Crítica de Black Heaven
Hace algunos años, el concepto de Second Life supuso una revolución internáutica de la que, quien más quien menos, casi todo el mundo acabó formando parte. Pero hace algunos años menos, dejó de estar de moda. ¿Motivos? Inseguridad del formato, cansancio, mejores opciones para jugar a RPGs, o la eclosión definitiva del facebook. Lo que sea. El caso es que Second Life fue reduciendo impacto y presencia social, y por tanto interés; lo que pasa a todos los que intentan competir con el gigante de Zuckerman por un lado, y con el WOW por el otro. Con este panorama, a saber en qué pensaban quienes pese a todo, decidieron estrenar en 2010 una película como Black Heaven, centrada en los problemas de un joven que acaba escarbando demasiado hondo en un sistema de realidad social-virtual (llamado Black Hole: sutileza al poder). Y en qué lo hacían quienes, un año después y tras un paso por Sitges 2010 más bien poco estimulante, deciden estrenarla ahora en cines españoles, olvidándose de su título original (un mucho más sugerente L’Autre Monde), por lo bajini, y medio condenándola igualmente a un olvido del que no debería haberse movido. Será que su director y guionista Gilles Marchand cae bien, que de otro modo, un servidor no se lo puede explicar.
Y ojo, no estoy diciendo que la película carezca de sentido sólo por tratar de un tema sumamente desfasado (que también); demonios, si uno se pone a día de hoy Uno, dos, tres seguirá disfrutando de lo lindo. Pero ocurre que por encima de todo, por encima de un argumento poco interesante y un desarrollo del mismo que es de todo menos estimulante, la cosa no ha salido bien. Se entienden las intenciones del film por hablar de una realidad que toca a muchos, consistente en llegar a no saber diferenciar lo palpable de lo virtual, de dedicar más horas a su vida allende las pantallas que a su cuerpo de carne y hueso. Y se entiende la forma en que busca hacerlo, alternando animación digital (de chico y nabo, por supuesto, pero la excusa es que busca parecerse al ya citado Second Life) con realidad, y mostrando ora en una, ora en otra, colores y sombras, vida y muerte, pasión y apatía.
El problema es que nada de eso suena a nuevo. El tema se ha tratado mil veces y mil veces mejor que aquí, una cinta que busca confundir al espectador a base de saltos entre realidades acabando por confundirse a sí misma, y sin ninguna novedad que evite la sensación de estar pasando por una sucesión de clichés y poco más: que si las cosas no son lo que parecen, que si las personalidades de un ser virtual no tienen por qué coincidir con la persona que la comanda, que sí qué malo es el vicio… El propio argumento se antoja francamente previsible, invitando a la fiesta a la típica chica guapa pero peligrosa, al inevitable dibujo de un personaje no demasiado sociable pero con inquietudes a resolver por el PC, o al más que obvio giro hacia su final. En conjunto, absolutamente nada nuevo bajo el sol que ni entra por la vista (la parte real de la cinta no cuenta con nada especialmente remarcable; la parte virtual es de un hortera que asusta), ni logra hacerse interesante.
El desastre no es total, porque aquí y allá aparecen destellos de luz en medio de la tormenta (la secuencia en el apartamento, alguna conversación entre alter egos pixelados…), pero en general, el visionado de Black Heaven es más una molestia que un disfrute. Ya digo, de haberse estrenado justo en el momento de máximo auge de Second Life, lo mismo hubiera corrido una suerte radicalmente distinta, poniendo sobre la mesa cuestiones que por aquel entonces se empezaban a debatir. Pero a día de hoy, con todo el pescado vendido y con diversos productos cinematográficos parcial o totalmente influenciados por las nuevas redes sociales, la propuesta de Marchand atufa a viejo y a mal conservado, como mucho para ver en casa un domingo ocioso. De ahí la imposibilidad de entender por qué demonios llega ahora a nuestros cines. Pasando.
Trailer de Black Heaven
Valoración de La Casa
En pocas palabras
Saltos de realidades reales a virtuales, que llegan demasiado tarde y demasiado mal. El tema de los alter egos informáticos se ha tratado antes, durante y después mucho mejor.