Crítica de Los caballos de Dios (Les chevaux de Dieu)
En los últimos años son numerosos los casos de películas que, desde diferentes puntos de vista, se han planteado qué pasa por la mente de una persona para convertirse en terrorista. Cintas como Buongiorno, notte (Marco Belocchio, 2003), Munich (Steven Spielberg, 2005), R.A.F. (Uli Edel, 2008) o, desde el humor más corrosivo, Four Lions (Christopher Morris, 2010), han intentado dar respuesta a la pregunta que todos nos hacemos cuando se produce un atentado terrorista. ¿Por qué?
Evidentemente, siempre hay un por qué. Y no me refiero a las causas de los terroristas, sea la independencia, la guerra santa, la esperanza de un mundo mejor o el simple odio. Me refiero a qué falla en nuestras sociedades para que alguien decida en algún punto de sus vida matar a otras personas en base de una creencia determinada.
Si alguna conclusión se puede sacar de las películas que tratan con profundidad el tema es que la educación y el entorno son claves. En Los caballos de Dios, ganadora de la Espiga de Oro en edición de 2012 del Festival de Valladolid, Nabil Ayouch parece añadir otro caso a esta tesis. Dos hermanos, Yashin y Hamid, criados en los suburbios de Casablanca, en un entorno de pobreza, paro y falta de oportunidades deciden en algún punto de sus vidas convertirse en terroristas. ¿Qué ha fallado?
Ayouch se sirve de una narración lineal con elipsis para mostrarnos la vida de un barrio, de una familia y de unos chicos que, sea por la falta de oportunidades, sea por la falta de un sentido vital o simplemente por la corriente que arrastra y enfrenta a dos mundos que se niegan a comprenderse mutuamente, acaban usando el islam como excusa para provocar terror.
El director acierta al meterse en la vida cotidiana de los muchachos, tratándolos como personas y no como simples maniquíes sin cerebro. A lo largo del metraje vamos viendo las oportunidades, aunque escasas, que se les presentan a los niños, luego jóvenes, de tener una vida más o menos digna, y cómo esas posibilidades se van marchitando por varias razones.
El tono realista del film, unido a unas interpretaciones más que solventes, hace que nos metamos en esos barrios de chabolas de Casablanca y veamos el difícil día a día de su gente, gente trabajadora rodeada e inmersa en la delincuencia, la corrupción y la falta de una educación que sirva para abrir perspectivas en la mente de los jóvenes.
Aunque la película exuda melodramatismo en varios momentos y peca de centrarse demasiado en la infancia de los protagonistas, no se puede negar que Los caballos de Dios posee momentos de buen cine, de ese que es capaz de explicar una historia personal y aplicarla a lo universal, de hacernos conocer a nosotros mismos y también al mundo que nos rodea.