Crítica de The Bling Ring
Con mayor o menor relevancia, en toda la filmografía de Sofia Coppola como directora sube al estrado el aburrimiento, el hastío del joven (o no tanto: Lost in Traslation, Somewhere) actual (o no tanto: María Antonieta). Elemento fundamental para comprender a la sociedad a la que retrata una y otra vez con sus películas. De un tiempo a esta parte los intereses de la hijísima pasan además por el petardeo en general. Así, tras su último análisis de la aburrida vida de un actor de Hollywood, ahora toma como fuente de inspiración una noticia publicada en el Vanity Fair, que hablaba de un grupo de adolescentes detenido tras haberse pasado una buena temporada colándose en las casas de los famosos para robarles cuatro cosillas de las que después fardar con sus amigos, en las discotecas, o a través de sus perfiles de Facebook. Lumbreras de primera categoría, vamos, que en ficción adoptan los rostros de Katie Chang, Emma Watson, Israel Broussard y Taissa Farmiga (clavada a su hermana mayor, por cierto). Y a ellos les acompaña el espectador, a lo largo y ancho de estos 90 interminables por repetitivos minutos que hacen de The Bling Ring el cántaro que fue demasiado a la fuente.
Porque la principal sensación que se desprende del visionado de la película es la de un ejercicio de repetición que aparece demasiado pronto en la filmografía de la cineasta. Su última propuesta vuelve a ser una sucesión de canciones de lo más in y personajes de lo más cool, enmarcados en una dirección que, ni que decir tiene, vuelve a ser de chapeau. Sofia Coppola puede fardar de un gusto inapelable por la puesta en escena, traducido aquí en planos que priman el preciosismo, movimientos meticulosos de cámara y marcos saturados de colores, acrecentando desde la parodia lo hortera de algunas de las casas asaltadas (lo de Paris Hilton no tiene desperdicio), acompañando la elegancia de otras, y en general haciendo hincapié en esa personalidad joven, entre pija y gafapasta que busca delinear mediante el seguimiento de los protagonistas de la historia. Bajo este punto de vista, los seguidores de la responsable de Las vírgenes suicidas (atención al cameo fugaz de Kirsten Dunst, por cierto) tienen motivos para la alegría. Como también los encontrarán, los más acérrimos, en su ritmo voluntariamente lánguido y su guión reducido, aún más si cabe, a la mínima expresión para que lo que importe sean los personajes y no lo que pueda suceder.
El problema, para el resto de mortales, puede que se encuentre en ese enfrentamiento entre antiargumento y el entramado original: la fórmula reduccionista que funcionaba tan divinamente, hace nada, en Somewhere, choca aquí con la historia de cacos a la que tampoco se le acaba de dar la espalda y que, en ese caso, necesitaba de un tratamiento mejor. Queda, empero, en meros brochazos torpemente desarrollados, de manera que ni se acaba de profundizar en el estudio sociológico, ni de llevar para delante una trama rápidamente limitada a una estructura monótona, repetitiva y apática. Y peor aún, sin la capacidad de proveer sensación alguna de intensidad, ya sea dramática o de inevitable catástrofe venidero. Vamos, que ni importa demasiado cómo se sienta el grupo de malhechores, ni lo que les pueda ocurrir de tanto quebrantar la ley.
Ocurre, básicamente, por dos motivos: ya hemos hablado de lo desdibujado de su entramado, pero toca hacer mayor hincapié en la mucho más peligrosa repetición conceptual. Nada hay en The Bling Ring que la directora no haya estudiado hasta la saciedad, con la diferencia de que ahora ni siquiera parece haber demasiado esfuerzo por maquillarlo. Su único elemento diferenciador es una base argumental ajena, curiosa pero que aguanta para un cortometraje a lo sumo. Por lo demás, esta crítica a la juventud y a los valores que recibe de la sociedad actual, a las altas esferas y al estrellato hollywoodiense (no es demasiado halagüeño que ningún actor o estrella en general se acuerde de cerrar la maldita puerta de su casa al salir… ni mucho menos que apenas si se den cuenta de que faltan joyas o prendas en sus armarios) suena a visto demasiadas veces, demasiado igual y demasiado pronto. Por lo que por mucho que lo intentemos maquillar, acudiendo a los valores por los que hemos defendido hasta ahora el cine de Sofia Coppola, o aferrándonos a los no pocos momentos genuinamente acertados de su última propuesta… la cara de bostezo que se nos queda se nos nota demasiado.
5,5/10