Crítica de De caballos y hombres (Hross í oss)
Viendo la actual situación de la distribución cinematográfica en nuestro país, tiene un enorme mérito que una película como De caballos y hombres consiga estrenarse en nuestras carteleras. Primero, por tratarse de una producción Islandesa, ya que la de la isla es una de las cinematografías europeas más desconocidas actualmente, y que prácticamente nunca se puede disfrutar de ella en pantalla grande, más allá de algún festival o ciclo especializado. Todo y esto, Islandia ha dado pruebas suficientes del sobrado talento de muchos de sus autores, como por ejemplo, Fridrik Thor Fridriksson, Baltasar Kormákur (que ya dio el salto a Hollywood hace unos añitos), Ragnar Bragason o Rúnar Rúnarsson, director de la excelente Volcano (no, no aquella de Tommy Lee Jones, afortunadamente). Segundo, por tratarse de una propuesta arriesgada, nada fácil para encajarla en las multisalas de evasión, espectáculo y entretenimiento, ya que se trata de una extrañísima comedia (¿rural? ¿negra? ¿surrealista?) situada en los parajes islandeses más inhóspitos, donde un grupo de personajes residentes en la misma villa, conviven y se relacionan entre ellos, con sus caballos como elemento de interacción social principal, y con la naturaleza que los envuelve en los extensos y bellísimos páramos y fiordos escandinavos, donde la vida humana no es la más extendida precisamente. Sumémosle a todos estos factores, además, que la cinta en cuestión supone el debut cinematográfico de su director (que antes ejerció como actor, por ejemplo, en El jefe de todo esto, de Lars von Trier), Benedikt Erlingsson, que viene, en cierta medida, respaldado por el triunfo en el pasado Festival de San Sebastián, en la categoría de Nuevos realizadores. ¿El resultado? Pues una muy interesante propuesta, alejada de ciertos convencionalismos, que supone una bocanada de aire fresco para la monotonía imperante en los cines durante los meses de estío, y que bien se merecería una oportunidad en vuestras elecciones de cartelera.
La estructura que presenta la cinta está basada en historias cruzadas, pero si por algo destaca, es por los escasos nexos de unión temáticos entre todas ellas, ya que más allá de la residencia en el mismo pueblo por parte de todos los protagonistas y caballos, ahí prácticamente terminan los vasos comunicantes entre ellas; vamos, que cada historia nace y muere en sí misma, sin entremezclarse demasiado con el resto. Pese a ello, los roles de cualquier pueblo quedan rápida y claramente definidos (el borracho, el soberbio, el nuevo, etc.), así como la idea que sobrevuela y “conecta” todas las historias entre sí, más allá de los hechos narrados en cada una de ellas, y es la intención de ver qué hay de caballo en el hombre, y qué hay de hombre en el caballo. ¿Quiénes son guiados por los más bajos instintos (la primera y segunda historia dan buena prueba de ello)? ¿Quién es más irracional en sus decisiones? ¿En qué se parecen y en qué se diferencian? Y, en definitiva, ¿quiénes son los auténticos animales?
Una narración simple y directa (nada de excesos formales, consiguiendo acercar la forma al fondo), parca en diálogos, y que prioriza las (inter)acciones de los caballos con los hombres y de éstos con la naturaleza, más que desarrollar lazos de unión entre personajes o problemáticas de cualquier índole (que ojo, las hay), más allá que las que crean el entorno y la diferencia de especie. Tal es así, que Erlingsson no parece demasiado interesado en que empaticemos o creemos nexos emocionales con ninguno de sus protagonistas humanos (no así con los caballos), creando un cierta lejanía frente a ellos, y dejando cualquier acción procedente de los mismos en manos de los instintos menos racionales (la escena sexual humana, en clara comparación a la equina, es la sublimación de todo ello). Tomando como punto de vista para la narración (con alguna que otra fuga) el de los propios caballos (el plano a lo War Horse, que da inicio a cada historia, lo deja bastante claro), todos los diferentes relatos nos serán presentados desde esta óptica, ayudando al espectador a ver los comportamientos humanos que se muestran con marcada distancia, desde un prisma muchos más primario y dejando al descubierto lo naturaleza salvaje de muchos de ellos (esa muerte que acaba salvando cierta vida, otro ejemplo). Los inmensos parajes en los cuales está insertada la historia, ayudan a otra de las (aparentes) intenciones del director islandés, y es remarcar el halo de soledad e incomunicación que tiñe a la mayoría de las historias relatadas. Respaldada esta idea por los escasos diálogos, la impresión recibida es la de personas que no consiguen entenderse demasiado bien entre ellos, y mucho menos con sus equinos.
Recordando en ciertos momentos al loco costumbrismo de Kusturica, y en otros al humor más surrealista, en la línea de los filmes de Roy Andersson, o incluso haciendo imposible no compararla con la radical Animal Love de Ulrich Siedl, De caballos y hombres, se revela finalmente como una curiosa comedia, que jugando sus peculiares bazas con bastante pericia, logra crear una rara avis (me atrevo a afirmar que incluso en la filmografía Islandesa) con una personalidad muy marcada, que sin ser, ni mucho menos, una película redonda, consigue crear un discurso y un imaginario propio, lo cual, hoy en día, es mucho. Y además cuenta con un soberbio plano final, que con una imagen resume en gran medida el mensaje que ha intentado transmitirnos durante todo su metraje el filme (parece que ya no quedan finales así). Caballos y hombres, juntos y revueltos, condenados a convivir, pero no necesariamente, a entenderse.
6/10