Crítica de Blue My Mind
No descubriré nada nuevo ahora, si digo que desde siempre se ha intentado jugar con el género fantástico o de terror y el coming-of-age. Sin embargo, la balanza rara vez se ha equilibrado, quedando el resultado en ocasiones en una mala película de terror, en otras una película juvenil superficial. Cuando no directamente en un desastre absoluto (¿alguien recuerda aún aquello de Jennifer’s Body?). Ha tenido que venir de Suiza, a cargo además de una estudiante recién salida de la escuela como quien dice, el último ejemplo. Y quizá uno de los mejor compensados.
Galardonada en el Atlàntida con el máximo premio de su categoría correspondiente, la opera prima de Lisa Brühlmann, este Blue My Mind que nos ocupa, no sorprende por su argumento, ni por sus formas. Una chica de quince años se acaba de mudar y le toca empezar en el cole nuevo, en la edad del descubrimiento y el desarrollo. Tanto cambio físico, geográfico y psicológico, no suele ser fácil. Y sirviéndose de una metáfora que es llevada hasta extremos casi surrealistas, así nos lo quiere hacer saber Brülmann.
Su estilo, ya decía, nada sorprendente: opta por la frialdad y la crudeza para retratar el estado de ánimo de la joven, a quien interpreta de manera perfecta Luna Wedler. Planos azulados y grises, proximidad física entre actriz y cámara, y montaje ágil a ritmo de cámara casi al hombro. Todo muy esperable hasta ahora.
Sin embargo, Blue My Mind acaba encajando casi a la perfección sus piezas, radicando ahí su elemento diferenciador. Casi como si de un made in Hollywood se tratara, arranca (post prólogo) con un par de escenas de jóvenes y escuela, fácilmente identificables. Pero poco a poco, va optando por una vía ennegrecida, sin demasiada concesión y, de hecho, con más de una escena de todo menos agradable. Nunca, ahora bien, decantando la balanza hacia el lado que no es. Alejándose, en definitiva, de una Crudo con la que por lo demás guarda más de un parecido.
Resulta imposible, así las cosas, que el espectador adopte otro prisma: para él esto sigue y seguirá siendo un drama juvenil, lo que hace que le pillen desprevenido los coqueteos con otros géneros. Así, Brülmann gana en impacto, agarrando al respetable por el cuello (como ocurre en la película, por otra parte) y obligándole a digerir escenas que, descontextualizadas, hubieran hecho cantar a otro gallo. Tan sólo en su tramo final concede alguna pincelada más hacia lo fantástico, pero sólo como cierre lógico a un guión perpetrado con suma inteligencia y cautela.
Su línea, de hecho, es siempre ascendente, y tan sólo se ve interrumpida con puntuales momentos en los que el ritmo se estanca. Algo que podría tildarse de comprensible en un debut que, por el contrario, se antoja arriesgado y estimulante, mostrando la firma de una nueva voz a la que habrá que seguir de cerca. Hubiera sido mucho más fácil, para la directora, torcer hacia la vía rápida del género. Que no lo haga y, aun así, consiga el mismo o mayor impacto (y con las escenas menos fantásticas, precisamente), dice mucho y muy bueno de ella.
Valoración de La Casa
En pocas palabras
Un coming-of-age que coquetea con diversos géneros sin por ello perder de vista su esencia de drama íntimo y perfectamente reconocible. Si se entra en el juego, no deja indiferente.