Crítica de Bright Star
Pero la tarea es titánica. Y ello se nota a la hora de escribir sobre la película que nos echemos a la cara.
En el caso de esta «Bright Star», sobresale la serenidad con la que se nos cuenta esta la historia de los primeros años del poeta John Keats hasta su muerte a los 25, visto a través de los ojos de Fanny Brawne, vecina primero, enfermera de su hermano más tarde, groupie a continuación y amante al final.
El caso es que la directora y guionista Jane Campion, amiga de los melodramas con vestidos con encajes (suyas son «El piano» o «Retrato de una dama»), decide tomar la vía íntima y, bajo la amenaza de desmadre tipo tormenta emocional extrema, opta por usar un chubasquero de serenidad y contención.
Y vaya si se agradece. El relato va por cauces tranquilos, sin caer en histrionismos culebronescos (y ya digo que el argumento se las trae) y antepone la poesía (vaya, al fin y al cabo Keats era poeta, ¿no?) a la prosa más bastarda de la comedieta frívola o el dramón desconsolado. Sí que tiende a los personajes y las atmósferas austenescas (de Jane Austen, digo), pero lo viste todo de lírica explicitándolo a través del recitado, en off o no, de varios de los escritos del poeta. Nota de qualité, el de los poemas de Keats que elevan el tono de la película insertados con bastante más puntería que, qué sé yo, aquellos otros de Gil de Biedma en «El cónsul de Sodoma«.
Aunque en el fondo da un poco igual, porque al final termina habiendo gente que, aunque casi en silencio, sufre mucho, porque ama mucho, porque son seres sensibles y todo eso. Pero como venía diciendo, se agradece por lo menos la delicadeza general.
Una «delicadeza» que tiene sus contras, por supuesto: la falta de turbulencias emocionales extremas implica un trabajo de dirección de actores igual de minimalista, con lo que al final todos los personajes terminan hablando con un tono afectado pero monocorde, casi sombrío. Ya se sabe, son seres heridos y tal. ¿He oído «contención»? ¿Alguien se atreve con «apatía»? Sea como sea, la presencia de la muerte planea sobre todos ellos, y eso se hace notar: quien más quien menos sabe que Keats murió joven, y si no queda claro, media película se la pasa el actor Ben Whishaw tosiendo. Abbie Cornish (Fanny), por cierto, se la pasa lamentándose. Ni uno ni otro hacen un trabajo especialmente destacable, defecto de los gordos en una producción hipotéticamente tan centrada en los pequeños cambios psicológicos de los personajes.
Que la película es bonita, no digo que no. Que recurre a una fotografía preciosista, que consigue momentos de brumoso atractivo y sensualidad y una elegancia misteriosa, también es cierto. Pero no despunta Campion con una pronunciada marca autoral que la sitúe por encima de lo meramente esperable, más allá de un par o tres de secuencias realmente conseguidas y un juego de planos generales y primeros planos que marca las emociones de los personajes bastante notable.
Igualmente la recreación de la Inglaterra de principios del XIX no pasa de «conseguida», no tira hacia el derroche visual ni rezuma libras por un holgado presupuesto, pero también es cierto que tampoco busca epatar al respetable. Tan solo crear un marco en el que se muevan sus personajillos con sus tribulaciones pre-victorianas.
Con estas el resultado es otro drama de la alta alcurnia, que para los que no somos fans del corsé y la genuflexión no pasa de matarratos correctillo, pero que no puede escapar de una constante sensación de been there, done that y de que Campion podría haber hundido más las manos en el barro.
Poco que aportar. Nuestro tiempo es más valioso que eso.