Crítica de Arrugas
Cuando, entre muchos otros galardones, Arrugas ganó el Premio Nacional de Cómic en 2008 pocos éramos los que preveíamos el alcance real que iba a tener todo aquello. Lo cierto es que era la culminación de un carrerón crítico imparable en ámbitos especializados que la había colocado en un puesto privilegiado entre las preferencias de los lectores viñeteros. Y con justicia: la obra era exquisita, maravillosa. Pero vamos, era un tebeo. Sólo un tebeo. Un artículo cultural marginal, desde siempre y aún hoy relegado a los cuartos trasteros de los grandes medios de información/promoción más allá de la pincelada pintoresca o exótica. Despreciado por los altos estamentos culturales como una muestra de expresión creativa bastarda y en cualquier caso menor. Sin embargo, por una conjugación de los elementos azarosos, la eficacia de un mensaje sensible y sensibilizador y la pura contundencia de la calidad intrínseca del material, Arrugas se convirtió en un objeto respetado. En una obra casi, casi mediática.
Así que el salto al cine no era quizá un paso previsible pero tampoco resulta demasiado extraño, menos sorprendente. Nada arriesgado. Especialmente teniendo en cuenta que este movimiento estratégico cuenta con la participación creativa de Paco Roca, el autor del tebeo original, y con un criterio de traslación a la gran pantalla que hace de la fidelidad y el respeto a la obra su principal punto de partida. En otras palabras, los fundamentalistas viñeteros estarán tranquilos y los que no tengan contacto con el noveno arte descubrirán un objeto preciado. Mientras que los que están en medio, los que en su momento disfrutaron del tebeo y hoy pretenden acercarse a la sala a ver cómo ha salido todo esto, esos probablemente no tendrán demasiado acicate. Pero ojo, ya es mucho: pervertir el sentido último o las formas más superficiales es un fácil desliz en cualquier adaptación, pero especialmente en una como esta, tan basada la obra en la sensibilidad de una temática delicada: los últimos tiempos de una mente que está empezando a resultar erosionada por el Alzheimer y la vida en una residencia de la tercera edad puede despertar recelos de sentimentalismo y disparar las alarmas de pirotecnia dramática con facilidad. Nada más lejos de la realidad: el relato de la historia de Emilio se caracteriza, aquí (la película) y ahí (el cómic), por una extrema delicadeza, una sensibilidad total e inusitada, que se intuye tintada de las experiencias del autor primero, Roca (que contactó con la enfermedad a través del padre de un amigo y tomó apuntes al natural a partir de sus numerosas visitas a instituciones), y que permite ir tejiendo un tapiz donde aparecen las contingencias de la tercera edad o la responsabilidad de los adultos sobre sus propios padres.
Ítems que el cine ya había tocado e incluso había entregado obras mayores (de Umberto D. a Cuentos de Tokyo; de Vivir a Fresas salvajes), todas ellas de gran calado e impacto atronador, pese a sus voces quedas y su aproximación satinada pero quirúrgica a los avatares de la edad avanzada. Sin embargo, el de Arrugas es un acercamiento casi inédito: obviando desarrollar en profundidad esas caras del poliedro, prefiere centrarse en la rutina de las residencias (aquí sí un tema menos transitado en la Historia fílmica) y en la necesidad de establecer lazos afectivos y camaraderías cuando uno ya se encuentra más allá de los límites de la vida social. Y lo contrapone a la desazón infinita del deterioro de la mente, la fatal destrucción inexorable de los recuerdos, la tristeza profunda y empapadora de saber que aunque el motor siga funcionando, la persona pueda terminar no estando ahí para conducir el volante. Esta es, por lo tanto, una obra profundamente dolorosa por lo que tiene de real y de cotidiano, y porque atina al recordarnos una triste realidad: que su sincero dramatismo no es de fogueo porque todos poseemos recuerdos, vivencias, lazos afectivos y al mismo tiempo cualquiera de nosotros será susceptible de terminar pasando el trance que pasa Emilio.
