Crítica de Ay, William, de Elizabeth Strout (Alfaguara)
“Ay, William”. Se dice mucho a lo largo de este libro. También “Ay, Lucy”, apelando a Lucy Barton, la antigua esposa de William. Son sólo dos juegos de dos palabras que condensan una historia en común, la de un exmatrimonio que se conocen como la palma de la mano. Que encapsulan en una expresión simple una carga entera de comprensión, de compasión, de complicidad o de resignación. Lo mismo ocurre con cada gesto de la mano que se dedican, con cada mirada silenciosa y cada sonrisa, o mueca: que expresan varios años de relación fallida pero también muchos más de conocimiento mutuo. Ademanes que ahorran palabras a los personajes, a la escritora y al lector.
Así es esta novela, la nueva de Elizabeth Strout, tercera andanza de su ya icónica periodista Lucy Barton, protagonista de Me llamo Lucy Barton y Todo es posible. Así es, como toda su prosa: escueta, punzante, pertinente. También humana, sincera y fresca. Prendida por esa chispa de la que la escritora norteamericana siempre se muestra dueña: todos sus libros tienen ese “no sé qué”, el destello de genialidad que justifica todo lo demás, sea ese “lo demás” revelaciones relevantes o vivencias cotidianas. El argumento de Ay, William no es enrevesado, ni sentimentalmente abrumador, ni esclarece grandes verdades ocultas. Y el estilo de Strout tampoco es espeso, ni grumoso, ni recargado. Es sabio sin ser soberbio. Ligero sin ser superfluo.
Lo justo y necesario como para poder contar todo lo que cuenta desde la honestidad y sin pompa dramática: a William lo acaba de dejar su última mujer, tiene conflictos arrastrados con la figura de su madre y además descubre que tiene una hermana hasta entonces desconocida y decide ir a verla. En su otro extremo está Lucy, encargada de recibir sus penas y gestionar sus barullos psicoemocionales, de darle el toque cuando lo necesite, recordarle que ella está ahí para él (las tres: también las dos hijas que comparten) y sacarle las castañas del fuego. ¿Es su obligación? No, lo hace porque quiere, pero también teniendo en cuenta dos evidencias. Primero, que su ex no deja de ser un hombre egocéntrico que necesita que una mujer esté pendiente de él, y que en esa dependencia Lucy se crece como mujer que, a pesar del cariño compartido sí es autónoma, libre. Segundo, que el paso del tiempo moldea nuestras relaciones, hace de nosotros versiones distintas (más cansadas, más afables o más rendidas) de la misma persona y que en ocasiones, en nuestra sociedad patriarcal, esto pone de relieve una de las verdades más incontestables de la masculinidad contemporánea: que es frágil como una cáscara de huevo.
Ay, William: penas de amor del hombre
Por qué leer Ay, William
Tercer acercamiento a la figura de Lucy Barton que se va perfilando, por obra y gracia de la ágil pluma de su creadora Elizabeth Strout, como una de las protagonistas femeninas recurrentes más carismáticas de la literatura norteamericana contemporánea