Crítica de A Glimpse Inside the Mind of Charles Swan III

charles swan III

Cara A

Hasta ahora agazapado -un poquito sólo- en las sombras, Roman Coppola siempre pareció haber sido el injusto segundón de toda aquella tropa de jóvenes directores americanos tan inquietos por los nuevos modos expresivos del cine que irrumpieron a lo bestia hace unos quince años. Especialmente con la seminal y esencial Academia Rushmore, segunda película del hoy reverenciado Wes Anderson que abriría la puerta a todos esos Jonze, Gondry y demás (tan fogueados en el terreno del videoclip) o incluso a la hermanísima Sofia. Roman, de algún modo, formaría parte de todo ello, especialmente en calidad de guionista y asistente de dirección, y sus aportaciones como director en solitario quedarían reducidas a la notable, pero desapercibida, GQ. Hasta ahora. Porque el realizador ha encarado su segundo proyecto largo y el riesgo no podía ser mayor en este salto sin red en el que el hombre no sólo parece resistirse a rubricar una película complaciente, sino que además se le sospecha una gran carga de auto-desnudo.

Eso a pesar de que en el fondo este Charles Swan III en crisis existencial parezca un poco disimulado sosias del actor que lo interpreta, un Charlie Sheen que ha encontrado en la autoparodia ya su último reducto de credibilidad. Al fin y al cabo este tipo parece estar viviendo en sus propias carnes un experimento I’m Still Here real y a diario. Él reclama para si toda la atención de esta historia, suerte de diario personal que documenta los vaivenes psicológicos de un artista en una crisis creativa de diagnóstico parecido al del Marcelo Matroianni de 8 1/2. O bien la consumación de una especie de purga de demonios y obsesiones que termina convertida en una tormenta de refinado caos mental y un análisis del artista en decadencia que tampoco pierde de vista al Bob Fosse/Roy Scheider de All That Jazz.

Porque hay saltos intergenéricos (del musical al western, del drama a la comedia italiana de los 70, todo homenaje honesto), un difuminado de la línea divisoria entre la soplapollez y la genialidad, y una buena ración de locura generalizada en un guión que se presenta anárquico, libérrimo, sujeto sólo a las reglas de lo esquizofrénico, que no son reglas en absoluto. Pero también hay reflexión y espacio para el autocuestionado. Momentos de sinceridad y de despojo de aditivos, casi literalmente, en un clímax emotivo que viene seguido de una última escena en la que el equipo de rodaje se presenta como tal, desde los actores hasta un Coppola que vemos tras su cámara mediante un espejo. Una apuesta ética que se sitúa del lado de una retadora imprevisibilidad en el constante cambio de tonalidad y su basculación entre lo sutil y lo grueso. Que puede recordar a ratos al Woody Allen de Annie Hall pero en el fondo termina escorando hacia las primeras comedias surrealistas del neoyorkino para, eso sí, labrarse una propia voz entre sus propios archivos mentales y creativos pasados. Porque en el fondo, así debería reivindicarlo, Coppola sabe que una gran parte de Viaje a Darjeeling o Moonrise Kingdom sigue siendo suya.

Suya y de ese grupo de actores de comicidad aplastante y personalidad arrolladora, los encargados de garantizar que sigamos creyendo en el poder de la comedia y en sus ramificaciones postmodernas, siempre intercontaminada de otro tipo de expresiones fílmicas, pero también, en manos de Coppola, eternamente chispeante, espontánea, impredecible y finalmente emotiva. Justo lo que es esta película de obligado visionado para cualquier hipster que presuma de serlo.

