Crítica de Camino a la libertad

Hay directores que se lo pueden permitir y otros que, sencillamente, no. Peter Weir es un tipo capaz, muy capaz, de montarse una enorme epopeya épica (o una aventura naval, o un drama en Jakarta o una contienda turca) y sacar de ahí pepitas de oro en forma de preciosas muestras de humanidad ensartadas en momentos de una tremenda intimidad. ¿Cómo? ¿La historia de un grupo de disidentes, traidores y «enemigos del pueblo» en general que se cruzaron medio mundo a pie puede dar momentos de pureza emocional? Pues sí, justo, y no con ello renunciando a la épica que contiene una historia presuntamente real que enroló a los susodichos en una travesía de más de cuatro mil kilómetros, concretamente desde la helada Siberia hasta la más habitable India. Pasando por desiertos, montañas y bosques. Por hambre, por sed, por agotamiento, mirando a la muerte cara a cara. Pero fue la historia de un grupo de tipos (con una incorporación femenina de última hora) que comprendieron que la supervivencia pasaba por la cooperación. Y posteriormente por la solidaridad, la camaradería y la amistad.
Tan clásico como suena, pero menos almidonado de lo que podría parecer. El trabajo de Weir pasa por el paisajismo, por el postaleo de una serie de estampas obviamente impactantes a los sentidos, principalmente gracias a un trabajo de fotografía primoroso, siempre a la búsqueda de «el momento». Pero no olvida la potencia de los sentimientos humanos y de la capacidad de «despliegue emocional» de sus personajes, prescindiendo como prescinde de grandes novedades argumentales o de impactantes hallazgos de guión.
Eso es, Weir no echa mano de inesperados golpes de efecto emotivos, ni de giros sorpresivos. Ni tampoco se vende al sentimentalismo efectivo pero barato habitual en las películas «para-bélicas». Al contrario, deja que los rostros y las miradas de sus personajes creen el recorrido psicológico de una película cuyo recorrido físico pasa por esa simplicidad: la de llegar del punto A al B con el menor número de bajas posibles. De modo que no podemos esperar encontrar un nutrido surtido de innovaciones formales en todo esto. O podríamos esperarlo, pero entonces estaríamos hablando de otra película.
Pero no, hay que entender «Camino a la libertad» como una película «de las de antes». Un bigger than life como el que se habría podido plantear rodar un David Lean, o incluso un William Wyler, o hasta un cierto King Vidor. Un cine-río que enmarca contextos históricos y los convierte en un mero lienzo para las acciones y reacciones de sus personajes humanos. Y un cine de marcada tendencia épica que logra sin embargo vadear el antipático terreno de la grandilocuencia y la desmesura.
Así, abundan en «Camino a la libertad» los momentos en que, mediante un efectivo uso de la elipsis, se nos escamotean las grandes gestas, los momentos de potencial dramatismo teatral para situarnos en un plano mucho más a ras de suelo, justo al lado de los personajes. Weir no aprovecha para cargar las tintas y opta por la humanización antes que por la tragedia sin rostro y de paso consigue imponer su propia libertad creativa al no doblegarse ni a las convenciones del género ni a la tiranía del causa-efecto más lineal.
Al contrario, cuenta todo lo que quiere y como quiere contarlo. Como cree que debe contarlo: se trata de una odisea larga, árida y como tal lo es la película. Podría soportar un par de recortes y quedar su mensaje (pero no la contundencia) intacto; o podría alargarse un poco más y reforzar su carácter épico (a riesgo de aburrir un poco más al espectador casual).
Pero con sus dos horas y pico, «Camino a la libertad» se hace todo lo larga y escarpada que debe hacerse, le hace sudar a uno la gota gorda, pero encuentra en ese mismo metraje todo el espacio que necesita para expresarse en toda su plenitud.

7’5/10

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Xavi Roldan empezó la aventura casahorrorífica al poco de que el blog tuviera vida. Su primera crítica fue de una película de Almodóvar. Y de ahí, empezó a generar especiales (Series Geek, Fantaterror español, cine gruesome...), a reseñar películas en profundidad... en definitiva, a darle a La casa el toque de excelencia que un licenciado en materia, con mil y un proyectos profesionales y personales vinculados a la escritura de guiones, puede otorgar. Una película: Cuentos de Tokio Una serie: Seinfeld

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Comentarios

  1. Peliculón! Desde luego la duración está más que justificada con la trama.

    Weir nunca busca el melodrama, ni privar al espectador de sacar sus conclusiones. Un grande que nunca se ha valorado como se merece.

  2. +1 redrum. No digo más.

  3. Vale, si yo digo x1 redrum y +1 Zack, pero este último le pone +1 a redrum, ¿quién tiene +2, redrum por acumulación o Zack por inscribirse a una opición mayoritaria? Jum, complicado, en el cole nunca se me dio bien esto de sumar (por eso me metí a crítico de cine)

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