Crítica de Calabria (Anime nere)
Por motivos ajenos a toda comprensión y contrarios a cualquier amistad con la lírica, se estrena por aquí con el anodino título de Calabria una película que en versión original fue nombrada, con toda la intención del mundo y respetando ya que estamos a la novela en que se basa, Anime nere (almas negras). Y es que sí, lo último de Francesco Munzi se enmarca en el mundo alarmante de mafias y famiglie en que se ha convertido Italia en general, el sur del país en concreto, y Calabria (de donde es oriunda la ‘Ndrangheta) en particular. Pero si la cosa hubiese ido de pasteleros, en esencia, mucho no habría cambiado, pues con lo que se acaba quedando uno tras el visionado del film es con la sensación de haber acompañado durante unos 100 minutos a una serie de personajes ennegrecidos por dentro. Una sociedad, una serie de núcleos familiares y de individuos, irremediablemente condenados por haber sido afectados de lleno por la putrefacción a veces externa, a veces provocada. Y sí, obvio: el virus es el crimen, por lo que Calabria es una mordaz crítica a la gravísima problemática italiana. Pero es tanto o más una mirada profundamente pesimista al ser humano, dibujado como ser malo por definición (al fin y al cabo el crimen, organizado o no, es cosa nuestra) y sin demasiada redención por delante. Vamos, que Munzi gala tanto de Famiglia como de familia, con un denominador común: una raíz infecta. O lo que es lo mismo, un alma negra.
Para generar esa dualidad y dejar que sea luego el espectador quien decida hacia cuál de las dos dirigir su ira, la película no ofrece concesión alguna en su riguroso, exigente, contenido desarrollo. Deudora del fenómeno Gomorra, se aproxima a los personajes desde un hiperrealismo angustioso y desprovisto de embellecimiento alguno; los muestra en sus quehaceres diarios, y a su vez, a través de pinceladas que en ocasiones quedan en meros esbozos a desarrollar (el personaje de Carlos Bardem al inicio define a la perfección, sin margen a la interpretación, el fondo por el que se moverá la historia, pero hasta ahí y poco más llega su función) los enfrasca en el oscuro mundo, sin salida aparente, de la mafia. Situaciones ordinarias que esconden oscuras actividades paralelas, favores que no quieren nada a cambio, salvo…, o chiquilladas que se acrecientan por ir a buscar las pulgas a quien no se debe (como si hubiera alguien que sí en semejante panorama); caldo de cultivo para rosarios de Aurora, para decisiones parduzcas, pero comprensibles para el espectador: sin ir más lejos, la chicha argumental tiene como pistoletazo de salida la reunión de tres hermanos para defender el honor de su apellido y, por extensión, a sus seres queridos. No hay buenos ni malos, tan sólo tonalidades distintas de gris y negro.
Para que Calabria logre sumir al espectador en tan denso ambiente, despliega su armamento de manera tan gélida y emocionalmente desinteresada (por decirlo de alguna manera), como sosegada. Más que ocurrir, fluyen los acontecimientos; y más que provocarlas, las sensaciones brotan de manera natural, desde ese amargo poso en el que se encuentran. Munzi, elegante, sobrio tras la cámara, no tiene ningún interés en pisar el acelerador, y de ello su obra se nutre: crece desproporcionadamente sin que nadie se percate de ello, hasta eclosionar en un tercer acto de clímax, a su manera, trepidante. Y con ello, crítica perfectamente expuesta (cierta, y sobrevalorada, cinta norteamericana sobre dos hermanos neo-nazis tendría mucho que aprender de la que nos ocupa, en cuanto a exponer unas cuestiones no tan distantes como podría parecer), dilemas para el espectador generados con puntilloso acierto y, de paso, conclusión para darle al debate. Un debate que debería tocar tanto a la sociedad (italiana, pero no solo) como a la condición humana y el alma negra se que esconde en su interior.
7,5/10