7’5/10

 

charles swan III

Cara B

En el fondo, si Roman Coppola siempre se ha mantenido en la sombra, es porque ha habido un motivo de peso para ello, algo que no debería removerse mucho, algo que quizá debería dejarse donde está. Reputado guionista (o eso dicen) y responsable de algún que otro videoclip de renombre, el director que debutaba con GQ en realidad dio base a una nueva corriente americana que ha sido convertida en culto en la última década y media. Pero ojo, aquello era muy distinto, porque eran otros los que estaban al timón. Y aunque la cosa siempre le salió medio bien, sus logros pasados no deberían catapultarlo irreflexivmente hacia un terreno que, visto lo visto, se le queda demasiado grande. Porque, por muchas tablas que tenga, no parece el realizador especialmente capacitado para tamaña empresa: glosar en una película todas las neuras y desajustes emotivos de un artista cuarentón en los años 70. Un tipo ególatra y mujeriego que, en el fondo, podría ser un reflejo del propio director. O quizá no tanto él como su aplastante crisis creativa, habida cuenta de que este Charles Swan parece ser único patrimonio de Charlie Sheen, el actor que lo interpreta.

Y he aquí uno de los problemas de base de la película, aunque no el único. Que la decadencia real del intérprete, aquí con melenón de playboy adinerado de Los Angeles, sobrepasa con mucho el mensaje de la propia película. Que todo parece un one man show mal interpretado y, para colmo, poco o nada interesante. De todos modos, tampoco es mucho lo que tiene que contar Coppola, rebasada la desagradable sorpresa inicial. Y es que esta comedia excéntrica que no se decide si ser eso o quizá plantearse a si misma como un drama bizarro entorno a temas serios, en el fondo confunde la libertad creativa con puro embotellamiento conceptual. El realizador se esfuerza por ser más moderno que nadie, o mejor dicho, tan moderno como todos los demás; por jugar en las grandes ligas, las de los creadores americanos -o que trabajan en América- que han conseguido trascender lo genérico para ser únicos e intransferibles en sus terrenos, esos Jonze, Gondry, Hess, Kaufman… pero también Terry Gilliam o, por qué no, David Lynch.

Pero hay que tenerlos, con perdón, muy buen puestos para llegar a semejantes cotas o por lo menos a semejantes niveles de libertad. De otro modo todo queda como un alucinado egotrip pretencioso y discursivista, orgulloso de si mismo con un su pretendido tono arty que casi nunca casa con ese otro lenguaje más bastardo de la comedia absurda. Los homenajes (al cine de serie B, al musical, al western clásico a través de un Bill Murray caracterizado como el John Wayne de Centauros del desierto, sic) terminan siendo ligeras estupideces más pendientes en guiñar un ojo que en fijar los dos para trascender de verdad. O expresado de otro modo, un carrusel de intérpretes acomodados, de sospechosos habituales (también está Jason Schwartzman), una panda de amiguetes poco aplicados que parecen asistir a la farra sólo por compartir unas clenchas con el anfitrión.

Con todo, el Roman Coppola director destila una preocupante falta de estilo propio, perdido entre intentos infructuosos de emular a sus hermanos mayores -lo que ocurre es que en su momento ya nos atrevimos a preguntar y ahora ya sabemos todo lo que siempre quisimos saber sobre el sexo-. Y al final su propuesta difumina con excesiva facilidad la línea divisoria entre la genialidad y la soplapollez, y no va más allá de una chorrada hecha en casa (en casa de los Coppola, donde la pasta sale abriendo un grifo, claro). Siendo benévolos lo cierto es que A Glimpse Inside the Mind of Charles Swan III podría pasar por feliz parida e incluso resultar encantadora si no fuera tan impostada, espontánea si no fuera tan prefabricada, y fresca si no fuera tan autoconsciente y tan desesperadamente modernilla. En otras palabras, una película de obligado visionado para cualquier hipster que presuma de serlo.

3/10

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En diciembre de 2006 me dio por arrancar mi vida online por vía de un blog: lacasadeloshorrores. Empezó como blog de cine de terror, pero poco a poco se fue abriendo a otros géneros, formatos y autores. Más de una década después, por aquí seguimos, porque al final, ver películas y series es lo que mejor sé hacer (jeh) y me gusta hablar de ello. Como normalmente se tiende a hablar más de fútbol o de prensa rosa, necesito mantener en activo esta web para seguir dando rienda suelta a mis opiniones. Esperando recibir feedback, claro. Una película: Jurassic Park Una serie: Perdidos

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