Pero, ese es el gran acierto, nada de todo esto se rinde al melodrama barato, a la compasión simplista. Ni mucho menos al tremendismo sentimental: la película (/el cómic) no está exento de humor, de amistad, de momentos en los que el euforia e incluso la aventura (esa escapada en coche) logra sobreponerse, aunque luego su reverso -la dura realidad se impone- termine volviendo para recordarnos que todo esto es, en fin, una historia sin posible final feliz.
Por otro lado, Arrugas logra desdoblar la realidad para articular una especie de discurso que no rehuye de la pura evocación y se constituye en una narrativa que fluye entre la descripción costumbrista y la lírica de la fantasía. Aunque esta última tenga el poso de desesperación de las fabulaciones y los puros delirios provocados por la progresiva desconexión. Como, en cierto modo, en La ascensión del gran mal (David B.), Roca lograba y logra con las dos Arrugas no ceñirse al puro retrato descriptivo, sino mostrar la enfermedad a través de una plasmación de la realidad que tiene un algo de alegoría poética, de escapada lírica, de leve articulación de distintos planos de narración. De manera que terminamos participando como espectadores de la propia enfermedad, nos convertimos en cierto modo en protagonistas del proceso de degradación; un recurso que tenía su epítome en las últimas viñetas del cómic, donde un hermoso mecanismo narrativo terminaba convirtiendo la forma en fondo y sirviendo como perfecta metáfora visual para el mensaje final. En la película, sin embargo, queda un tanto diluido el efecto contundente, pero se añade un epílogo que inyecta una cierta oxigenación y nos recuerda la cotidianía de la enfermedad, dejando claro que el caso de Emilio es sólo uno entre tantos.
Pero sea como sea, lo cierto es que todo esto ya estaba en el material de partida. Su traducción cinematográfica, aun aplicada y respetuosa no aporta demasiado, no complementa al tebeo, ni le da nuevas lecturas, ni tampoco lo redimensiona; es sólo una adaptación, una traslación, fiel en forma y fondo, del mismo texto a otro lenguaje; una proyección del mensaje de Roca a un público más amplio si cabe. Y lo cierto es que le cuesta a uno sacudirse de encima esa sensación de que es esta una película de animación que gustará también a quien no vea cine de animación para la adaptación de uno de esos cómics adecuados incluso para la gente a quien no gusta el cómic.
Pero los resultados son los que son, la película debe(ría) ser capaz de entenderse como un objeto aislado e independiente de una obra a la que nadie tiene por qué haberse acercado necesariamente y cualquier consideración posterior tiene que estar de más. En ese sentido, Arrugas la película es una papeleta salvada con algo más que corrección por parte de una película que a nivel formal y temático tenía la hoja de ruta perfectamente marcada: el diseño de los personajes sigue con fidelidad las propuestas de Roca, presente su línea clara y una elección del color que responde a las tonalidades emotivas de cada secuencia. La realización de Igancio Ferreras se muestra correcta, sin demasiadas complicaciones, diáfana, sin exhibicionistas (e innecesarias) florituras ni salidas de tono respecto a la planificación más o menos marcada por la obra original. Y simulando, y eso se explica un poco menos, la inestabilidad de una cámara tirando de abundantes movimientos, zooms y correcciones de foco. Resultando al final un producto que consigue dar continuidad a la sabiduría narrativa de Roca, a su gestión milimétrica de los sentimientos, aquí ponderados por una banda sonora estupenda y unas interpretaciones magníficas.
Y la conclusión es que en cualquier caso, Arrugas termina resultando, independientemente de su condición de producto animado (al fin y al cabo, dada la solvente pero no extraordinaria calidad técnica eso no es importante: podría haber sido rodada con actores reales) un logro del cine español en tanto que consigue mirar de frente y de manera honesta, directa, muy lúcida a una temática delicada y con querencia hacia análisis maniqueos o espectacularizantes. Pero aún más, una vez vista, Arrugas termina quedando suavemente impresionada en la retina del espectador y (terrible ironía) su recuerdo lo acompaña a uno largo tiempo. El recuerdo de una historia emotiva, emocionante y tremendamente humana.
7’5/10