Crítica de Astérix: La residencia de los dioses (Astérix: Le domaine des dieux)
«Estamos en el año 50 antes de Jesucristo. Toda la Galia está ocupada por los romanos… ¿Toda? ¡No! Una aldea poblada por irreductibles galos resiste todavía y detienen siempre al invasor». Mucho ha llovido desde que estas (a día de hoy, eternas) frases se leyeran por primer vez en el año 1959 en nuestro país vecino, inicialmente publicadas en la revista Pilote, cuando unos jovencísimos René Gosciny y Albert Uderzo , guionista y dibujante respectivamente, crearon el único personaje del cómic francés que ha podido rivalizar en popularidad durante décadas con su otro icono más representativo, Tintín (vale, Hergé era belga, pero no me hundáis el paralelismo): Astérix, sin duda alguna uno de los personajes galos más internacionales, traduciendo sus obras a más de 107 idiomas diferentes y convirtiéndose en un referente de las viñetas transalpinas durante sus más de 50 años de vida, ya que continúan actualmente en activo, aunque ahora se encarguen de su creación los hermanos Mébarki y Jean-Yves Ferri.
Tremendo éxito hacía presagiar que las aventuras comiqueras se trasladaran a la gran pantalla, y así fue, primero en formato animado (la primera adaptación data de 1967 y adapta el primer álbum de la serie, Astérix el galo) y desde 1999 en imagen y con personajes reales (con la excepción de Astérix y los vikingos, de 2006). Mucho se ha tardado en volver a lo que, por otra parte, parecía meridianamente lógico (y que tan buenos resultados ha dado recientemente con Mortadelo y Filemón contra Jimmy el Cachondo): utilizar de nuevo la animación (esta vez mediante ordenador) y escoger un álbum gráfico concreto, para trasladar a los personajes de las Galias y no arrebatarles la dignidad que todavía parecían conservar, cosa que sí sucedía por norma en las fieles (personajes, caracterizaciones, situaciones, etc.) pero bastante mediocres cuatro entregas de imagen real estrenadas hasta la fecha (aunque no me desagrada el humor absurdo de la segunda parte, con especial atención a la escena de extrema violencia censurada por un documental sobre las langostas), que por derroteros algo infantilizados (las conversaciones no eran tan brillantes, las referencias a la cultura se eliminan en gran parte, etc) y por una comicidad mal entendida, basada en muchos momentos por el trazo excesivamente grueso (y que no aparecía en las historias originales), desaprovechaban las enormes posibilidades técnicas que ofrecían aquellos films.
Pero he aquí que parece que ha llegado la redención merecida, ya que en esta ocasión, los cineastas Louis Clichy y Alexander Astier, se encargan de adaptar Le Domaine des Dieux, fechado en 1971, y con un argumento que reza lo siguiente: exasperado por la imposibilidad de conquistar el irreductible poblado, Julio César cambiará de táctica: como sus ejércitos han sido incapaces de imponerse por la fuerza, en esta ocasión intentarán seducir a los bárbaros galos. Para ello, ordenará construir al lado de la aldea una lujosa residencia para romanos: «la residencia de los Dioses». ¿Podrán nuestros amigos galos resistirse a la tentación del dinero y el confort romano?
Si bien es cierto que en ocasiones peca, al igual que sus entregas reales anteriores, de un exceso de anacronismos (el paralelismo con King Kong, el guiño a El señor de los anillos) que oscurecen un tanto la enorme personalidad de la cinta, éstos no llegan a hundirla como sucedía con las anteriormente citadas, ya que la historia no se aleja nunca demasiado del núcleo principal y la personalidad propia de los personajes siempre está muy marcada. No se puede obviar que tal vez el mecanismo tan preciso de la película se deba en parte a que se basa en un cómic preexistente, que otorga a la historia y muchas de las situaciones, diálogos y dibujos el inconfundible aroma a Gosciny y Uderzo (desventaja con la que contaban sus hermanas reales), pero no es suficiente motivo para obviar el buen trabajo de sus hacedores con el ritmo (gracias a un, por momentos, muy trabajado montaje), el tempo de algunos gags cómicos sublimes (atención a la descacharrante situación que provoca el engaño de los galos respecto a la pócima mágica) y una calidad en la animación que puede rivalizar directamente con las producciones de la compañía del flexo.
Un notable (e inesperado) retorno a los orígenes por parte de unos personajes que, cinematográficamente, poco podíamos esperar ya de ellos, pero que con su última aventura nos ofrecen una de las (mejores) películas (mejor) animadas y con el humor más notable que hemos vistos en los últimos meses pasearse por la cartelera. Eso, y que por fin, dejaremos de cambiarle el rostro a Astérix (tres actores distintos en cuatro films) y de ver a Gérard Depardieu dando vergüenza ajena con esos pantalones y gordo como una nutria. Parece poco, pero creedme, no lo es.
6/10