Crítica de Bad Milo!
Un buen día te levantas por la mañana y resulta que estás embarazado de un ghoulie asqueroso que te asoma por el ojete. Ya, no es una descripción muy fina, pero es a lo que juega y de lo que va Bad Milo!, propuesta hortera que hace del petardeo su razón de ser y del homenaje al terror de serie B de los ochenta su vía de expresión. Y bien, oigan, que aquí estamos ya un poco hasta las narices de que nos vendan cosas que no son o bien que no nos enteremos cuando podríamos tener entre manos the real thing: esto promete caspa y caspa es lo que da. También promete risotadas a costa de nuestra propia cinefagia trash, y quizá de eso ya haya un poco menos, pero un buen rato de nostalgia basura los responsables sí prometen. Responsables capitaneados por el director Jacob Vaughan, el guionista Benjamin Hayes y el actor Ken Marino, uno de los practicantes de una veta de la comedia televisiva americana actual (los Duplass producen) que, por cierto, hace notar su influencia para lo bueno y para lo malo: esto podría haber sido la película que es o, de haber tenido menor suerte, un especial para Comedy Central. Un producto menor que en un contexto televisivo, enmarcado entre dos series de esas descacharradas de las que pone la casa de South Park, habría asegurado una noche cerdísima de nostalgia.
Pero la cosa tampoco sale tan mal, ni mucho menos. Porque ¿cómo podríamos cargárnosla cuando nos mira con esos ojos negros enormes de ironía macarra colocados sobre una boca toda llena de piños afiladísimos? Este homenaje al cine de terror bizarro, subgénero monster movies tipo Basket Case, y a aquellas astracanadas asqueroso-cómicas que nos tragábamos alegre e insensatamente cuando aún no éramos capaces ni de asimilar las pelis de Toxie es una pura, simple y enorme broma, una farra entre amigos en forma de subproducto fílmico autoconsciente y coñero. Y claro, resulta tarea difícil valorar una película que no se toma en serio a si misma, que no se toma en serio ni siquiera el hecho de no tomarse en serio a si misma y que lo único que espera es campar alegremente por los prados de la escatología, el gore granguiñolesco y la burrada fílmica. Que quizá propone interpretaciones interesantes sobre el choque entre padres e hijos, los complejos edípicos, los celos y las vicisitudes de la paternidad, o quizá lo autodinamita todo por erigirse como una simple (y merecida) venganza femenina por los últimos 200.000 años de inevitables dolores de parto.
¿Garantiza todo ello el despiporre final que nos propone sobre el papel? La verdad es que dependerá del nivel de predisposición del usuario, de la intensidad de consumo del fumador o de la calidad de su mierda. Pero de entrada Bad Milo! parece invitar más a la sonrisa cómplice pero un tanto desangelada que a la carcajada esquizofrénica; y puestos a guarrear, quizá cometa el error de esperar casi media hora para mostrar el bicho, esa mezcla de critter, Xtro, uno de los tordos de Vinieron de dentro de…, Baby Sinclair y el ministro Montoro. Una propuesta formal y temática que obviamente requiere de un necesario reconocimiento de las fuentes previas, porque básicamente representa una simple y aplicada copia de todo aquello, puro espíritu Troma: hay salpicones de sangre, efectos especiales de función de alumnos en el colegio de Charles Manson, escatología mónguer, humor garbancero mónguer, explicaciones inútiles (y muy mónguers) para lo que va ocurriendo en pantalla, psicología chusca de los personajes y una galería de interpretaciones deliberadamente exploiteras.
Todo en un rato gilipollas pero ricamente entretenido que no tendría ningún sentido en un marco de disfrute serio o de crítica más o menos rigurosa por estar despojado de sentido más allá de su contexto, y por ser carente de entidad propia analizado como producto individual. Poco que objetar excepto, quizá, que habría molado mucho más si además de estar Gillian Jacobs se hubieran pasado por la fiesta otros elementos de la calaña de Paul Scheer, Nick Offerman o Nick Kroll. Ese día debían estar por ahí emborrachándose con otro.
6/10