Crítica de El artista y la modelo
Cada vez que en la intimidad de mi propio juicio cinéfilo pongo en cuarentena una película de Fernando Trueba me sobreviene tal escalofrío en el alma que, de exteriorizarlo, llegaría a cotizar en la escala richter: tengo aquella terrible sensación de que me equivoco, me equivoco y me equivoco con saña. Porque sus películas son saludadas por crítica y público con festejos y celebraciones y se convierten al instante en punta de lanza del cine español más disfrutable de fronteras para acá y más exportable de Pirineos allá. Además, Dios me libre, el realizador tiene a sus espaldas una carrera importante, un corpus creativo de peso y un sistema de valores artísticos y autorales bien cimentado. Perro viejo.
Pero oigan, a mí, y ahí viene el conflicto, no me gustan las películas de Trueba. Uno es muy libre de ello, y además mi juicio no es rígido: disfruté considerablemente con su última Chico y Rita, un documento eléctrico y emotivo sobre una escena viva y vibrante. Pero -y no es que aquello no fuera material serio- en cuanto el director se me pone mínimamente ceñudo, a mí se me disparan las alarmas.
Porque tengo la sensación, y ya entro a El artista y la modelo, que sus películas no saben posicionarse al lado del público y, desde luego, no tienen tanto empuje autoral como para constituirse en sí mismas obras de arte herméticas y autónomas; que de esas también las hay. Muchas y muy notables. No, las películas de Trueba, por lo menos las más recientes, pretenden trascender las medidas humanas para situarse en un punto preferentemente elevado, desde el que mirar al vulgo en plano picado. Bien, la aceptación que a buen seguro va a recibir esta película es un triunfo: apelando a algunos conceptos hipotéticamente impopulares probablemente el espectador va a lograr conectar con la película.
Pero será a costa de un pequeño engaño. El de la adecuación del mensaje a las formas para, en cierto modo, engatusar al espectador. Es decir, Trueba opta por rebajar la intensidad de las tradicionales reflexiones entorno al arte, la belleza, la creación y la inspiración y construye a partir de ahí un producto que apela a todo ello sólo de refilón. Siempre de manera superflua y banal. Y olvida por el camino dos cosas: una, que la relación entre fondo y forma sea indestructible y dos, que la emoción fluya de manera natural. Respecto a lo primero, el director parece optar por hablar de la armonía del mundo natural concretada en el cuerpo femenino, de que en la conexión entre la belleza y el ser humano debe haber un factor intermedio imprescindible: la observación de la naturaleza. Y a este respecto, construye imágenes que buscan la suavidad de las curvas femeninas, la proyección de luces y sombras sobre la piel, las curvaturas y pliegues de las articulaciones (hablaré sobre el tratamiento visual un poco más abajo) y, sin embargo, no logra conectar todo ello con hipotético devenir de los personajes, con la gestión de la intensidad narrativa y con la progresiva toma de capas de interpretación del discurso. Con lo que llegamos al otro punto conflictivo: en términos más o menos prosaicos, la visión Trueba resulta engolada, intelectualizada y algo hueca, lejos de la emoción pura.
Con todo, el retrato de la creación artística como forma de maduración propia, como metáfora del transcurrir del tiempo o como vía de conexión con el mundo, nunca aparece tan perfilada, tan trabajada, tan radical en sus preceptos y, por ende, tan satisfactoria a todos los niveles como en sus dos referentes directos, más allá de concomitancias sutiles (Bresson, Renoir…). Esto es, La bella mentirosa de Jacques Rivette y El Sol del Membrillo, de Erice. De este último, Trueba parece tomar además algunos referentes estilísticos y contextuales y sitúa su película en un ambiente que podría recordar al del corto Alumbramiento (vida rural de entreguerras). Y, sin embargo, algo falla en el entramado formal.
Porque, sí, el blanco y negro resulta un formato resultón, elegante y que puede dar cabida a preciosas filigranas visuales. Pero siendo así, ¿dónde están? Probablemente se señalará el poderoso empaque de una película indudablemente esteticista y la sutil poesía que transpiran sus imágenes. Falso, a mi juicio: el bonitismo no va mucho más allá, porque Trueba planifica como si rodara en color y trabaja la luz sin parecer tener de verdad en cuenta el blanco y negro. A menudo, el blanco de las esculturas compone preciosistas estampas que evocan la Iluminación casi celestial. Las texturas dan la medida de la experiencia de las manos, de las piedras, de los instrumentos. Pero donde el realizador debía dar la talla era, paradójicamente, en las escenas cotidianas. Y es en ellas donde la flaqueza queda expuesta: en pocos momentos El artista y la modelo se convierte en lo que podría haber sido, un bello ejemplo de las capacidades expresivas del blanco y negro. Y ello, tratándose de semejante película, es una herida casi mortal.
