuerda según lo requiera el momento: de la revuelta social de Norma Rae al puro funambulismo psicológico de El mensajero del miedo.

Mucho thriller, sí. Pero no sólo, atención. La película, en una vuelta peligrosa hacia una cierta postmodernidad distraída, resultar ser además de todo ello, una especie de mirada sarcástica sobre los entresijos del Hollywood donde se trenzan ficciones, con datos reales y personajes históricos. Donde aparecen figuras clave del cine fantástico (el maquillador John Chambers) y se dan cita guiños, explícitos o no (a La guerra de las galaxias, Star Trek, Flash Gordon, El planeta de los simios, Barbarella o Galáctica) en lo que se revela, para mayor gozo, como un intenso homenaje en miniatura a la ciencia ficción añeja. Y como un chisporroteante ejercicio de metacine que incluso se permite, en determinados momentos, un jocoso tono autoirónico.

El resultado de semejante mezcla, lejos de chirriar por lo extremo de sus referentes y la acechante inverosimilitud de los hechos, termina cohesionando en un todo que en apenas ningún momento pierde intensidad dramática -quizá en algún punto del nudo- y tampoco puntería temática. De modo que el tono fluye con plena suavidad entre el suspense y la comedia, entre el compromiso político y el puro jugueteo lúdico en un guión sin fisuras conducido con rigor y convicción por la realización firme de Affleck. Una historia de peso flanqueada, además, por un inicio eléctrico nutrido por imágenes de archivo, hechos históricos y pura puesta en escena de suspense político y un final épico concretado en un dilatado clímax que gestiona la emoción de manera admirable.

Y rematada la faena por un trabajo de cásting logradísimo al que ni el nombre de Alan Arkin (soberbio de nuevo, por cierto) logra hacer sombra. Cuando aún hoy se afirma a menudo que el talento de la ficción norteamericana se encuentra en el ámbito de la televisión, probablemente se esté pensando no sólo en esos showrunners estrella, sino también en gente como Bryan Cranston, Victor Garber, Tate Donovan, Clea DuVall o Kyle Chandler. El problema es que ante tan insospechadamente acertado elenco el propio Affleck actor se queda en un rincón, capeando el temporal con discreción y elegancia lacónica, propia de quien conoce sus limitaciones y pretende no subrayarlas. Pero sacrifica con ello las bases de su personaje. Al final, el espectador puede terminar echando de menos un cierto trabajo de minería psicológica, una investigación un poco más en profundidad en los antecedentes personales y el background de un protagonista que parece venir de la nada. Pequeño detalle que, con todo, no logra emborronar el conjunto.

Menos rígida y embotada que El topo, más concisa que Carlos, tan vibrante como Munich, Argo sólo puede suscitar optimismo, excitación neuronal y salivaciones generalizadas. Por el futuro de su, ya podemos decirlo, brillantísimo director. Por la posibilidad de un género que aún puede deparar sorpresas en forma de productos rotundos con cimientos de hormigón armado. Y por la mera idea de poder revisitar en un futuro próximo la película viviendo una experiencia que se mantenga intacta (o incluso mejore la anterior) en virtud de su inapelable intensidad, su festiva vocación de entretenimiento con sustancia y su rica cantidad de meandros argumentales.

Como los de antes, como los de toda la vida, un auténtico peliculón americano.

8’5/10

Xavi Roldan empezó la aventura casahorrorífica al poco de que el blog tuviera vida. Su primera crítica fue de una película de Almodóvar. Y de ahí, empezó a generar especiales (Series Geek, Fantaterror español, cine gruesome...), a reseñar películas en profundidad... en definitiva, a darle a La casa el toque de excelencia que un licenciado en materia, con mil y un proyectos profesionales y personales vinculados a la escritura de guiones, puede otorgar. Una película: Cuentos de Tokio Una serie: Seinfeld

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Comentarios

  1. Fui a verla hace un par de semanas… y me parece una vergüenza que la marrrrravillosa -con acento ruso- crítica de Xavi no esté repleta de comentarios.

    Aunque haya dos partes muy diferenciadas, ambas cumplen magnificamente. La parte meta siempre me satura pero en esta ocasión me ha parecido muy entretenida y bien llevada. Sorprendente el pulso de Affleck creando tensión (la escena de la criada mirando por la ventana es muy grande).

    Como buen seguidor de series, se agradece tanto cameo de rostros conocidos. De verdad, por momentos llegó a ser abrumador.

    Aunque tengo pequeños problemas con la resolución (venía de ver un capi de Homeland… ), me parece una película muy redonda.

    P.D. momentazo de gozo que se pega el tito Ben en los créditos enseñándonos lo bien caracterizados que están todos (menos su personaje).

  2. No es por ir ahora de "sabía que te gustaría" pero es que sabía que te gustaría.
    Lo insospechado es eso de que te sature lo meta. Yo que te hacía de mi cuerda en postmodernidad facilona y hipsterosa… Que cuando alguien dice meta, aunque sea en metano, metanfetamina, cometa o guardameta ya te pones un poquín así, que se te escapa una gotita de pipí y todo.

    Qué afine llevo esta noche, rrediós.
    Yo FTW.

  3. A mí me gustó mucho también! Al principio pensaba que iba a ser mas tostón, pero para nada.

    Lo que sigo sin entender es de dónde sale el nombre… antes de verla a mí me colaron que iba de mendigos, por eso de "Dame argo" (lo peor es que me lo creí).

    Pero si, muy buena.

  4. Cada vez que Nita deja un comentario en La Casa de los Horrores, a los responsables de La Casa de los Horrores se les queda esta cara:

    https://20.media.tumblr.com/tumblr_kpuolcAQVw1qzs467o1_400.gif

  5. Oooooooh pero si eres un bebéeee!

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