Crítica de Black Mirror (temporada 4)
Es un hecho sobradamente reconocido por todos, fans y detractores, que Black Mirror es de lo más desigual que existe en la televisión actual. Lógico, habida cuenta de su ecléctica razón de ser: capítulos autónomos, dirigidos e interpretados por cineastas distintos, y con una potente voz propia por parte de quien esté detrás de la cámara en el caso de las temporadas 3 y 4, las de Netflix. El año pasado, la plataforma volvió a lanzar la serie tras su andadura británica con seis episodios, el primero de ellos dirigido por Joe Wright nada menos. Normal que dicho episodio, Nosedive, fuera infinitamente distinto del que abría la serie años ha, el famoso episodio del cerdo de Otto Bathurst (The National Anthem). O que éste último sea mucho mejor que el siguiente, Fifteen Million Merits (el primer revés de la serie).
Lo que sin embargo sí servía de potente nexo de unión entre todos ellos era el marco resultante. De todo ellos, el espectador se sacaba una idea, de todo menos bonita, del futuro próximo. Un futuro (más o menos) plausible, capitaneado por tecnología invasiva y subnormalidad extendida. Gadgets, evoluciones de iPhones y tablets, y mucha crítica social (ataque abierto al espectador, más bien), cada vez más evidente, más burda y, por tanto, principal arma de sus detractores. Me parece que tan sólo San Junipero sirvió para aunar a propios y extraños, siendo el menos acusica de toda la serie. Sea como sea, ese alma mater, ese leit motif que ya se desdibujó con la tercera temporada, se pierde casi por completo en la cuarta. Un cuarto compendio de seis episodios que pone en evidencia que la serie ya se ha alargado más de lo que debía.
Si bien el primer capítulo (dirigido por Jodie Foster) sí intente mantener el espíritu con el que Charlie Brooker (creador de la serie y actual co-guionista) empezó a dar forma a su idea, fallando en otros aspectos que luego comentaremos, rápidamente se truncan las sensaciones con una serie de episodios siguientes que pierden el norte. Y es que ya no atemorizan, puesto que plantean situaciones tan alejadas de la realidad del espectador (un videojuego en que los personajes son conscientes, una persecución de un bicho de metal…) que a él, simplemente, ni le va ni le viene. Como si no hubiese querido aprender de los errores de la pasada temporada, Black Mirror vuelve a incidir en capítulos de acción/terror que nada aportan, puesto que no invitan a la reflexión, y que si acaso sirven para poner en evidencia carencias sonoras de ideas… y de recursos técnicos. ¿Para qué insistir tanto en muñecos digitales si no se tienen recursos para ello, hasta el punto de tener que maquillar excesos de CGI con una fotografía en blanco y negro? ¿Por qué no indagar, más bien, en lo que puede ser el futuro de la humanidad si seguimos evolucionando tanto en robótica?
Se trata de un compendio de situaciones inconexas que hacen el mismo bien al espectador que un consumo masivo de películas de serie B: huecas, mal hechas, y de género pero en la peor de sus versiones.
Tan sólo un haz de luz se cuela, hacia mitad de la temporada, en forma de Hang the DJ. En él, Tim Van Patten dirige con sutil precisión un argumento centrado en una posible evolución de Tinder y otras apps pensadas para, ejem, hacernos la vida más fácil. Se recupera por tanto el espíritu original, pero además se evita abusar de aquella manía por críticar ferozmente al espectador, con la que acaba por agotarse la paciencia del mismo. Se trata de un emotivo cuento de ciencia ficción cercana, con espacio para darle alguna vuelta sin sentirnos culpables por ello, y con un buen casting capaz de trasmitir en poco más de una hora todo lo que a Jodie Foster, con su episodio, se le quedaba a medias: humanidad, profundidad, credibilidad y calor. Lástima que el de la de El silencio de los corderos sea un relativo tiro por la culata, siendo como es el segundo mejor (o menos malo) de la temporada.
La peor de las pruebas de agotamiento de la serie aún está por llegar y lo hace en forma de episodio final: en un museo de objetos raros (entre las que se pueden ver mcguffins de episodios precedentes), su dueño va relatando las historias de asesinatos u otras lindezas vinculadas cada uno de ellos, haciendo del capítulo una suerte de recopilatorio de historias que evidentemente fueron desechadas en su día. Como aquellos molestos episodios de relleno de Los Simpson, pero haciendo esfuerzos por maquillar el desbarajuste porque, claro, de lo último de lo que farda Black Mirror es de autoconsciencia u honestidad (o autocrítica incluso, llámese como se quiera). Quizá con alguna ración de este ingrediente, el plato resultante hubiese quedado como un sano ejercicio de evasión y entretenimiento, en lugar de esta indigesta y desdibujada aglomeración de sabores rancios que nada aportan al paladar, excepciones al margen.
Quizá, querido Brooker, iría siendo hora de dejarlo ya.
https://www.youtube.com/watch?v=bVKEuMEDCfo
Valoración de La Casa
En pocas palabras
La temporada 4 de Black Mirror confirma el agotamiento de la serie desde el punto de vista de quien está harto de la repetición de una fórmula. Sólo apta para fans.