Crítica de Becky
Que cada cierto tiempo un actor cómico pretenda dar un giro a su carrera (o, en no pocos casos, dignificarla un poquito) empieza a ser una estrategia ya poco sorprendente. En los últimos años se lo hemos visto hacer a Jim Carrey, Adam Sandler, Will Ferrell, Jonah Hill, Sacha Baron Cohen, Vince Vaughn… Y a veces cuela, claro. En otras, sin embargo, la cosa no cuaja. Por ejemplo: que Kevin James, el superpoli de centros comerciales, el acoplao en todas las fiestas de Sandler, ahora vaya de convicto con esvástica en la cabeza (rapada)… no acaba. Por mucho que, para contener muecas y camuflar un poco su rostro, recurra él también al truco de la barba frondosa (hola, Robin Williams).
Y si no cuela del todo el que tenía que ser uno de los dos pilares de Becky, mal empezamos. Porque al final, esto es una home invasion que se centrará en un careo entre el malo máximo (James) y la propia Becky, una adolescente que consigue evitar ser capturada, y tendrá que ideárselas para intentar salvar a su familia, cautiva en casa. Para que nos entendamos, un Funny Games con Secuestrados… y un Solo en casa gore.
La propia película hace evidente ese enfrentamiento desde sus primeros compases, enlazando planos paralelos de la vida del malote y de la chica, no exenta de problemas y dramas personales. ¿Acaso queriendo decir que en el fondo no hay una distancia sideral entre ambas? La posibilidad de convertirnos en bestias está a la vuelta de la esquina, y eso parece querer decir el guion de Becky en todo momento, deshumanizando a su protagonista femenina a medida que corren los minutos. Desdibujando la línea entre la supervivencia… y el placer de ver la sangre correr. Quizá, en realidad por eso mismo se cuenta con un actor que tiene porte de malo, desde luego: su envergadura asusta. Pero que es incapaz de resultar realmente temible. Al final, de lo que va es de la evolución de ella. Una Lulu Wilson, esta sí, infinitamente más convincente.
Pero Becky cojea, esto es así. Y la incredibilidad de Kevin James se hace extensible a todo lo demás. De entrada, por parte de quien esto escribe bienvenida sea toda espiral de violencia cinematográfica, especialmente si protagonizada por menores. Pero en la que nos ocupa todo es demasiado forzado e irreal. Se entiende que la chica deba hacer lo que deba para sobrevivir, pero un par de primeros planos a sus ojos no son suficientes para justificar todo lo que viene después, que peca de irreal se mire por donde se mire. La única emoción que consigue despertar es la de la pura perplejidad, en una función, por lo demás, bastante tibia. Becky arranca bien, poniendo en situación con un tosco pero efectivo paralelismo (antes comentado) y sin prisa alguna por alocarse. Pero cuando lo hace, cuando se desmelena y da paso a la violencia por la violencia… es incluso aburrida. Ni lo que cuenta tiene nada de innovador, ni la forma en que se cuenta logra hacerlo interesante.
A la postre, lo que más sorprende es que hayan sido necesarios tres guionistas y dos directores, nada menos, para llevar a cabo un cuento de allanamiento de morada tan ultravioleto como previsible y hueco. Hará las delicias de quienes se contenten con un ojo colgandero por aquí y un apuñalamiento en primer plano por allá… pero si ya se ha superado esa etapa de consumo cinematográfico, lo que queda es la nada.
Trailer de Becky
Reseña de Becky (2020)
En pocas palabras
Ultraviolenta animalización de una joven por aquello de que la violencia genera violencia, cosa que hemos oído ya en incontables ocasiones de igual manera, aunque algo menos descaifeinada con un malote que imponía más que Kevin James. Hueca, increíble, y totalmente intrascendente.