Crítica de Bebés
La ventaja con la que juega el documental como género cinematográfico, y el «documental de observación» como subgénero del mismo, es esa indiscutible carta de la realidad tal y como es: nuestra vida mundana es tan compleja que de un gesto nimio puede inferirse todo un mundo. De una simple examinación de las pequeñeces de la cotidianía pueden construirse grandes conclusiones maximalistas. Y además, con el autor escudado tras «lo objetivo» el reproche no tiene cabida.
Es el criterio que sigue «Bebés» y en virtud del cual conmina a todo el mundo a que no se rasgue las vestiduras. Esto del «documental observacional» es más viejo que el mundo, y además muy a menudo ha funcionado (que se lo digan a Wiseman). Se planta una cámara y a dejar que las cosas sucedan sin apenas interactuar con ellas. Y ya lo decía yo: que el director Thomas Balmes se limite a seguir los primeros meses de vida de cuatro bebés nacidos en puntos estratégicos del globo no obsta para que el espectador pueda trascender el minimalismo de la propuesta y llevar a su pequeño sociólogo aficionado interno todo lo lejos que quiera.
Porque uno puede quedarse en el aparato formal si quiere. Y paladear un documental que se sabe bonito. Que es pura armonía vacacional, tan lustrosa en su variedad paisajística (Namibia, Japón, Estados Unidos y Mongolia en una simple transición por corte) como dolorosamente bella en su apartado plástico, esgrimiendo una fotografía a la que no haría ascos National Geographic. Dejarse embriagar por la cadencia del montaje (a menudo sospechosamente azaroso) o simplemente deleitar la vista con esas cuatro personas a escala. Conocer sus alumbramientos, sus primeros gateos, sus gugu gagas y el triunfo del equilibrio sobre dos piernas. Compartir su curiosidad literalmente infantil, el descubrimiento del mundo y el juego sorpresa/aprendizaje.
O bien se puede tirar del hilo y sacar conclusiones más o menos evidentes basadas en una voluntad antropológica y un cierto exotismo (paradójicamente) globalizador: que los bebés son bebés en todas partes; y en todas partes son seres inocentes y angelicales, representación de la pureza, la inocencia y la vida por encima de cualquier situación y conflicto sociopolítico. O llegar a la eterna basculación «actos innatos versus conductas adquiridas en función del ambiente»: es curioso constatar como las pautas de comportamiento iniciales luego van siendo cinceladas por el entorno inmediato; madres y padres, hermanos, naturaleza u otros bebés. El punto de partida de los cuatro bebés siempre es parecido, el desarrollo va divergiendo poco a poco.
Sea como sea, se quiera como se quiera ver, el enfoque de «Bebés» es simple y claro. Esto es un precioso documento; un optimista carrusel que se ha dejado contagiar indisimuladamente por la inocencia de sus protagonistas; y como ellos, es ajeno a cualquier problemática más seria. No hay apenas episodios de pañales sucios, de papillas devueltas, de noches en vela. La simpatía que desprende «Bebés» busca sin vergüenza las reacciones del tipo «qué mono» o «quiero uno», aun siempre desde una cierta sensibilidad, sin engaños ni manipulaciones y sin estridencias dramáticas hasta un punto casi hipnótico. O inocuo. O atontante.
Y es que algo se retuerce bajo la superficie de «Bebés». Algo maligno. El buenismo por el que apuesta y su desbordante amabilidad, apostillada por una música de lo más simpática y una colección de efectos sonoros con el balbuceo como piedra de toque no puede traer nada bueno. Será mi estúpida naturaleza suspicaz, o que pocos productos se ven ya que apuesten por una felicidad absoluta basada en una realidad totalmente forzada, pero el mal rollo que logra transmitir «Bebés» cuando se ha entrado en su juego catárquico de nube de algodón no es de este mundo.
La disminución de actividad neuronal que implica su visionado, disfrazada de sencillez optimista (y escudada tras el timorato argumento de que «El globo rojo» nos enseñó que se puede hacer cine casi sin argumento, sólo con ilusión y alegoría) sólo puede contener algún tipo de veneno ideológico, o de principio de control de las masas.
Que una película guste, enganche, resulte tremendamente adorable, visualmente preciosa y que además de todo ello complazca por igual a sensibilizados padres recientes, a encargados de márketing de Benetton y a siniestras asociaciones pro-vida, eso no puede ser bueno. No puede ser nada bueno.
6/10