Crítica de Bait (2019)
No deja de resultar llamativo que se esté poniendo de moda el blanco y negro, para relacionarlo a disertaciones más o menos abiertas sobre el fin de la sociedad tal y como la conocemos. Con Bait, su debut en largometrajes, Mark Jenkin juega además la carta de los orígenes del cine. No solamente se trata de una película a dos colores, sino que además sus recursos y decisiones artísticas acuden a los de hace unos cien años: imagen en 4/3, rodaje en 16mm, revelado a mano y juegos de planos detalle, primeros planos, plano contraplano… Pero, ¿y la trama? Pues ambientada en la más rabiosa actualidad. Consiguiendo así un anacrónico experimento cargado de simbolismo pero, por encima de todo, de una crítica mordaz sobre lo que está acabando con la paciencia de más de uno.
Bait tiene lugar en un pueblo pesquero, donde un hombre de mar intenta sobrevivir sin barco (está ahorrando para comprarse uno) mientras su hermano utiliza el que dejó en herencia el padre para hacer boat parties para los turistas que acuden en número cada vez mayor al lugar. Tanto, que hasta casas de toda la vida se convierten en Airbnbs, y quienes aún viven del mar deben parar los motores de sus barcos porque el ruido despierta a los turistas. Todo ello va generando una tensión latente, que Jenkin se encarga de potenciar por vía de esa apuesta formal que incomoda desde todo punto de vista posible. Las pausas en los diálogos que se alternan con planos de miradas que lo dicen todo, el montaje que va encajando aquí y allá detalles fuera de contexto (o no), e incluso las manchas que pueblan la imagen.
El resultado es una película exigente al principio: el espectador (sobre todo el que no sepa dónde se meta) estará más pendiente de los inputs formales, que de una trama que hasta que no empieza a montar todas las piezas, tarda en tomar forma. Una película incómoda: sin saber muy bien por qué, la respiración se corta de buenas a primeras cuando sólo entendemos que hay gente que podría estallar en cualquier momento. Y una película-bomba: deja pocas dudas en cuanto a la posición de su director en relación a la gentrificación y la claudicación de unos y otros a la plaga más grave del planeta, el turismo.
Pero ojo, que Bait invita a la reflexión por encima de todo; quien quiera puede tomar partido perfectamente del lado contrario, y encontrará motivos de sobra para defender su postura. Y lo hace a lo largo de poco menos de hora y media absolutamente apabullante. 89 vibrantes e inclasificables minutos de un experimento que podía haber salido francamente mal (hasta que toma forma, la cosa es bastante risible), pero da en la diana suponiendo, junto a El faro, otra pesadilla marinera en blanco y negro con mucho que decir y mucho en lo que reflexionar.
Trailer de Bait
Valoración de La Casa
En pocas palabras
Un experimento, un desafío, una crítica social y un canto al cine. Todo eso es Bait, película de aquellas que se convierten en cine de culto desde el momento en que empiezan a pasar por festivales y a protagonizar todos los boca-oreja habidos y por haber. Y con razón.