Crítica de El baile de la Victoria
Vaya por delante que los linchamientos públicos me caen bastante mal. No es nada raro: cuando todo el mundo parece ponerse de acuerdo en destrozar una película a base de críticas agrias se disparan las alarmas de la sospecha («no puede ser para tanto» / «aquí hay otros motivos») y es en estos casos cuando la buena fe entra en escena («démosle una oportunidad»).
Así que me sabe un poco mal unirme a una corriente destroyer ya generalizada, y juro que he hecho todos los esfuerzos posibles.
Pero porque él se lo ha ganado, lo último de Trueba es malo. Muy malo.
Y no podemos decir que nos sorprenda: el hombre lleva años empeñado en banalizar el cine español a golpe de productos anodinos y desgraciados (sin gracia, digo) después de haber dado la campanada hace ya casi 20 años con aquella conquista hollywoodiense llamada «Belle époque». Antes de eso, pocas pegas. Pero desde entonces, ojo a la cantidad de soseces que ha dirigido: entre otras, «Two Much», «La niña de tus ojos», «El embrujo de Shanghai», «El milagro de Candeal» o esta «El baile de la Victoria».
Las vidas de ambos se cruzarán cuando Ángel quiera dar el golpe de su vida (vengarse del alcaide de la prisión reventando su caja fuerte) intentando convencer a Nicolás para que se una a su causa. En medio de todo ello, Ángel intentará conquistar a Victoria y proporcionarle un futuro como bailarina destacada mientras huye de un asesino contratado por el alcaide, quien en su momento violó al joven.
Como sea, el caso más sangrante es el de Miranda Bodenhöfer: su personaje, Victoria, transmite una emoción cercana al vacío absoluto. Como no habla en toda la película, expresa sus sentimientos a través del baile (oh, sí, precioso) y su expresividad física. Así que se le supone un mundo interior tormentoso, pero no logra reflejar el más mínimo dolor, ni pasión ni nada de nada. Triste, muy triste, teniendo en cuenta que la bailarina traumatizada es el principal motor dramático de la historia.
Y por otro lado como thriller es risible: la escena del «gran robo» es la más simple vista en años, y está contada como un mero trámite cuando debería ser el clímax de esa línea argumental.
Todo ello aderezado por unos diálogos forzadísimos, antinaturales y, claro, increíbles: siempre están al servicio o de una especie de poética magicorealista (o así) o del thriller negro. Lo mismo, no funcionan ni hacia una dirección, ni hacia la otra: o bien resultan cursis o bien teatrales, casi de opereta. En ambos casos, son falsos.
Para colmo, la historia va divagando de manera poco clara a lo largo de una dispersión que dura más de dos horas interminables, eternas.
Al respecto de todo esto, sinceramente, no he leído el libro de Antonio Skármeta en el que se basa la película, así que no sé cuanta responsabilidad tiene el escritor en lo pretencioso de su contenido, pero sí sé la culpa que tiene Trueba en lo desastroso de su continente.
Porque ahí es donde «El baile de la Victoria» se convierte en un auténtico pain in the ass.
Trueba se arma de recursos ultratrillados para construir la identidad formal de su película, y no tiene ningún tipo de vergüenza para tirar de tópicos en su planificación (recursos y planos vistos cientos de veces) o en su montaje. Que los planos que utiliza tengan una mínima justificación argumental, o que planifique con criterios expresivos queda fuera de toda posibilidad, cayendo en la peor costumbre del cine español actual, su auténtico mal endémico: la puesta en imágenes rutinaria de un guión escrito. Esto es, la reducción (voluntaria) del realizador a un simple mecánico de la cámara. Con nombre, sí, pero mecánico al fin y al cabo.
