Crítica de Carne (Flesh)
Al canto nueva ración de buenas noticias para todos esos cinéfilos que siguen creyendo en el ámbito doméstico como irreductible bastión donde encontrar atrincherados aquellos títulos a los que difícilmente se tendría acceso en circunstancias normales. Y es que una vez más el formato DVD nos permite el acceso a seminales obras semienterradas y momentos un tanto olvidados de entre toda la filmografía de algunos de los nombres claves de la Historia del séptimo arte. Y si bien algunas de estas ediciones no gozarán de la popularidad entre el gran público de ediciones tan exorbitadas como la de Los Vengadores ni del reconocimiento entre el sector especializado como el último pack dedicado a Chris Marker, sí es cierto que no es menos necesario el alumbramiento de un DVD que pueda rescatarnos un título como este Carne.
Y es que es esta una de las obras más destacadas que firmó durante los primeros años 30 John Ford, aún lejos de su gran esplendor popular y crítico, pero muy capaz ya de facturar películas con un interés que hoy va más allá de criterios arqueológicos.
Porque estamos ante una obra que se enmarca en un momento en el que el talento del genio empezaba a estallar allende su notable carrera durante el periodo mudo: es cierto que inmediatamente después de la que nos ocupa vendrían tiempos aún mejores (Doctor Bull, La patrulla perdida, El juez Priest), pero no lo es menos que desde sus grandes logros en su etapa muda (El caballo de hierro, Cuatro hijos, Tres hombres malos), y sin desmerecer otros apreciables títulos anteriores, caso de Río arriba o El doctor Arrowsmith, Carne se presenta como la más honda y compleja película hablada del director hasta ese momento.
Una suerte de tragicomedia centrada en un tosco contendiente de lucha libre (un Wallace Beery en envidiable momento de popularidad) que va a enamorarse de una joven exconvicta (Karen Morley, espléndida) en la Alemania de entreguerras. De ello surge una relación desigual marcada por un tercer vértice que configura en triángulo el entramado sentimental de la película: el hombre de quien la chica cree prendarse. Se establece con ello una relación de desigualdad teñida de la amargura de los grandes desamores, perfectamente articulada por un guión que visitó varias manos, incluidas las de William Faulkner, nunca acreditadas, y cuyo argumento primero se atribuye a Edmund Goulding.
No sería extraño, retomando el motivo triangular, establecer con ello un razonable vínculo entre esta y otras historias homólogas, cuyo más claro exponente podríamos encontrarlo en la majestuosa El ángel azul, dirigida por Josef von Sternberg dos años antes: aquí como allí el punto de vista oscila entre la compasión y la involuntaria crueldad para narrarnos la historia de un hombre maduro e inocente atrapado en la tela de araña sentimental de una joven que está, digamos, pendiente de otros asuntos.
Como sea, la película no deja de destilar cierta amabilidad puntuada por destellos cómicos en un drama romántico que, sin embargo, termina escorando hacia la tragedia. Examinando los pasos inmediatamente posteriores del realizador no es difícil concederle a la cinta un cierto carácter de preludio de la densidad emocional y la hiperexpresiva puesta en escena de lo que sería la mejor película de Ford hasta la primera mitad de los 30: El delator. En Carne, la escenografía puede llegar a mostrarse densa, atmosférica, lejos de la simbología exacerbada del título citado, pero también de la funcionalidad de otras películas de la época. Ford trascendía el carácter de encargo que traía consigo el guión (había sonado hasta el nombre de Raoul Walsh para la dirección) y se empezaba a revelar como un cineasta de las sensaciones, un demiurgo de los sentimientos que a menudo se imponían sobre la pura razón.
A pesar de ello, en Carne podemos detectar pocos estilemas fordianos, pocas señas de identidad del hombre que más tarde cambiaría el rostro del cine americano para siempre. Acaso un sentimiento, quizá mejor una necesidad, la del éxodo de los que dejan atrás un hogar; un recurso narrativo que posteriormente se iría cargando a lo largo de la carrera del realizador de toneladas de saudade por la patria irlandesa. La emigración, en fin, hacia una América más prolija que la Europa prebélica. O más concretamente, que la alemania pre-nacionalsocialismo. Un pequeño puente, un guiño que hermanaba las sensibilidades del director irlandés con los grandes nombres de las tendencias narrativas instaladas en Hollywood a partir de los 30: Sternberg, Lubitsch, Lang.
Así las cosas, Carne se convierte por méritos propios en un título insospechablemente destacado en la filmografía primeriza de John Ford. Por activa, gracias a sus innegables virtudes formales y a su notable pulso narrativo, capaz de trenzar con envidiable habilidad una historia tragicómica manchada por escapes de la épica del sacrificio; o por pasiva, como nueva piedra en los cimientos de lo que se construiría después, probablemente la carrera más importante de la Historia del cine norteamericano.
Entrando en cuestiones relacionadas con la edición en DVD que nos brinda 39 Escalones, nos topamos con un buen puñado de sensaciones agridulces para un contenido, siendo benévolos, un tanto desigual. Desde luego nos volvemos a encontrar ante un caso de edición justificada por la propia necesidad e importancia intrínseca de la película. Sólo por ello cabe celebrar la aparición de la película en el mercado español. No obstante, la calidad de audio (en español e inglés, con subtítulos) y video no brillan especialmente, y aunque cumplen con holgura se encuentran lejos de los gozosos espectáculos de restauración llevados a cabo por ciertas distribuidoras y fundaciones de prestigio.
Pero donde la cosa se pone un tanto estrambótica es en una selección de contenidos adicionales poco explicable: a las habituales ficha técnica, filmografías y demás acicates poco sustanciosos se suma un cortometraje, Carta de Francia, realizado por Diego López Cotillo en 2009, de extraño encaje: se trata de una pieza más cercana a Víctor Erice que a John Ford. O por lo menos al John Ford de la película que nos ocupa, si bien podríamos trazar una insospechada línea entre algunos puntos de interés del director vizcaíno y la posterior carrera del irlandés. En cualquier caso, a pesar de que el material extra nunca sobra a priori, sí se podría haber reservado el hueco para algo más nutritivo y esclarecedor respecto a la propia Carne.
Semejante función pretenden desempeñarla, quizá, las aportaciones del historiador Christian Aguilera, que nos brinda por un lado una introducción que resulta notablemente informativa como acercamiento a la película, pero que se muestra decididamente escatológica en todo lo demás: se trata de un video doméstico grabado por Álex Aguilera -lo presuponemos familiar- y presentado por Christian, inaceptable en locución, sonorización, iluminación y edición y que inexplicablemente ha pasado todos los filtros previos hasta colarse en una edición comercializada. Y por otro lado, el historiador completa su aportación con un audiocomentario, de nuevo interesante a nivel informativo, pero absolutamente intolerable en su presentación: un sonido telefónico que invalida casi por completo su contenido y que termina de certificar un desastre formal que afea terriblemente la presentación de un material que se merecía un mimo infinitamente mayor.
Lo mejor, pues, quedarnos con la película (que ya es mucho, y cuya adquisición está justificadísima) y hacer como que todo lo demás nunca llegó a existir.