Crítica de Censor
Ya se prestan a esto, los festivales. Y en especial los que se centran en un solo género: al descubrimiento de producciones que de tan pequeñas se antojan invisibles, fuera de tan específicos círculos. Y que seguramente no merezcan demasiado ruido más allá de los mismos, ojo. Pero que aportan. Y eso ya lo quisieran para sí muchas otras propuestas de presupuestos más holgados. Así pues, un Fantasporto, un Sitges o un Screamfest, se convierten en caldo de cultivo para cartas de presentación, voces que sin apenas recursos, alzan el tono. Un poquito, al menos. Lo suficiente para generar eso de lo que el cine debería estar plagado: estímulos. No voy a decir que Censor sea perfecta, ni mucho menos. No es una joya en bruto, no es el descubrimiento indie que estábamos esperando y, de hecho, va de más a menos llegando a un punto en el que parece irse un poco de madre. Pero es una película hecha con gusto, estilo y muchas ideas; supone el descubrimiento de un par de nombres que pueden dar que hablar en el futuro.
Censor sitúa la acción en el Reino Unido de la Tatcher, que a nivel audiovisual fue marcado por la censura. A mediados de los ochenta no había película, de género especialmente, que no tuviera que pasar por un análisis bastante estricto, tijera en mano, para luego ser en cualquier caso catalogada de «nasty horror movie», y hacerse muy complicado su visionado. Una de las encargadas de censurar tales películas es la protagonista de la que nos ocupa. Y tarda poco en torcérsele el asunto cuando una de las cintas que está analizando parecería esconder pistas sólidas sobre la desaparición de su hermana, años atrás. Nadie la cree, pero ella empieza a investigar, dando arranque a un inesperado thriller atmosférico y malrollante.
Con dicho argumento, claro, Prano Bailey-Bond (directora y co-guionista junto a Anthony Fletcher) tarda poco en echar la vista atrás y homenajear, a su manera, al cine de terror de los 80 por el que nos pirrábamos cuando íbamos al videoclub. Conforme va evolucionando, la trama empieza a tensar los límites de realidad y alucinación, situación que se aprovecha en Censor para jugar con los estilos de antes, a saber: iluminación loca, sonidos y banda sonora muy atmosféricos, pantalla ocasionalmente reconvertida a 4:3… elementos de los que hoy en día muchas series y películas abusan, pero en muy pocas ocasiones con el acierto de, por ejemplo, Berberian Sound Studio, de la que Censor podría ser la sucesora más directa. Ahí es nada.
Pivotando sobre una Niamh Algar excelente a la hora de tratar de contener la locura cada vez más evidente de su personaje, la película abre el eterno debate sobre la moralidad de lo que consumimos (en Sitges, por ejemplo), jugando con posturas a favor y en contra. ¿Hasta qué punto un asesino lo es porque se ha inspirado en una película (o un videojuego) que le ha tocado la chotera? ¿No venía tocada de antes? ¿No será justamente contraproducente semejante exceso de puritanismo? Cuestiones que asoman la cabeza conforme la trama de Censor se enrarece, y sobre lasque se posiciona en un tramo final en el que, ay, da esa sensación de que la cosa se sale un poco demasiado de madre. Si bien a nivel formal es justamente entonces cuando Prano Bailey-Bond pisa el acelerador, la narración se entorpece en demasía y la conclusión del discurso global de la propuesta queda difuminada. En el fondo, como la mayoría de películas de terror a las que homenajea, que rar vez contaban con finales satisfactorios.
Con todo, las intenciones aquí cuentan mucho más que un final algo desinflado. El debut de la directora es una clara declaración de intenciones: Prano Bailey-Bond es un nombre que apuntar a fuego por su gusto y personalidad detrás de las cámaras. Y su Censor no es perfecta, pero cumple sobradamente como thriller pequeñito, de recursos próximos al cero absoluto y aun así vistoso y más que válido para, incluso, llevarse algún reconocimiento en festivales. No está mal, ¿no?
Trailer de Censor
Censor: estimulante homenaje al cine de terror censurado
Por qué ver Censor
Prano Bailey-Bond se presenta en sociedad con una película que rinde homenaje a aquellas películas que se censuraban durante el reinado de la Tatcher y que nos hacían salivar cuando acudíamos a un videoclub un viernes después del cole. Lo hace con muy buenas ideas, muchas de las cuales plasmadas con atino en una propuesta muy imperfecta, sí, pero también muy estimulante.