Pero empezaba esta reseña con un pequeño posicionamiento personal, con una declaración de intenciones que tampoco nadie me ha pedido y he proseguido con una serie de afirmaciones que nacen de mi propia consciencia crítica respecto a la película. Al fin y al cabo, nadie tiene por qué incomodarse ante la frigidez emocional que a mí me transmite Trueba, ni tiene por qué sentirse empequeñecido ante un autor que parece querer mirar por encima del hombro a la gran mayoría de producción cinematográfica contemporánea.
De modo que toca ponerse objetivo para examinarla de modo riguroso y reconocerle algunas virtudes a la película. Especialmente en lo tocante a la narrativa, morosa y pausada, pero con vocación de universal: la historia que cuenta El artista y la modelo parece tansparente, franca, y va mostrando sus cartas con criterio y agilidad. Uno va descubriendo poco a poco las motivaciones del escultor que interpreta Jean Rochefort, sus pensamientos, su ética personal y las razones de su existencia. Lo mismo ocurre con la modelo de Aida Folch, planteada como un pedazo de arcilla que se va moldeando y va mostrando sus pequeños detalles poco a poco. A este respecto, ambos intérpretes componen una pareja protagonista interesantísima y matizada, con posibilidades y profundidad. Un par de enormes interpretaciones bien situadas en el centro del relato y que terminan por justificar ellas solas la película. Tanto es así que, al final, las subtramas -especialmente la del humanista nazi y la del maquis- quedan excesivamente desdibujadas, terriblemente accesorias, innecesarias. Lo cual es un obvio reproche: a pesar de la focalización del interés en el escultor y su musa, esto requería de riqueza, los colaterales debían complementar, apoyar a la trama principal.
Así pues, queda una película cuya mayor virtud, a mi entender, es la de lograr acercar al público mayoritario ciertos conceptos proscritos en las grandes salas y hacerlo mediante una película tan poco sospechosa de pretender fomentar la venta de palomitas y chocolatinas en la entrada del cine. Y que, sin embargo, va a ser el centro de muchas conversaciones pre y post-sala y va a protagonizar una peregrinazión por numerosas galas de entrega de premios.
Pero al cabo, el cine son sensaciones, conexiones, afinidades y divergencias con el autor, movimiento de moléculas en una autopista ficticia que conecta la pantalla y el centro neuronal del espectador. El cine son emociones y, a mí, las que transmite El artista y la modelo me llegan envasadas al vacío, con una etiqueta negra que berrea su garantía de calidad, sí, pero también un precinto infernal, directamente inexpugnable. Llamadme robot.
6/10
Eres mejor escritor cuando no tratas de demostrarlo en cada párrafo. Esta crítica te ha quedado redonda y humilde. Felicidades.
Pues no sé, ¿gracias?
La verdad, creo que jamás he intentado demostrar nada (¿que soy un buen escritor? ni en mis mejores sueños). Sólo intento hacer mi trabajo de la mejor manera posible, con mi background y las herramientas que tengo a mi alcance, con mi propio estilo (que gustará o no, eso ya depende del lector), con todo el rigor de que soy capaz y con la mirada todo lo libre de prejuicios que pueda permitirme.
Si alguien tiene la sensación de que intento "parecer" algo me extraña (porque por aquí hemos demostrado, creo, ser gente honesta y sincera).
Pero especialmente, más que extrañarme, lo lamento y convierto ello en mi mayor fracaso: las críticas me pueden quedar mejor o peor, pero desde luego me entristece no tanto un mal resultado final como que pueda parecer poco humilde.
Luego podríamos hablar de un tema de amabilidad por parte de los comentaristas, pero es cierto que cuando hacemos público nuestro trabajo nos exponemos a cualquier tipo de crítica. Así que eso no te lo voy a reprochar.
En fin, de nuevo, gracias. Pero amargas.
Yo considero que las críticas del blog,gozan de gran personalidad y están realizadas muy correctamente,tanto en redacción como expresión,con el mérito de que no todo el mundo sabe compatibilizar esos aspectos.
La humildad,sinceridad y honestidad,son elementos básicos y precisamente no hay carencia de ellos.
Saludos de Sherezade.
Tienes razón en que crea debates post película. Yo sólo puedo decir que la película técnica y estéticamente está muy bien, que no puedo poner peros a la ficha artística… Pero que me he aburrido como una ostra y que no le recomendaría esta película a nadie que no fuera ya no cinéfilo, sino cineasta.