Crítica de Blackthorn (Sin destino)
El western lleva estando en las últimas alrededor de medio siglo. A veces por voluntad de las propias películas, que con cada nuevo crepuscular parecían querer despedirlo definitivamente; y a veces porque los resultados en taquilla no acompañaban, así de sencillo. Pero tan válido es hablar de su agonía como hacerlo de su inmortalidad. “El asesinato de Jesse James”, “El tren de las 3:10” o la reciente y muy celebrada “Valor de ley” son las últimas muescas del género (a las que cabría añadir los acercamientos nipones y la futura “Django Unchained” de Quentin Tarantino) y demuestran un estado de forma envidiable de un cine del oeste que ha sabido reinventarse y acoplarse a los tiempos que corren, a base de extrapolar discursos ubicados hace un siglo a cuestiones universales de carácter atemporal, e incluso a la más rabiosa actualidad. Es a este contexto al que se adhiere ahora “Blackthorn (Sin destino)”, segundo trabajo de Mateo Gil como director y continuación de “Dos hombres y un destino”, a la que muchos no han dudado en verle discursos implícitos sobre la(s) crisis de hoy en día. Que están ahí, sí, pero no hace falta bajar a niveles tan terrenales para reconocerle suficientes valores como para considerarla, ante todo, una más que decente propuesta vaquera parida desde la mayor de las devociones al género.