Crítica de Las brujas de Zugarramurdi
La gente (y no han sido pocos) que se indigna por la última propuesta de Álex de la Iglesia, este alocado regreso a los años dorados del de Bilbao, me da a mí que no ha acabado de entender las intenciones que se esconden detrás de Las brujas de Zugarramurdi. O puede que, al contrario, sea yo quien haya querido pasar por alto sus connotaciones, tomándomela como una gran broma. Pero es que el propio director confirma que esa, el pitorreo, es la única forma de acercarse a ella: en un momento dado, una escena en absoluto gratuita, un improbable equipo de ladrones en fuga va a parar a un bar regentado por brujas (!), con un televiso que únicamente reproduce VHS de grabaciones antiguas; la atención se detiene unos segundos en la caja tonta, donde Rockefeller le dice a su ventrílocuo que está aprovechando la ocasión para reírse de él. Ahí está reconociendo De la Iglesia que, más allá de que su propuesta se instaure en el subgénero de la comedia de terror, se está riendo de todo y de todos. Incluido él mismo. Por lo que buscar connotaciones machistas, que después se convierten en feministas, y después directamente en herejías, está de más. Y creedme que si se toma a broma, el gozo puede ser de aúpa.
Lo que queda fuera de toda duda es la condición del responsable de Acción mutante como uno de los grandes de la industria de por aquí. Ya de entrada y aún en frío, Las brujas de Zugarramurdi despliega una grandísima factura en todos los sentidos: se aprecia con total claridad la mano de un experto del entretenimiento detrás de la cámara, no escatima en medios, y goza de un montaje de notable como poco; apenas si se le puede poner en duda la selección de un filtro de colores que peca de vulgar. Todo ello conforma un prólogo francamente extravagante, en forma de un sub-subgénero más o menos etiquetable como comedia negra sobrenatural con cuero, que confirma su aroma de revisión por todo lo alto de la serie B con unos títulos de entrada exquisitos, tan próximos al horror italiano como, de nuevo, a una El día de la bestia cuya senda necesitaba recuperar tanto De la Iglesia (recordemos que viene de firmar el punto más bajo de su carrera, La chispa de la vida) como sus seguidores. Y luego, golpe de efecto: Hugo Silva y un descacharrante Mario Casas encabezan el atraco al banco de un primer tercio que, sin alejarse de la comedia alocada y con mucho de esperpéntica, se convierte en una trepidante aventura de acción al principio, y una inesperada road movie después. Disfrazados de Jesucristo y de soldadito de plomo, ayudados de una locura de secuaces, y con mucha mala leche (el Bob Esponja criminal, la propia vestimenta de los protagonistas, el niño, el gore) buscan realizar un golpe, lo cual implica un largo periplo en taxi. Todo ello es empleado por De la Iglesia para comentar el estado de las cosas en la actualidad, tanto a nivel económico como social e ideológico (o así). Pero es una conversación entre hombres, principalmente, lo cual implica una verborrea machista que tan sólo es equiparable a la estulticia general que los define. ¿Quiere alguien tomarse en serio sus opiniones sobre la mujer? Vale, pero téngase en cuenta que las comentan un taxista asqueado, un tío disfrazado de Jesucristo plateado… y Mario Casas. No son hombres-modelo precisamente.
Y mientras tanto, conatos de una segunda mitad más metida de lleno en el género al que hace referencia su título (y muy cercana, demasiado quizás, a Lobos de Arga, con la que comparte más de un actor); y es que a medida que progresa, la cinta muta, se desmelena, vira hacia lo sobrenatural según las leyendas que rondan el pueblo de Zugarramurdi, y De la Iglesia juguetea con el lenguaje y con los clichés, sacándose de la manga un sinfín de gags hilarantes de puntos de partida abiertamente ubicados en el cine de terror, pero tomados por el pito del sereno. No falta una surrealista historia de amor en medio de todo el barullo, descubrimientos aveturescos del calibre de Los Goonies, y banquetes con menús horripilantes (ojo a los fingers que cocina la despampanante Carolina Bang, y a la actuación en general de Carmen Maura, Terele Pávez o María Barranco) y asistentes que ídem. ¿Y el discurso? Pues ahora feminista. Oh, claro, las mujeres son brujas… Pero es que los hombres tontos. No es que Las brujas de Zugarramurdi se dedique a criticar a uno u otro sexo, es que los deja a todos por igual (de mal). Y queda lo mejor: su herético y tan comentado tercio final.
Quien no haya entrado en el juego dispuesto hasta el momento, verá en ese clímax absolutamente salido de madre, un final alargado, torpe, casposo, moralmente cuestionable y extenuante, la gota que colma el vaso. Quien hasta entonces haya hecho como quien esto firma, y se haya tomado todo a broma, verá en cambio la más lógica de las conclusiones. Amante de los rizos rizados, conocedor de lo mucho que puede hacerse detrás de una cámara, deudor de grandes maestros de la caspa o de revisionistas de la misma, y vasco como él solo, a De la Iglesia se le va totalmente la mano a base de CGI y cables invisibles, apostando por veinte minutos finales que ponen a prueba al respetable. Ni que fuera la primera vez. Es por un lado. Por otra parte, no olvidemos que la denominación de origen se mantiene: esto es un cuento de terror sobre brujas vascas. ¿Podía acabar de otra manera que no fuese a base de la exageración por la exageración? Allá cada cual, pero por aquí hemos acabado francamente satisfechos del que sin duda puede ir definiéndose como uno de los mayores wtf del cine español reciente.
7/10
Y en el Blu-Ray…
Sorprendentemente carente de extras se presenta la edición en alta definición de Las brujas de Zugarramurdi. Y eso que edita Universal, habitual experta en material añadido. Una pena, pues un Cómo se hizo, y sobre todo algún surtido de tomas falsas y/o escenas eliminadas hubiesen venido que ni pintados. Afortunadamente, a niveles audiovisuales roza la perfección. Definición excelsa y buen contraste de colores, aun con la cantidad de contrastes entre claros y oscuros que van dándose en pantalla, y un DTS-HD Master Audio 5.1 atronador, compensan carencias y constituyen la mejor manera para volver a disfrutar de tan loca propuesta.