El caso es que a sumar a esto, las abundantes decisiones estilísticas inexplicables no ayudan, precisamente: ahí están sus abundantes zooms televisivos, sus barridos ortopédicos, sus feísimos flashbacks explicativos…
Más allá de la fuerza -o la falta de ella- del Trueba realizador, las cualidades técnicas de la película la sitúan a mundos de distancia de cualquier producto más o menos bien cimentado: su factura general es muy pobre, y pasa por una mezcla de sonido de lo más cutre o una iluminación de saldo que ni siquiera intenta dar vida a una fotografía plana, inexpresiva y sosa. Dos ejemplos: a) las secuencias en la cordillera de los Andes invitan automáticamente al preciosismo, pero no se les saca ningún partido estético y al final terminan resultando hasta feúchas. Y b) que en pleno 2009 se siga iluminando las escenas nocturnas con «noche americana» («enchúfame un filtro azul para que parezca de noche y así podemos rodar de día») sin ningún tipo de justificación estética no tiene nombre.
En cuanto a la música, en fin, lo mejor que se puede decir de ella es que intenta dar un toque solemne entre dramático y negro a las secuencias de Darín (vía saxo tenor, muy clasicón). Cuando no, en cuanto pretende enriquecer la historia romántica de Ángel y Victoria, se convierte en una absoluta ordinariez entre el musical Disney y la ambientación de teleserie nacional. Creedme, tiene ratos de auténtico sonrojo.
Todo ello convierte a «El baile de la Victoria» en una sucesión de momentos ridículos, a cuál peor (y especialmente los que conciernen a Ángel y Victoria), que culminan en esa secuencia del baile en el teatro secuestrado alargada, muy mal rodada e iluminada y peor planificada y que se convierte en la escena más representativa de los males de la película: se pretende bella y desgarrada pero al final es pomposa, hueca y transmite cualquier cosa menos emoción o dolor.
Para rematarlo todo, la escena del cine porno es de un mal gusto grotesco. Y para colmo viene seguida por esa horterada mayúscula bajo la nieve, con «caballero en brillante armadura» incluído. Inenarrable.
Supongo que no soy quién para desacreditar las capacidades fílmicas de un tipo tan experimentado como Fernando Trueba (si las tiene, aquí no las muestra), y de verdad me jode ensañarme de este modo con una película, sea de quien sea. Pero es que nos lo ha puesto muy difícil: «El baile de la Victoria» no hay por donde cogerla. No perdáis ni un minuto en ella.
2/10
Pues no la he visto, pero desde los últimos años de este director se me quitan las ganas de ver algo más suyo. El embrujo de Shangai fue especialmente despreciable, horrenda y anodina. Sus documentales en cambio me gustan: creo que es lo que mejor se le da.
De esta paso de verla, por lo menos pagando en el cine, la verdad. Y eso que adoro a Darín, aunque aquí no se lo crea mucho XD
PD: Hoy estoy yo también con Trueba XD
"Necesitamos menos criticos…" dice una publicidad sobre gaseosas…
""Necesitamos menos criticos…" dice una publicidad sobre gaseosas…" dice un tío que entra en webs de cine a leer CRÍTICAS
Lo siento, Anónimo, pero en esta web no se toleran muestras de desprecio hacia nadie, ni especialmente el fomento de odio xenófobo y mucho menos conatos de eugenesia.
Otra vez será.
Googleé críticas de esta película para ver si alguien opinaba igual que yo.
Estas palabras parecen sacadas de mi mente. 100% de acuerdo. Pésima película.
Pero el final….no acabo de comprender el final tan espantoso….porque si al menos le hubiese dado un giro a la película…y queda todo el hilo argumental sin cerrar…el crítico de ballet…y ella se va del país! Ricardo Darín olvidándose de su hijo y dándose por ganado cuando la madre le dice que se quiere cambiar el apellido….Ariadna Gil….ni si quiera pestañea al verlo de nuevo y eso que ha sufrido…sosa a más no poder….el chaval pues…Abel Ayala no me parece sobreactuado, és el único que le da un toque más gracioso y enternecedor a la película…creo que actua así por cultura y por carácter noble..soñador..Ricardo Darín me encanta pero claro….le falta apreciar su papel como bien dices….en realidad tienes toda la razón…es una pifiada y eso que a mi tampoco me gusta criticar….
hola, no entiendo quien llega en el caballo al final de la película
Hola Jaime!
Muchas gracias por leernos y comentar. Desgraciadamente no podemos contestar a tu pregunta, porque, básicamente, no recordamos casi nada de la película XD
A ver si alguien se anima a ayudarte…
Saludos