Crítica de Baby Blood

Si a alguien se le pregunta sobre Alain Robak, por muy erudito del cine que sea lo más seguro es que conteste: «¿Quién?».
Efectivamente, poco o nada se sabe de este director francés cuya ficha en IMDB se reduce a apenas diez trabajos -sumando cortos y demás-, lo cual no deja de resultar curioso teniendo en cuenta que uno de ellos, el «Baby Blood» que nos ocupa, podría definirse como la madre del cine gore francés moderno.

La trama de por sí no es muy original que digamos: el Mal lleva existiendo en la Tierra desde el principio de los tiempos y se ha mantenido oculto hasta ahora, momento en que comienza su evolución para materializarse definitivamente. Para ello se introduce en seres vivos, sirviéndose de sus capacidades para alimentarse, y pasando de uno a otro para mantenerse con vida. Después de no necesitar a la tigresa que lo incubaba, le toca el turno a Yanka, joven en la que se introduce para ser gestado y alimentado. El problema es que su única comida es la sangre, humana para más inri, y para ello necesitará que la chica le obedezca y deje tras de sí un reguero de muerte cada vez mayor.

A tenor de su argumento no sería descabellado considerar la existencia de «Baby Blood» como mero exploit de infinidad de películas anteriores, desde «Basket Case» a «Brain Damage», «La Semilla del Diablo», «La Profecía», o incluso «La Pequeña Tienda de los Horrores». Vamos, cualquier otra cinta que contara entre sus protagonistas con algún elemento poseído o similar. Más indicios para defender tal presunción los encontramos en un guionista debutante que no hizo absolutamente nada más por una parte, y en un empeño por exprimir hasta el último de sus (pocos) francos invertidos por la otra.
Y es que «Baby Blood» no esconde su escasez de recursos, más bien se jacta de ello: a las limitaciones técnicas -iluminación, sonido y demás, de andar por casa- se le suma un guión tan torpe como su tosca dirección, un montaje cien por cien amateur y unas actuaciones que dejan mucho que desear y de las que sólo se salva, y por los pelos, la labor de la protagonista, la voluptuosa y no menos desconocida Emmanuelle Escourrou. Ahora bien, ¿qué película gore de esta y otras épocas no comparte todas y cada una de las características recién enumeradas?
A la hora de entrar a valorar un género como el que nos ocupa, abiertamente casposo y cutre por definición, aspectos técnicos o artísticos deberían dejarse en segundo plano ya que, simplemente, no tienen cabida ni interés alguno por parte tanto de espectadores como de directores.
Precisamente por ello se explica que una película como «Baby Blood», desastre cinematográfico se mire por donde se mire, sea el clásico de culto que es.

Una década antes de que Aja, Bustillo, Maury y compañía revolucionaran el terror con su hornada de brutales películas -que convirtieron a Francia en el referente absoluto del momento-, Robak asentada las bases de ese cine extremo y polémico con una película salvaje tanto en su forma como, y sobre todo, en su fondo. Pese a la irregularidad rítmica traducida en dos partes netamente diferenciadas, «Baby Blood» cuenta en su haber con un argumento de difícil y enfermiza digestión, una fábula casi vampírica que vincula prácticamente a modo de sumisión a una mujer embarazada con su feto. Como si de un embarazo indeseado se tratara (algo que queda claro viendo cómo se introduce el Mal, en forma de serpiente, en el cuerpo de la chica), «Baby Blood» casi parece aludir a aquellas jóvenes que no pueden abortar, bien sea por obligación moral (¿divina?) o por fuerzas ajenas que igualmente controlen sus movimientos.
Y son esas fuerzas -en este caso la propia voz del ser que la habita- quienes la hacen cuidar al bebé, asegurándose de que nada se tuerza y acabe viendo la luz.

En la cinta, eso se traduce en salvajes asesinatos, una ola de brutalidad en aumento que se traduce en una segunda parte de metraje demencial, una vez despojados del rubor y cautela hemoglobínica iniciales.
Precisamente uno de los grandes males de «Baby Blood» radica en que en su primer arco no pasa demasiado y todo se desarrolla a ritmo cansino e intrascendente: estamos ante los primeros meses de gestación del bicho maligno, y éste aún no controla totalmente a su incubadora. Sin embargo, es en dicha mitad donde se encuentra una de las mejores escenas de la película, en que la actriz protagonista muestra todos y cada uno de sus encantos (turgentes por un lado, poblados por el otro; y allá cada uno con las interpretaciones) en una larga escena de desnudo y posterior asesinato y canibalismo que haría las delicias del Russ Meyer más alterado.
Y es que si la primera virtud de «Baby Blood» radica en su malsano argumento, la segunda la encontramos en la generosidad con que Alain Robak filma las escenas más salvajes, mostrando un gusto por el gore y lo explícito que muchos cineastas actuales quisieran para sí. Con una gran cantidad de sangre chorreando por doquier, la película oculta su espíritu ahorrador en pros de originalidad y buen hacer técnico (relativamente hablando): todas y cada una de las escenas más violentas resultan inolvidables por un motivo u otro y debido al estilo amateur quasi-dogmático que impregna toda la cinta, en conjunto acaba desprendiéndose cierto hiperrealismo brutal no apto para aficioados del terror comercial, pero que hará las delicias de todo amante al cine de estas características.

Y evidentemente, nos encontramos en terreno gore, y una de las primeras reglas no escritas del género reside en proponer un humor negro que ofrezca al espectador la dualidad de la angustia mórbida por un lado y la risa surgida del exceso por el otro, y en «Baby Blood» se juega a la perfección con ambas sensaciones, logrando momentos de ovación como su obvia culminación, un delirio inquietantemente desternillante muy cercano al «Demons» de Bava.

Casi nos olvidamos de dedicarle unas palabras a la Escourrou, actriz cuya delantera dificulta el análisis de su trabajo, pero que haciendo el esfuerzo de sobreponerse a ellas se descubre bastante acertada en su labor de excitarnos y asustarnos por partes iguales, tanto a nivel físico como interpretativo.

He aquí por tanto un claro ejemplo de hasta dónde puede llegar el imaginario francés, y europeo por extensión, cuando se trata de echarle mano al terror. «Baby Blood» no es ni mucho menos la obra maestra que es «Braindead» (a la que cito por haberse estrenado más o menos en la misma época) y se encuentra a años luz de «Alta Tensión» o «Á l’Intérieur«, pero supone un excelente primer paso, una rotura de moldes y esquemas que pese a su condición de exploit ha logrado hacerse con una personalidad propia, suficiente para destacarse como clásico de culto. Siempre que se trata de saber si ha merecido la pena el visionado de cualquier película, lo que cuenta es la facilidad con que ésta pueda ser recordada pese al paso del tiempo, y el salvajismo de «Baby Blood» tarda en olvidarse. Tanto, que en el próximo mes de septiembre se estrena su tardía secuela, titulada «Lady Blood».

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En diciembre de 2006 me dio por arrancar mi vida online por vía de un blog: lacasadeloshorrores. Empezó como blog de cine de terror, pero poco a poco se fue abriendo a otros géneros, formatos y autores. Más de una década después, por aquí seguimos, porque al final, ver películas y series es lo que mejor sé hacer (jeh) y me gusta hablar de ello. Como normalmente se tiende a hablar más de fútbol o de prensa rosa, necesito mantener en activo esta web para seguir dando rienda suelta a mis opiniones. Esperando recibir feedback, claro. Una película: Jurassic Park Una serie: Perdidos

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