Crítica de Autómata
A veces, pueden más las ganas. Veces en que no hay por dónde coger una película, fallida se mire por donde se mire, y sin embargo ahí está el espectador, intentando sacarle puntos positivos por donde buenamente le sea posible. El caso de Autómata es, seguramente, el mejor paradigma de esta situación. Con un Antonio Banderas volcado en el proyecto (actúa, pero también produce -y pinta a esfuerzo superior al habitual- y hace de principal abanderado) se trata de la primera película de ciencia ficción a lo grande que se recuerda desde, y salvando mucho las distancias, otro despropósito salvable sólo en función de la voluntad del espectador: Eva. A lo grande, esto es: efectos especiales por un tubo, entramado ubicado en un futuro postapocalíptico, y universo próximo a Philip K. Dick, Ridley Scott y compañía. Hay que apostar por estos productos, el cine español debe arriesgarse y tiene que saber alternar cine de autor con palomitadas que poco tengan que envidiar, si no a Hollywood, por lo menos a otras industrias europeas. La teoría es sencilla. El problema es la práctica: y es que a veces desde el otro lado de la pantalla nos lo ponen demasiado difícil.
Sobre el papel, estamos ante el acabose. Cuidados al dedillo todos los aspectos que a puesta en escena se refieran, se le otorga un look ruinoso-futurista a una película que discurre entre desiertos y ciudades a medio camino entre el abandono y la tecnología punta. Por aquí, un Banderas en plan apesadumbrado pulula entre robots de inteligencia artificial superavanzada; autómatas de aspecto lejanamente similar a los de Yo, Robot (o de la antes citada intentona de Kike Maíllo) y que se rigen por las habituales leyes de la robótica, o deberían: de nuevo, hay problemas al respecto. Así que universo Dick, sí, pero también Asimov. De hecho, Autómata tarda poco en parecerse, más que a una película per se, a un compendio de homenajes y referencias a los grandes nombres de la ciencia ficción… Hasta el punto de sucumbir a ellas en detrimento de la búsqueda de una personalidad propia. Por aquí es por donde el castillo de naipes empieza a hundirse. Porque las intenciones están ahí, y son evidentes; de la reverencia y el almanaque de cromos, se quiere extraer un argumento que jamás se pasa de moda cuando de robótica se refiere, para seguir ahondando en las dudas cada vez más preocupantes sobre las prisas de la humanidad por ir más y más allá en cuestiones tecnológicas; adoptando, de manera progresiva, entereza propia. No lo consigue.
Como tampoco acierta en lo que, en teoría también, debería funcionar. La propuesta de Gabe Ibañez (quien antes había probado suerte con el terror psicológico en la no menos desafortunada y desfasada Hierro) va saltando entre géneros como tantos otros ejemplos gloriosos del sci-fi. Aquí hay algo de western, de drama, de cine de acción. De nuevo, sobre el papel todo impecable. Pero a la hora de la verdad las piezas no encajan, el puzle no consigue la forma deseada y el interés va cayendo en picado aun en caso de asistir a la proyección con la mejor de las intenciones. Al final, si algo demuestra Autómata, jeh, es que esto de hacer películas no es tan fácil como parece. No hay una fórmula escrita que garantice el éxito sólo porque antes así había sido, y para mayor desespero de Banderas, ahí va otra prueba: su personaje está diseñado con todos los matices necesarios para el rol que le toca en este mundo hostil donde las máquinas parecen ser la siguiente raza dominante; y el actor hace lo indecible para convertirse en un nuevo Rick Deckard. Pero el resultado es grotesco, se antoja desdibujado, caricaturizado y sobreactuado.
Mal endémico de la película, pues: sus ideas son envidiables; la teoría se la saben al dedillo y sobre el papel nada tenía por qué fallar. Pero en la práctica, Autómata puede verse con los mejores ojos, puede uno hacer la vista gorda hasta límites insospechados… y aun así será difícil que pase la prueba. Se le puede valorar un puñado de ideas francamente estimulantes, pero la exposición y resolución de las mismas es tan torpe, gratuitamente confusa y poco decorosa a la hora de tapar sus evidentes carencias (esto es más sencillo que un cuento para niños, en verdad), que caen en saco de borrajas. Es un intento loable pero fallido, un esfuerzo titánico para un resultado pobrísimo que requerirá el visto bueno del espectador más benevolente. Nosotros lo hemos intentado. Pero es que, literalmente, no hay por dónde cogerla.
4,5/10