Crítica de La boda de Rachel
Kym (Anne Hathaway), se ha pasado los últimos años entrando y saliendo de centros de rehabilitación, y ahora regresa a casa durante un fin de semana para la boda de su hermana Rachel (Rosemarie DeWitt). A pesar de su juventud, Kym tiene un largo historial de crisis personales, conflictos familiares y estancias en clínicas, y la boda se presenta como la ocasión perfecta para volver a la casa familiar de los Buchman y limar las asperezas del pasado. Sin embargo, lo que prometía ser un fin de semana festivo junto a los parientes y amigos de los novios, se complica cuando salen a relucir viejas tensiones. Kym, con su mordacidad habitual, contribuye a ello, formando un retrato familiar algo extraño.
Uno puede pensar que «La Boda de Rachel» se suma a la larga lista de cine pretendidamente independiente, debido principalmente al empaque visual (y no sólo) y al argumento que contiene, pero que nadie se engañe, pues tras ella se esconde Jonathan Demme, director de «Philadelphia» y «El Silencio de los Corderos» entre otras, y ganador de un Oscar de la Academia por esta última.
Ahora bien, los motivos por los que Demme haya optado por el disfraz indie, casi dogmático, son tan oscuros como criticables, pues sin duda suponen lo peor de una película que, por lo demás resulta notable en más de un aspecto.
Con una trama que va oscureciéndose a medida que progresan los minutos, «La Boda de Rachel» es un acercamiento a la figura del núcleo familiar desde un prisma sumamente crítico y desalentador. Las sonrisas y abrazos iniciales no tardan en dar paso a riñas, peleas y tensiones provocadas por secretos internos forzosamente ocultos por los propios Buchman, empeñados en aparentar que todo está bien.
Así, desde los primeros compases, principalmente descriptivos de las personalidades de cada personaje, el espectador ya intuye la situación tirante en la que el libreto de Jenny Lumet (en su debut como guionista) lo introduce, una bomba de relojería a punto de estallar.
Ni el ánimo pacificador del patriarca (Bill Irwin) ni el semblante tranquilizador novio de Rachel (Tunde Adebimpe) logran hacer frente a las personalidades encontradas de la propia Rachel y su hermana, recién salida de un centro de rehabilitación para ser introducida en un ambiente aún más extraño (para ella).
Y como la protagonista principal es justamente la adicta y antisocial Kim, «La Boda de Rachel» sirve también como concienzudo retrato de la misma, personaje en el que se engloban pinceladas de prácticamente toda una generación, por lo que no será de extrañar que más de uno se sienta o haya sentido como ella, rechazada, marginada, sobreprotegida, o sirviendo de centro de atención de miradas y comentarios.
Así las cosas, el peso de la película recae casi de manera exclusiva (con permiso del no menos excelente reparto al completo) sobre los hombros de Anne Hathaway, quien confirma las buenas sensaciones que desprendían sus hasta ahora roles secundarios resultando sorprendentemente realista y natural en su papel como inestable víctima de su pasado. Pese a que cabría reprocharle (más al personaje que a la actriz) cierto deje al Junismo de Ellen Page, no cabe duda de que su labor bien merece la nominación con que la Academia la ha reconocido, y tampoco sería descabellado pensar en la estatuilla preciada, en circunstancias distintas.
Con lo visto hasta ahora, no cabe duda por tanto de que «La Boda de Rachel» es una película de potente alma y marcada personalidad, que pese a su simpleza, naturalidad, y duración (dos horas) logra mantener su vigorosidad prácticamente intacta en todo momento, salvo en el excesivamente dilatado tramo final.
Sin embargo, no todo lo que reluce es oro, y para empañar la función ahí está Jonathan Demme, el único gran pero del film, y su empeño en querer hacer de Lars Von Trier por un día.
Si bien el estilo dogmático podría antojarse adecuado para la clase de película con la que nos encontramos, se trata de una modalidad harto difícil de la que sólo unos pocos salen airosos (y estos, a su vez, en contadas ocasiones), y desde luego el director de «El Mensajero del Miedo» falla estrepitosamente, logrando tan sólo incordiar sin motivo ni justificación ojos y oídos del espectador.
Y es que, incapaz por decidirse entre adoptar dicho estilo en su totalidad o mantenerse en los límites de lo comercial, Demme acaba más perdido que la propia protagonista, rodando con cámara al hombro pero sonido grabado, escenas naturalistas con iluminación artificial, o diálogos aparentemente improvisados surgidos en momentos excesivamente forzados. Todo ello se traduce en una total incredulidad por parte del público, que además se ve sometido a una tortura traducida en las constantes pruebas y prácticas de músicos de la boda, que cargan gratuitamente el panorama auditivo de manera más bien descompensada y a fin de cuentas totalmente desagradable, sin dejar de sonar en todo momento.
De haber sido corregidas las ínfulas de grandeza de Demme, podríamos estar hablando de la película del año, pero como, lamentablemente, no ha sido así, «La Boda de Rachel» se queda en una alegría frustrada, un placer a medias que, eso sí, se revela muy superior a todo lo visto recientemente de similar temática gracias a la luz propia que emanan tanto su guión original como su reparto, Hathaway a la cabeza.
7,5/10
Eeres un asqueroso, tio
XXXXXXXXD
jajajaja, tío, me he olvidado de poner «crítica dedicada a Goethemola de Sin Pelos en la Lengua» XD!
Bueno, no te quejes tanto que tú debes de estar en pleno visionado de RAF…
Que va, si la hacían sólo en Madrid…
XXXXXD