Crítica de The Babadook
En la última rueda de prensa de Sitges 2014, correspondiente a la comunicación del palmarés del certamen, uno de los miembros del jurado de la presente edición definía perfectamente la que a la postre se ha acabado descubriendo como la (¿única?) sorpresa de género del año: ¿que por qué le hemos otorgado el premio especial del jurado? Porque es la película que más nos ha acojonado de los últimos años. Y es una grandísima noticia que tanto esas cinco o seis personas del jurado como la gran mayoría del público que asistió a los diversos pases de The Babadook en el festival, se asustaran de lo lindo con la cinta australiana escrita y dirigida por la debutante en largometrajes Jennifer Kent, puesto que significa una reivindicación inapelable del cine de terror. Ya tocaba, demonios. Y es que propuestas más o menos válidas van apareciendo con cierta regularidad, pero la tendencia pasa por acercarse al género desde cierta distancia, marcada por una personalidad entre posmoderna y revisionista. Por el contrario, la más importante de las bazas de la que ahora nos ocupa es su condición de película totalmente clásica, historia de fantasmas canónica tanto a niveles formales como argumentales. Una madre y su hijo (rarito de por sí) descubren un libro en su estantería del que no tenían constancia, lo escogen como lectura nocturna, y se topan con un cuento de lo más chungo. Algo sobre un amigo (todo sombras) al que invitar y del que luego no podrán deshacerse con facilidad. Suena ha visto mil veces, sí; genera cierto rechazo por agotamiento, también; y sin embargo, funciona.
Funciona porque para empezar, Kent recupera la nada desdeñable costumbre de tratar bien a los personajes de su obra. Tanto la protagonista como el niño pegado a ella (excelentes interpretaciones las de Essie Davis y Daniel Henshall, por cierto) resultan creíbles bien cuando acarrean sus dramas por separando como a la hora de desarrollar la difícil relación materno filial que mantienen, afectada por la pérdida… Que es, a la postre, el tema principal de una película que no escatima en subtextos, fiel a su afán por parecerse ante todo a una producción cinematográfica, en lugar de una mera acumulación de sobresaltos. Personajes y mensajes que van desarrollándose paulatinamente en una película por momentos más dramática que terrorífica, pero que va construyendo en paralelo una atmósfera gélida y enrarecida, caldo de cultivo para que la pesadilla que está por llegar cuaje a las mil maravillas allá donde mayores despliegues fallan estrepitosamente. Es la segunda gran baza de The Babadook, una recreación de aúpa del marco en que poco a poco empezarán a pasar cosas. Y ya puestos, allá va la tercera: terror realizado a la vieja usanza, con trucos de lo más sencillos, los de siempre, los que funcionan cuando todo lo demás funciona. De los que hacen que, en definitiva, sigan asustando más a día de hoy El resplandor o Cementerio de animales que Annabelle o Insidious.
Y es que al igual que las míticas, aquí se tira de armarios, de niños con ¿demasiada imaginación? y monstruos bajo la cama, de sombras y de rimas tan malvadas como pegadizas. Acude a terrores fácilmente identificables y se esmera por quedar en el recuerdo como en su día se nos enganchó eso de uno, dos, Freddy viene por ti…. Y al final, logra crear un icono y lo consigue con una simplicidad tal, que invita a que la industria se replantee todo el género de pe a pa. Babadook es el nuevo Krueger, el nuevo Chucky, la nueva Sadako; desde luego asusta tanto como cualquiera de ellos. Lástima que al igual que con la mayoría de referentes que se le puedan venir a uno a la cabeza, el tercer acto peque de cierto exceso con el que se acaba viendo perjudicado todo ese juego de matices y atmósferas, sombras, y miedo en estado puro. Una conclusión algo deslucida y masticada en exceso (la metáfora al final corre el riesgo de tornarse ridícula), vale, pero que en ningún caso debería mancillar demasiado el recuerdo de uno de los mejores ejemplos de terror de los últimos años. Y si además supone un muestrario inapelable de recursos originales y trabajo bien hecho, en detrimento de un presupuesto seguramente escaso, mejor que mejor. A ver quién es el listo que duerme después de oír el Baba dook, dook, dook. Según parece, al jurado de Sitges le costó.
7/10
La critica esta muy bien, pero ire a verla porque el logo del badadok me recuerda al de un producto contra las polillas que se ponia en los armarios para proteger la ropa. No recuerdo el nombre sr. Polilla? Bueno, pues eso, que mola.